22.09.2001
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Para el arquitecto y filósofo francés, el hundimiento
del World Trade Center lo es también "del pensamiento militar
hegemónico". Señalado como apocalíptico por
un artículo de 1993 en el que analizaba y advertía de los
cambios tras el atentado a las Torres Gemelas aquel año, el autor
de Estética de la desaparición advierte de la nueva relación
de fuerzas en el mundo.
Paul Virilio lleva años analizando las transformaciones del mundo
moderno. Algunos de sus títulos se han convertido en obras de referencia,
como es el caso de La inercia polar (Trama), Velocidad y política,
La máquina de la visión (Cátedra), Estética
de la desaparición (Anagrama) o El cibermundo, la política
de lo peor (Cátedra). Sus detractores lo han acusado de apocalíptico
por criticar la aceleración que comportan la informática
y los medios de comunicación capaces de transmitir en "tiempo
real". Virilio se pregunta si es posible "democratizar la ubicuidad,
la instantaneidad o la inmediatez, que son precisamente atributos de lo
divino, es decir, de la autocracia".
PREGUNTA. Usted había hablado del atentado contra el World Trade
Center (WTC) y explicado en qué medida significaba entrar en una
nueva era.
RESPUESTA. En marzo de 1993 publiqué el artículo New York
délire, recopilado en mi libro Un paisaje de acontecimientos (Paidós)
en el que me refería al atentado de que fue objeto el WTC en 1993.
Entonces sólo hubo cinco muertos y algunos heridos, pero la camioneta
con explosivos hubiera debido servir para derribar el rascacielos. Ese
atentado parcialmente fracasado me pareció el símbolo de
una nueva relación de fuerzas, una premonición de un Hiroshima
de un nuevo tipo. Dijeron que tendía al catastrofismo, que mis
reflexiones eran apocalípticas, que exageraba cuando son los hechos
los exagerados. Ahora leo en Le Monde que lo ocurrido el 11 de septiembre
de 2001 era inimaginable. ¡Es un escándalo! Yo, sentado en
mi mesa de arquitecto, hace ocho años, hablé de la fragilidad
de esos rascacielos, de unos símbolos que no tienen en cuenta la
insensatez de un urbanismo que multiplica las torres gigantescas y multiplica
así su fragilidad. Las de Kuala Lumpur, las más altas del
mundo, también han tenido que ser desalojadas. Para mí,
en 1993, ya estábamos ante un acto mayor de un terrorismo distinto,
un hito como Hiroshima o Pearl Harbour, pero nadie quiso tomarse en serio
la advertencia. Hace un año asistimos al crack de la llamada Neteconomy
y ahora lo que se ha hundido ante nuestros ojos es la Netstrategy del
Pentágono. Nos hablaban de guerra electrónica y de cyberworld
y lo que hemos visto es que dos aviones de línea tenían
mucho más poder de destrucción que diez misiles de crucero.
Los misiles no hubieran hecho caer los rascacielos. Lo sucedido demuestra
lo absurdo del pensamiento militar hegemónico. Los militares aparecen
como incompetentes absolutos.
P. Según usted ha comenzado una guerra de otro tipo.
R. Derribar el WTC es un acto de guerra histórico, el equivalente
al asesinato del 28 de junio en 1914 en Sarajevo. Allí empezó
la I Guerra Mundial, en Nueva York estalla la primera guerra de la mundialización.
Me asombra el carácter fútil de la mayoría de análisis,
el que hablen de guerra o de terrorismo a la vieja manera, localizándolo
geográficamente, cuando estamos ante una declaración de
guerra global, que no tiene nada que ver con la tradición clausewitziana.
Nos dicen que las imágenes son las de un filme-catástrofe
cuando lo catastrófico es el acontecimiento, no unas imágenes.
En el caso del WTC, la relación coste-eficacia es prodigiosa, conseguida
por hombres armados con un cuchillo o un cutter, unos hombres que habrán
causado daños comparables a los de los peores bombardeos de la
II Guerra Mundial.
P. Como en la guerra del Golfo hay imágenes de impactos, pero no
circulan imágenes de muertos.
