Nacido en Nueva York, estudió en la Columbia University, donde se doctoró en letras (1958). Fue discípulo de Marshall McLuhan. Director del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York. Profesor de Ecología de los Medios.
Durante una década fue director de la revista de semántica general Et Cetera. Perteneció al Consejo editorial de la revista The Nation. En 1986 obtuvo el premio George Orwell. Colaborador habitual de grandes diarios de referencia, como New York Times, Washington Post, Le Monde, etcétera.
Entre sus libros: Teaching as a Subversive Activity (con Charles Weingartner, 1969), Language in America (1974), Teaching as a Conserving Activity (1982), The Disappearnace of Childhood (1984), Conscientious Objections (1987), Amusing Ourselves to Death (1985), Technopoly (1992), How to Watch a Television News Show (1994), The End of Education (1996) y Building a Bridge to the 18th Century (2002).
Entre otros, se han traducido a la lengua española: Divertirse hasta morir, Eds. de La Tempestad, Barcelona, 1991; Tecnópolis. La rendición de la cultura a la tecnología, Círculo de Lectores, Barcelona, 1994; El fin de la educación, Octaedro, Barcelona, 1999. En lengua portuguesa: Tecnopolia. Quando a Cultura se rende à Tecnologia, Difusão Cultural, Lisboa, 1994; O desaparecimento da infância, Graphia, Río de Janeiro, 1999; O Fim da Educação, Graphia, Río de Janeiro, 2002.
PENSAMIENTO
Y EXPRESIÓN CIENTÍFICA
Sociólogo, comunicólogo y analista crítico de los medios. Estudia el efecto envolvente de la televisión, como instrumento de socialización monocorde... Trivializa, reduce, conduce al espectáculo. Convierte la cultura en un gran espacio de negocio. La televisión ha cambiado las formas de hacer política, homogeneizando lo político con el resto de los elementos del discurso ligero del medio, en una expresión más de la farándula. Esta mutación refunda los valores de la representación política, ya que el representante se adapta al medio y, más que debatir, fundamentar ideas y propuestas, trata de ‘dar bien’, ser agradable, encontrar su hueco mediático. El propio medio no soporta más densidad en sus formatos narrativos. Un buen candidato, un buen político se mide por sus valores de comunicación audiovisual: buena imagen, sonrisa, gestos, gracejo... (Divertirse hasta morir). La política, como la televisión, se hace espectáculo, diversión. La televisión contribuye a la pasividad y esterilización cultural y social. Además, no distingue, no discrimina, y aporta los mismos nutrientes a mayores y a niños (La desaparición de la infancia), devaluando los mecanismos de socialización e instrucción social y familiar (La muerte de la escuela).
En su libro Tecnópolis, Postman retoma algunos de los planteamientos de la Escuela de Francfort y denuncia que la cultura ha sido secuestrada por la tecnología. La seducción tecnológica se ha impuesto a la innovación social, a la creatividad cultural. Como en el conjunto de su obra, se expresa en términos de determinismo tecnológico, porque los desarrollos tienen una lógica interna y están definidos por la voluntad de quien las crea y utiliza con un propósito de dominio concreto. Además, la ausencia de controles sociales sobre la tecnología la despoja de una base ética reconocible, de una dimensión social y cultural propia de una sociedad soberana. Bajo las sombras que proyecta el resplandor de la tecnología, se oculta la ideología.
Su posición crítica ha sido duramente combatida desde posiciones de ortodoxia académica y desde el propio mercado audiovisual, que incluso han negado el carácter progresista de sus planteamientos. Acusado de ser un hábil constructor del discurso, sin demasiados escrúpulos académicos, con excesivas generalizaciones, apoyos disciplinares oportunistas y usos estadísticos caprichosos.