El papel de la Sociedad Interamericana
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), integrada por los editores
de prensa diaria de todo el continente, con sede en Miami, aborda preferentemente
aquellos casos en los que la libertad de expresión afecta a la libertad
de empresa. No suele denunciar las trabas que proceden de las propias
empresas, circunstancia no tan infrecuente en América Latina, como tampoco
su juego político o la prevalencia del interés mercantil en la construcción
informativa -incluidos los silencios- por encima del derecho a la información
de las audiencias democráticamente mal amparadas, y con reservas evidentes
hacia la función social e independencia profesional del periodista. Es
sorprendente la capacidad de absorción ideológica de esta organización,
muy activa en la consignación, tipificación y denuncia permanente de una
parte del problema que enmascara como el todo. Y ese enmascaramiento no
sólo es lesivo para el debate para la libertad de expresión, por reduccionista
e interesado, sino que, por monopolizar el discurso, impide el desarrollo
de políticas democráticas tendentes a garantizar, de manera equilibrada,
la libertad de expresión y el derecho a la información.
"Hay organizaciones
internacionales que defienden la libertad de prensa en su dimensión empresarial.
Estas organizaciones nunca se han preocupado de garantizar el derecho
de expresión y de conciencia del periodista frente a la empresa propietaria
del medio; tampoco han sido favorables al derecho de respuesta de los
ciudadanos agredidos por los medios y no han defendido el derecho de expresión
como acceso del ciudadano a los medios de prensa. Tampoco se han preocupado
de proteger al consumidor (lector) exigiendo una calidad mínima de las
noticias que propalan los periódicos" (1).
A este déficit democrático en el
ejercicio de la libertad, que descubre responsabilidades más acentuadas
de las que se dan en las democracias estables, se une, en muchos casos,
un inadecuado tratamiento salarial de los periodistas, que debilita su
posición y les convierte en presas frágiles de las tensiones ambientales.
Esta misma filosofía, que residencia casi todos los males contra la libertad
de expresión en las acciones que atentan contra la libre empresa, es la
que, lógicamente, anima el espíritu de la Asociación Mundial de Editores
(WAN). Cuando en los Estados Unidos se produjo, a comienzos de 1991, la
fusión entre America Online y Time-Warner, con una respuesta crítica en
numerosos ambientes profesionales y cívicos sobre los peligros para la
libertad de expresión derivados de la mayor concentración conocida hasta
la fecha, el director general de la WAN, Timothy Balding, sólo vio ventajas,
esto es, el comienzo de "una etapa suplementaria en el proceso de consolidación
que conduce a las empresas integradas de medios...".
La falta de una dimensión política y ética en la utilización del concepto
de libertad de expresión se arropa, sin embargo, con constantes declaraciones
que vinculan la dimensión reivindicativa a un desiderátum democrático,
circunstancia que permite idealizar y hasta sacralizar el papel de los
emisores como paladines de la democratización latinoamericana, con un
refuerzo de su posición en las relaciones de poder. Sin embargo, a diferencia
de otras realidades culturales, como la centroeuropea, esa posición no
se blinda con un compromiso con las audiencias, como ya se señala, por
vez primera, en la declaración de la III Cumbre de las Américas celebrada
de Québec (Canadá) en 2001, a través de mecanismos de autorregulación
del sector (editores, periodistas y sociedad civil). En la cita canadiense,
los jefes de Estado de la OEA dedicaron un apartado a los medios, a los
que se asigna "un papel importante en la promoción de una cultura democrática",
y recomiendan se establezcan mecanismos de autorregulación con normas
de conducta ética "que tomen en cuenta las preocupaciones de la sociedad
civil". |