Todas las fuentes coinciden en definir el espacio periodístico
de América Latina como una de las zonas del mundo donde no existe un ejercicio
pleno de la libertad de expresión. En unos casos, aunque las constituciones
nacionales enuncian un amplio abanico de libertades, la práctica de los
medios está dificultada por medidas proteccionistas de los poderes públicos,
que impiden la acción crítica y la investigación. En otros, la proximidad
entre las instituciones y los medios, la dependencia de éstos de ayudas
o inversiones publicitarias, recorta el ejercicio profesional. También
abundan los escenarios nacionales donde los medios, especialmente los
de ámbito local, están sujetos a actuaciones menos visibles de las autoridades
gubernativas o de quienes, a través de posiciones económicas, ejercen
viejas modalidades de caciquismo o control territorial, con una vigilancia
especial sobre las manifestaciones críticas de los medios.
"A fin de cuentas, detrás del asesinato, del ataque,
de la presión o del encarcelamiento injusto de un periodista, casi siempre
hay un gobierno, un funcionario, aluna organización, alguna red criminal
o simplemente un individuo que pretende evitar a toda costa que una información
determinada se haga pública (...).La inmensa mayoría de los ataques contra
periodistas latinoamericanos ha quedado sin castigo, pero no sólo por
la incapacidad judicial o, incluso, la complicidad de las autoridades,
sino por la casi nula respuesta gremial, que acusa inconsistencia al tratarse
de sus pares" (1).
En la mayoría de las naciones se observa un denominador común: la impunidad
con la que actúan los agentes perturbadores del orden democrático, en
el que se inscribe la libertad de expresión y la consiguiente independencia
de los medios frente a los poderes político y económico. Las coacciones
se manifiestan de forma muy diversa, pero como hipótesis de trabajo se
puede suponer que por debajo de las agresiones y de los asesinatos, que
son las más visibles, las que se denuncian habitualmente, hay mecanismos
menos burdos, más sutiles, que atenazan la expresión mediática. Estas
presiones, amenazas y violencias se producen, además, en un espacio profesional
laboralmente endeble, en el que el ejercicio de la independencia puede
sucumbir, en ocasiones, ante las seducciones corruptoras u optar por respuestas
de autocensura o de sumisión a inducciones externas. |