Nació
en Omaha, Nebraska, Estados Unidos, en 1932. Estudió
historia en la Universidad de Harvard (1951-1956) y
se doctoró en la de Columbia (1961). Tras una
breve aproximación al ejercicio del periodismo,
siguiendo los pasos de su padre, comenzó su actividad
docente en el Williams College y en la Roosevelt University,
antes de pasar por las Universidades de Iowa (1961)
y Northwestern (1966) y establecerse después,
en 1970, en la de Rochester como catedrático
de Historia de América y director del Departamento
de Historia (1985). En los años 60 publica dos
libros de amplia circulación The New Radicalism
in America (1965) y The Agony of the American
Left (1969), a los que siguieron otros posteriores
como Haven in a Heartless World (1977), The
Culture of Narcissism: Americam Life in an Age of Diminishing
Expectations (1979), The Minimal Self
(1985) y The True and Only Heaven (1991). Después de su muerte se publicó The Revolt of the Elites: And the Betrayal of Democracy (2005), en el que se recogen trabajos y artículos de su último período de reflexión.
Fue asesor del Center for the Study of Commercialism
y realizó trabajos para las fundaciones Ford
y Guggenheim. Escribió con frecuencia en medios
como el diario New York Times y la revista
Time. Doctor 'honoris causa' del Bard College
y del Hobart and William Smith College.
Entre los textos traducidos a las lenguas española
y portuguesa: A Cultura do Narcisismo. A vida americana
numa era de esperanças em declínio,
Imago, Rio de Janeiro, 1983; O Mínimo Eu,
Brasiliense, São Paulo, 1986; La rebelión
de las elites y la traición a la democracia,
Barcelona, Paidós, 1995; A rebelião
das elites e a traição da democracia,
Ediouro, Rio de Janeiro, 1995; La cultura del narcisismo,
Andrés Bello, Santiago de Chile, 1999.
PENSAMIENTO Y EXPRESIÓN CIENTÍFICA
El pensamiento de Lasch
cuestiona el modelo de progreso y la naturaleza de la
cultura y la democracia de los Estados Unidos. Inicialmente
influenciado por la Escuela de Francfort y de escritores
como Jacques Ellul, su pensamiento
crítico no puede ser adscrito dentro de las corrientes
radicales y mantiene una línea de independencia.
Desde el conocimiento de la historia describe las evoluciones
acaecidas hasta el presente y anticipa ciertos riesgos
que se advierten en las tendencias de futuro.
Lasch cuestiona una sociedad que se aplana intelectualmente,
que pierde sus reflejos democráticos y que se adormece
en el sueño endogámico y autocomplaciente
de la supremacía norteamericana. Falta de estímulos
cívicos, decaimiento en nuevas formas de analfabetismo,
de ignorancia. Lasch atribuye un papel central a la prensa
en la gestación del proceso. Los medios son los
que han recreado el sueño narcisista de una nación
y de sus gentes, que da relieve a aspectos socialmente
irrelevantes y suscita el culto personal hacia las figuras
del espectáculo o del deporte, esto es, de todo
aquello que conduce a una progresiva banalización
de la vida cultural.
Lasch entiende la cultura desde una óptica muy
abierta, relacionada con la información y la educación,
con el fortalecimiento de la democracia. El déficit
de los medios en su función social y su alineamiento
con el mercado hace que éstos, en términos
de valor cultural e informativo, pierdan eficacia. La
degradación narrativa limita la capacidad cívico-perceptiva
o, simplemente, el saber escuchar y entender, y la presión
del cada vez mayor número de medios lleva al receptor
a protegerse, desconfiar, desoír. El medio genera
por sí mismo hábitos de consumo, que definen
su valor de uso, al tiempo que sirve para sus contenidos
generen la disposición de realizar otros consumos
comerciales. El individualismo y la creación de
un marco de necesidades narcisistas completan esta visión
pesimista de los medios y de la sociedad en la que se
sustentan.
