Nacido en 1934, cursó bachillerato
en Rhode Island y estudió posteriormente en la
Universidad de Illinois, donde se doctoró. Inició
su trabajo académico en la cátedra Gallup
de la Universidad de Iowa. Ayudante y profesor asociado
de periodismo en la Universidad de Illinois en Urbana-
Champaing y, años después, director del
Instituto de Investigación de Comunicaciones y
decano del College of Communications, cargo en el que
cesó en 1992. Profesor de la Escuela de Periodismo
de la Columbia University.
Doctor ‘honoris causa’, entre otras, de las
universidades de Illinois y Concordia (Canadá).
Ha sido miembro del consejo directivo del Public Broadcasting
System, presidente de la Association for Education in
Journalism y de la American Association of Schools and
Departments of Journalism. Miembro del consejo asesor
del Poynter Institute y del Freedom Forum.
Entre sus obras, cabe destacar: Communication as Culture.
Essays on Media and Society, 1988, y Media, Myths,
and Narratives. Television and the Press (ed.), 1988.
Son muchos los ensayos aparecidos en revistas científicas
y libros colectivos, como ``Innis 'in' Chicago: Hope as
the Sire of Discovery'', en Charles R. Acland y William
J. Buxton (eds.), Harold Innis in the New Century,
Londres, 1989; ‘Culture, Geography, and Communications:
The Work of Harold Innis in an American Context'', en
William Melody y otros (eds.), Culture, Communication,
and Dependency. The Tradition of H. A. Innis, New
Jersey, 1980.
El pensamiento del autor aparece ampliamente estudiado
en la obra de Eve Stryker Munson y Catherine A. Warren
James Carey (eds.), A Critical Reader, Univ.
of Minnesota, 1997.
Carey, un pensador crítico de especial relieve
en la definición del espacio cultural de los medios
en los sistemas democráticos, permanecía,
aún en 2004, inédito en las lenguas española
y portuguesa, a pesar de ser reconocido en Estados Unidos
como uno de los pensadores más influyentes del
último tercio del siglo XX en el campo de la comunicación
y el periodismo.
PENSAMIENTO
Y EXPRESIÓN CIENTÍFICA
Concibe el mundo de los medios, en
general, y el de la prensa, en particular, como una dimensión
de la vida democrática, por lo que, en parte, a
ellos se debe la calidad de la vida pública. Para
Carey, los periodistas no son meros asalariados de una
empresa, sino actores de la vida pública, cuya
identidad cívica está asociada al control
de las manifestaciones del poder y, al tiempo, a la reivindicación
de los valores y sentimientos que subyacen en la ciudadanía.
El periodista está llamado a mejorar la calidad
de la vida pública, el debate público, las
relaciones entre administración y sociedad.
Considerado como un representante de los estudios culturales
norteamericanos, Carey parece incómodo con esa
etiqueta reduccionista, ya que se presenta más
bien como un analista crítico de la comunicación
que apela a la necesidad de acercar la investigación
en comunicación con los estudios culturales. Carey
cree que es posible hacer converger los estudios culturales
y la investigación en comunicación, tratando
así de romper la barrera existente y orientar el
enfoque de los primeros al estudio más concreto
de los medios.
Propone, asimismo, profundizar en los estudios de comunicación
a través de nuevas facetas, descubrir la magnitud
de la complejidad. Así, por ejemplo, considera
necesario un más amplio análisis de los
contenidos, cómo se crean los significantes simbólicos,
cómo se insertan y se emplean en la vida social.
Conocer a qué valores, presupuestos, inducciones
o tensiones de poder responden los modelos constructivos
de la realidad. La comunicación es algo más
que una observación, un acercamiento de la audiencia
a los medios o una transmisión de un mensaje. Es
la resultante dialéctica de los vectores de poder,
los intereses y actores sociales. Para Carey, la comunicación
de masas tiene un carácter reflexivo, ya que no
sólo describe o informa, sino que crea y transforma.
La sociedad se ve en el espejo de los medios y actúa
sobre su imagen, modifica la realidad. La comunicación
no sólo es transmisión de información,
sino un vínculo reflexivo con la comunidad,
una interacción con su contexto cultural.
Carey cree preciso reinterpretar los valores que definen
los nuevos paradigmas de la comunicación y
necesario revisar las pautas de la investigación.
La investigación, señalaba a comienzos del
presente siglo, se encuentra intelectualmente estancada
y carece de interés por regla general. Más
allá del estudio convencional de los efectos, en
los que culminaron buena parte de las líneas de
investigación norteamericanas, es necesario abrir
horizontes con una generosidad intelectual que supere
la vieja segregación de los estudios de comunicación
de las metodologías críticas, de las interpretaciones
ideológicas, de los estudios culturales, de la
antropología y de los análisis interpretativos
que desbordan el empirismo escueto de la investigación
aplicada.
