Nació en Chicago, Estados Unidos,
en 1912, hijo de emigrantes escandinavos. Estudió
matemáticas, ciencias y psicología en
la Northwestern University, doctorándose en
Yale bajo la dirección de Clark. L. Hull. Hovland
comenzó la actividad docente en 1940 en Yale,
en cuya Universidad permaneció hasta su muerte
prematura en 1961, a los 48 años. El estallido
de la Segunda Guerra Mundial interrumpió su
labor docente con su trabajo en el Departamento de
Guerra de los Estados Unidos, donde coordinó la evaluación
de programas de entrenamiento y empleo del cine de
propaganda entre las tropas norteamericanas. Allí contó
con un amplio equipo, en el que figuraban, entre otros,
Irving L. Janis, Donald R. Young, Nathan Maccoby y
Donald R. Young. Acabada la guerra, con sólo
33 años fue nombrado director del Laboratory
of Psychology, donde continuó y desarrolló sus
principales líneas de investigación en
torno a comunicación y conducta. De nuevo en
Yale, con el apoyo de la Fundación Rockefeller,
desarrolló un ambicioso programa sobre ‘comunicación
y cambio de actitud’. A finales de los años
50, coordinó los trabajos de creación
del Centro de Investigación sobre la Conducta
de la Bell Telephone, entidad para la que Hovland prestó parte
de su dedicación hasta su fallecimiento. Aquí trabajó con
investigadores de la relevancia de Kurt
Lewin.
A pesar de su temprana muerte, en Estados Unidos está
considerado como unos de los cuatro padres fundadores
de los estudios sobre comunicación, junto con Lasswell, Lazarsfeld y Lewin.
Entre otros libros, escribió: Experiments on Mass Communication (1949),
con Arthur Lumsdaine y Fred Sheffield; Communication and Persuasion (1953),
con Irving Janis y Harold Kelley, y Effects of the Mass Media of Communication (1954).
PENSAMIENTO
Y EXPRESIÓN CIENTÍFICA
En su etapa de formación doctoral,
Hovland planteó las bases de sus primeros estudios acerca
de los procesos de aprendizaje del ser humano, donde advierte
ya que la respuesta derivada de un estímulo desciende
a medida que aumenta el intervalo temporal desde que se ejerció la
prueba experimental, así
como las circunstancias cognitivas que se producen en el interregno.
Entiende también que las aplicaciones empíricas
están vinculadas al ambiente y contexto en los que se
realizan y, por ello, la prueba tiene un carácter de
una inducción desencadenante, dada en un momento y ambiente,
casi nunca iguales a los que se dan en una respuesta derivada
de una experiencia real..
Durante la Segunda Guerra Mundial, dirigió los estudios del Departamento
de Guerra sobre la persuasión y sus efectos en el cambio de actitud a
través de la información y la propaganda. Allí
evaluó, con un amplio equipo de investigadores, diversas
producciones cinematográficas y documentales destinadas
a elevar y mantener la moral de los soldados, y trató de
conocer los efectos persuasivos no tanto de la información
periodística como de la propaganda. Empieza aquí su
trabajo destinado a desentrañar los procesos y amalgamas
capaces de hacer cambiar de opinión y modificar una
conducta.
Hovland era consciente, sin embargo, de la naturaleza específica de la
investigación acometido en las Fuerzas Armadas, realizada en un espacio
muy cerrado (los acuartelamientos), a modo de laboratorio humano, con inducciones
artificiales, en un plano de simulaciones, con una audiencia en exceso homogénea
(generacional y culturalmente) y unas circunstancias ambientales dramáticas
(conflicto bélico). Esta consideración le obligó a introducir
la corrección o distanciamiento metodológico como principio en
su muy amplio trabajo experimental. Las circunstancias de toda medición
afectan a sus resultados.
De nuevo en la Universidad, una vez concluida
la guerra, creó la llamada ‘escuela de Yale’ en
torno a los presupuestos de la psicología cognitiva
derivados de planteamientos conductistas. A través sucesivas
aproximaciones, el equipo de Hovland experimentó acerca
de la incidencia en la conducta de todos los elementos que
intervienen en el proceso de comunicación, probando
exhaustivamente el valor de las distintas variables. De estos
trabajos se puede deducir que los efectos en el cambio de actitud
dependen de diversas circunstancias, relacionadas con las fuentes
emisoras y su credibilidad, con la naturaleza del mensaje y
su capacidad comunicativa y, al mismo tiempo, con las características
del receptor (afinidad/ oposición con la fuente, nivel
de formación, etc.). Por ello, para lograr que los estímulos
alcancen la respuesta del cambio de conducta, el proceso de
la comunicación persuasiva debe tener en cuenta las
circunstancias de los actores y del escenario. Como las audiencias
no son iguales, el mensaje, su definición retórica
y complejidad, dependerán en cada caso, para que los
efectos causales puedan verificarse, del tipo de receptor y
de su entorno
Aunque su pensamiento ha pasado en ocasiones como una prolongación de
las teorías sobre los efectos englobadas bajo paraguas de la ‘aguja
hipodérmica’, la obra de Hovland es rica en matices acerca de
la imposibilidad de proyectar de manera genérica sobre el conjunto de
la sociedad los resultados de ciertas pruebas empíricas, o atribuir a
cada destinatario de un mensaje pautas de comportamiento receptivo universales.
Parece por ello más adecuado, encuadrar su trabajo en una línea
conductista más atenuada, próxima a los planteamientos que hablan
de los ‘efectos limitados’ o relativos de la comunicación.
La eficacia de la comunicación, en la que Hovland advierte seis fases,
es la respuesta/resultante (cambio de conducta) de un proceso causal que parte
de un estímulo, la exposición de un mensaje (acto emisor) y requiere
suscitar atención (llegar), ser comprendido (alcanzar), ser aceptado (actuar),
ser retenido (permanecer). Para que la actitud cambie, hay que cambiar las creencias,
y para ello debe haber una correspondencia en la adecuación del estímulo
al destinatario, de acuerdo con la posición que éste tenga en el
plano de las ideas, de su formación, distancia con la fuente, etc. Los
efectos, fuertes o limitados, no son generales, no alcanzan al universo de una
audiencia inerme, como proponían las teorías conductistas menos
evolucionadas.
Las propuestas de Hovland tienen asimismo
un alcance funcionalista, ya que, a partir del conocimiento
de los efectos derivados de los estímulos comunicativos,
se plantea actuar sobre la sociedad, esto es, emplear los medios
de comunicación como instrumentos para el cambio de
conductas no deseadas por anti-sociales o inconvenientes.
Hovland, a pesar de su temprana muerte, es considerado en Estados Unidos como
unos de los cuatro ‘padres’
teóricos de la comunicación, junto con Lasswell, Lazarsfeld y Lewin.
La amplitud experimental de su trabajo y su tolerancia teórica –su
capacidad de cuestionamiento- aparecen no sólo como
fundacionales de la vertiente psicológica de la comunicación
y de la psicología cognitiva, sino, en palabras de Schramm (1963),
convierten a Hovland en el autor con la “contribución
más grande” en el ámbito de la comunicación.
Su obra tiene continuidad en el numeroso grupo de sus colegas
y discípulos, entre ellos Irving
Janis y Harold Kelley, e influyen de manera decisiva,
entre otros, en el pensamiento de McGuire,
que desarrolla y amplía los elementos del proceso
persuasivo descritos por Hovland.