Los medios de comunicación y la información
que estos transmiten no bastan para fortalecer la democracia.
La democracia requiere del debate público, pero
los medios sustituyen el debate por la información.
Los medios no animan el debate, lo suplantan: "El
oficio de la prensa es animar el debate, no suplirlo con
información", señala Lasch. La información
se convierte en un subproducto cuando no se integra en
el debate cívico, cuando no se contextualiza. Los
medios dibujan escenarios fugaces de inseguridad e incertidumbre
-catástrofes, accidentes, conflictos y crisis-,
que igual que llegan desaparecen, sin continuidad histórica;
esto es, construyendo un presente que no parece estar
relacionado con el pasado, por consiguiente, sin una clara
proyección de confianza con la incógnita
del futuro. Pero también, la información
puede convertirse en simple diversión.
El problema, que se ha acentuado en las últimas
décadas del siglo XX -Lasch fallece en 1994-, viene
no obstante de lejos. Ya en el siglo XIX, la prensa comenzó
a abdicar de su principal función social: favorecer
y enriquecer el debate ciudadano. La publicidad se fue
adueñando de la prensa independiente, de modo que
los reclamos y otras formas de persuasión comercial
han acabado disfrazándose de información.
Las corporaciones mediáticas han modificado los
valores de la escena política, cortada ahora por
patrones tecnocráticos y descapitalizada en sus
bases argumentales. Los medios, que son instrumentos capacitados
para el debate, paradójicamente han desactivado
el debate público.
La información de los medios y la ausencia de reflexión
pública contribuye a crear un ambiente de incertidumbre,
de desconfianza en la autoridad, al tiempo que acentúan
el individualismo y devalúan los referentes de
la inteligencia, el heroísmo, los valores cívicos.
Esta acción sobre la opinión pública
rebaja su capacidad crítica, aumenta el escepticismo
y, más que por la propia publicidad comercial,
crea las condiciones de la dependencia consumista. Para
Lasch, el consumo aparece como un alivio, como un satisfactor
o respuesta a estados psicológicos de ansiedad,
que se reproducen mediante procesos de adicción
que, en el extremo anormal de la escala de gratificantes,
concluye en el consumo de drogas.
En el libro La rebelión de las élites
y la traición de la democracia, Lasch denuncia
el peligro que supone la deriva que toman los sectores
intelectuales, profesionales y directivos cuando, decepcionados
por los rasgos de la escena cultural y política,
se alejan y descomprometen del resto de la sociedad, creando
sus propios espacios refugio. Una tendencia que acentúa
nuevas formas de desigualdad social y cultural, a la vez
que provoca una ruptura del pacto social en el que se
asienta el Estado de derecho y las bases de la democracia.
La ruptura se produce como consecuencia de la crisis de
las clases medias, mas conservadoras y menos orientadas
hacia la vida ‘globalizada’, ajenas a los
intereses de un territorio que se observa en las nuevas
élites, entre quienes la meritocracia sustituye
a la democracia. Las élites viven en un mundo de
ideas, conceptos abstractos y símbolos: evolución
de los mercados, tendencias financieras, tecnología
y comunicación globales, vida académica,
etc. Viven con intensidad un mundo de nuevos símbolos.
Viven en la idea de una comunicación planetaria,
de más coincidencias con las élites de otros
lugares que con las gentes corrientes con las que se cruzan
a diario. Esa apertura de fronteras le aleja de las dificultades
del entorno próximo, de las clases medias, mucho
menos favorecidas por los cambios tecnológicos,
sujetas a la precarización laboral y al progresivo
deterioro del estado del bienestar y de los servicios
públicos.
La quiebra del pacto social conlleva a una democracia
individualista, basada no tanto en los elementos solidarios
como en el resguardo de los derechos personales, en un
egocentrismo que define como modelo narcisista de la democracia
(The Culture of Narcissism, 1979).
Perfiles biográficos y académicos. Marcos epistemológicos y teóricos de la investigación en Comunicación.
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