R. Es una coincidencia con orígenes totalmente diversos. En el
caso del Golfo estábamos ante una estrategia de disimulación
que por un lado reclamaba los cero muertos para un bando y camuflaba los
del otro; en el WTC pesan los escombros. De pequeño viví
la experiencia de los escombros, de buscar entre edificios derribados
por las bombas. Era en Nantes y no veías los cuerpos, recubiertos
por el polvo. Lo que sí sabemos es que la cifra de muertos será
superior a la manejada en un primer momento. La cifra, terrible, nos será
revelada al mismo tiempo que la imagen de los cadáveres cuando
se haya identificado al enemigo, real o supuesto, y se haya decidido el
tipo de reacción. Mientras Bush no decida el número de muertos
será secreto de Estado.
P. El número de víctimas, ¿puede cuestionar las opciones
tecnológicas adoptadas por el Pentágono?
R. Es una tradición que viene de lejos. Durante la Gran Guerra
ya se dijo que los estadounidenses preferían luchar por máquinas
interpuestas cuando los europeos enfrentaban hombres. El Pentágono
está implicado en una opción tecnológica que alimenta
el tinglado militar-industrial, que absorbe grandes sumas del presupuesto.
Baste con ver el proyecto de un "escudo" de misiles antimisiles.
Ningún misil, exceptuados los nucleares, hubiera causado un daño
parecido al de los dos aviones.
P. Las continuas referencias de Bush a la lucha del Bien contra el Mal,
sus repetidas invocaciones a Dios, le muestran como un fundamentalista
con corbata.
R. Es inquietante que un tipo como George W. Bush esté al frente
del Gobierno de Estados Unidos. Es un momento grave para la paz del mundo
y en ningún momento ha transmitido la sensación de ser un
hombre de Estado, un Churchill o un De Gaulle. Sabe, ésta es una
guerra no clausewitziana, que no es substancial, con ejércitos,
banderas y enemigos, sino accidental, en la que todo es imprevisto, el
enemigo anónimo y en la que las acciones se asemejan a accidentes.
Clausewitz se preocupó mucho cuando Napoleón fue derrotado
en España por los resistentes porque descubrió que la guerra,
cuando sale de los límites de la guerra, no puede conducirse. Ahora
entramos en un periodo de desequilibrio del terror después de haber
vivido cuarenta años de equilibrio del terror. Y ese desequilibrio
no es la continuación de la política por otros medios. Hoy
la urgencia de un líder político pasa por ser capaz de repolitizar
el mundo, darle sentido, inteligencia, a los hechos. Bush no está
a la altura. No basta con ser meramente reactivo, es decir, reaccionario.
Escrito ocho años antes
EL ARTÍCULO New York délire, escrito por Virilio en 1993,
califica el parcialmente fallido -hubo cinco muertos- atentado contra
el WTC de "primero de la posguerra fría" y subraya que
"estaba destinado a derribar el edificio y a causar la muerte de
miles de inocentes". Para el arquitecto-filósofo ya entonces
no estábamos ante "un remake de un filme-catástrofe,
como nos repiten los medios de comunicación, sino ante un acontecimiento
estratégico que confirma, a la vista de todo el mundo, el cambio
de régimen militar de este fin de siglo".
El autor encuentra la fórmula cuando asegura que "a la era
del equilibrio de terror, que ha durado alrededor de 40 años, le
sucede la del desequilibrio" y sitúa en el WTC el "Big
Bang verdadero de esa nueva era". Señala el salto del terrorismo
nacional a otro mundializado y la importancia que concede "al poder
de la información", que garantiza la repercusión "a
unos atentados que no tienen otro sentido político que el que les
ofrece la publicidad televisiva, el carácter telegénico
de sus atrocidades".
Sin citar a Ben Laden, Virilio habla de que "basta con un poco de
dinero y con mucho carisma, religioso o de otra naturaleza, para disponer
rápidamente de una banda de asesinos paramilitares", un poco
como si asistiésemos "a un retorno de los conflictos del siglo
XV, a los condottieri y a las grandes bandas de delincuentes". Y
concluye su artículo refiriéndose a la camioneta de 1993,
hoy metamorfoseada en avión de línea: "El atentado
contra el WTC combina de manera astuta una poderosa dimensión simbólica
y una potente destrucción urbana sin necesitar más que unos
pocos individuos y una camioneta de reparto para servir el terror. Hacer
esto en plena época de los misiles de crucero que sirven el terror
nuclear más sofisticado es, hay que admitirlo, un ejemplo sorprendente
de economía política".
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