Sus reflexiones beben en fuentes multidisciplinares y
proyectan la necesidad de construir un espacio académico
enriquecido por una mirada más profunda. Así,
se aprecian en su obra los trazos, entre otros, de John
Dewey, Lewis Mumford, Clifford
Geertz, Raymond Williams,
Thomas Kuhn, Max
Weber, Charles W. Mills,
Richard Rorty, Harold
Innis, Marshall McLuhan
y Jürgen Habermas.
En su libro Communication as culture, Carey describe
dos modalidades de comunicación, la que llama ‘ritual’
y la que describe como ‘transmisión’.
El modelo de ‘transmisión’ sigue las
pautas convencionales del emisor que emplea un canal para
enviar un mensaje a un receptor. El vínculo se
establece entre el emisor y el receptor, separados espacialmente,
y ejerce una influencia y control a través del
espacio, a distancia. Es el caso de los medios de comunicación
convencionales, los productos de las industrias culturales,
etc.
La comunicación ‘ritual’ se inscribe
en el espacio ceremonial de la participación y
crea experiencia y sentimiento de pertenencia a una comunidad.
La comunicación ritual establece, a través
del tiempo, el plano próximo del espacio cultural,
esto es, la identidad. La sociedad se hace no tanto de
la comunicación como en la comunicación.
Forman parte de esta dimensión comunicativa aspectos
como las fiestas, el baile, los círculos de debate,
las asociaciones, los hábitos cotidianos, etc.
Hay más una idea de ‘comunión’
en este modo de comunicación, que pierde presencia,
sin embargo, en sociedades como la norteamericana, dominadas
por el individualismo y la cosificación de las
relaciones. La comunicación como ‘transmisión’
se refuerza y diversifica con el desarrollo tecnológico,
que cambia los valores rituales de la comunicación
como contacto, como experiencia participativa.
Uno de los campos de análisis de Carey es el de
las tecnologías, no sólo como extensiones
culturales, sino por su instrumentalización a través
de visiones mitificadas en las que se apoyan los paradigmas
del progreso. Así, por ejemplo, analiza los usos
rituales del futuro en la cultura norteamericana, desde
el siglo XIX a nuestros días, con valores constantes
que exhortan a confiar en el porvenir, a vincular tecnología
con progreso y a anticipar visiones idílicas de
participación y paz en la representación
prospectiva del mañana.
Hace un análisis crítico de los mitos que
rodean los proyectos tecnológicos, partiendo de
las expresiones culturales de la revolución industrial
del siglo XIX, cuando ya se empleaba el alcance transformador
de la técnica como instancia redentora de la sociedad,
como liberadora de las esclavitudes y del esfuerzo físico
que consumía al ser humano, como motor del progreso
universal. La realidad de la revolución del vapor
reveló la otra cara del mito: las brechas sociales
de clases, la vida miserable del proletariado, las migraciones,
la polución, la acumulación de capital...
Con la electricidad se alimentó un nuevo discurso
mítico, donde aparece el concepto de red como espina
dorsal de una nueva sociedad, incluso de una nueva visión
de la democracia, como un nexo de participación,
como una superación de las debilidades de la era
del vapor... La energía alcanza a todos a través
de la red, fluye como un maná que libera a la sociedad
a través de sus individuos. La sociedad, el conjunto,
aparece metafóricamente como el gran acumulador
eléctrico, como la síntesis del empuje vital
de sus gentes... Valores, postulados retóricos
en los que Carey encuentra la matriz recurrente y el sustrato
determinista de los mitos tecnológicos, que se
repiten y acentúan en la era digital, en el nuevo
paradigma de la sociedad de la información, de
la sociedad en red.
En su recorrido por las innovaciones tecnológicas
y sus efectos, presta atención al desarrollo del
telégrafo, como una nueva expresión de las
utopías universalistas que describen las bondades
de las redes en la vertebración, progreso y paz
de la Humanidad. La novedad más importante para
Carey del telégrafo es que, por primera vez, se
produce una separación entre comunicación
y transporte. El telégrafo no sólo permite
el envío de mensajes sin el acarreo físico
de un objeto-mensaje, sino que, además, facilita
el control de la comunicación. Hasta entonces,
transporte y comunicación estaban unidos inseparablemente.
Desde entonces, los mensajes viajan más rápidos
que los mensajeros... ¿Que papel juega la
tecnología en esa realidad compleja? ¿Favorecen
o no las nuevas extensiones tecnológicas el desarrollo
de la vida democrática? ¿La comunicación
transmitida sustituye el plano de la comunicación
ritual que construye el espacio cívico de la sociedad?
Frente a los mitos enunciativos, generalmente asociados
a atributos relacionados con la democracia, la libertad,
la paz, el conocimiento y la participación, la
realidad de las olas tecnológicas certifica la
concentración de poder, la despersonalización
y la estandarización de la vida social.
Perfiles biográficos y académicos. Marcos epistemológicos y teóricos de la investigación en Comunicación.
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