EL IMPERATIVO DE LA LIBERTAD
John C. Merrill

(Aparecido en La Jornada Semanal, México).

La libertad es el tema central; la autonomía periodística es el valor más alto, y la persona que se somete al determinismo externo a ella se delata a sí misma, abandona su verdadera esencia y autenticidad. Desde luego, esta es fundamentalmente una postura existencial y, al enfatizar la importancia de la libertad, es válido decir que abogamos por un periodismo existencialista. Para todo periodista existe, sin duda, un imperativo de libertad. La libertad es la fuente misma del ser; el manantial del que brota la ética; el cimiento que sostiene conceptos afines como racionalidad, compromiso, integridad y responsabilidad.

El periodista libre que aprecia su autenticidad y honradez tiene dedicatoria: su libertad y la viabilidad de ésta. Quiero enfatizar la importancia de la libertad en la autonomía periodística –no sólo para el periodista en lo individual, sino para los medios y sistemas de
prensa en sí. Ante las poderosas presiones que se ejercen sobre estos sistemas y los periodistas, sorprende que dispongamos de tanta libertad de prensa como ahora. Se ha visto, indudablemente, que huir de la libertad constituye un fuerte deseo humano; a pesar de la importancia que tiene junto con la autonomía para mucha gente, no todos consideran que éstas sean deseables o hasta necesarias. Debemos aceptar, sin duda, que la libertad no es imperativa para todos. Como lo destaca Erich Fromm, la libertad puede representar incluso una carga, y algunos pueden abrigar el "deseo instintivo" y primario de someterse a los dictados de una persona o de un grupo.

Sin embargo, el periodista ocupa una posición singular. Si claudica en su búsqueda de autonomía y libertad su postura repercute, en gran medida, en el conjunto de su público; al hacerlo, expresa de algún modo su desdén por el individualismo y la identidad, se une en un tácito apoyo a la mentalidad colectiva, a la moral institucionalizada y a la esclavitud personal y política. Desde luego, tiene el "derecho" (que le confiere la libertad) de abandonar a esta última y aceptar la esclavitud, pero esto en verdad no lo lleva a nada, excepto a una posición en la que tomar decisiones libres más adelante se vuelve muy difícil, si no es que imposible. Porque el hombre libre que desea seguir siendo libre no aceptará nunca que se impongan restricciones a su libertad. A pesar de ello, hasta el periodista amante de la libertad corre el peligro de perderla frente a las fuerzas que lo rodean.

Todo periodista trabaja bajo presiones constantes que lo incitan, a menudo, a adaptarse al "bien social" y a la conveniencia institucional. Pertenecer a un grupo y aceptar responsabilidad institucional conduce a la supresión de la conciencia y de la verdadera razón existencial. Para el periodista profesional e institucional no es fácil conservar su autenticidad. Un periodista, de nombre Robert Stein, escribe que "los periodistas tendrán que refugiarse cada vez más en sus propios valores, no sólo para interpretar las noticias sino para decidir de qué tratan". Con esto, Stein hace un llamado al periodista para que exprese en mayor grado su verdadera autenticidad; le indica también cuán fácil resulta para un periodista ser maniatado por el grupo al que pertenece. Lo plantea de este modo:

Dado que los editores, comentaristas y reporteros trabajan bajo las constantes exigencias de la fecha límite y de la competencia, sus valores propios tienden a ocupar un lugar cada vez más lejano hasta que, en ciertos casos, sobre todo en los niveles ejecutivos, se esfuman por completo. Durante años he sentido fascinación por lo que ocurre a los individuos (incluyéndome a mí) cuando se reúnen en torno a una mesa corporativa. La responsabilidad institucional parece actuar, a la vez, como un narcótico que inhibe la conciencia y como un estimulante que saca a relucir todos los artificios que pueden emplearse en beneficio de la organización.

Sin duda, el periodista amante de la libertad luchará en todo momento contra esa sumisión despersonalizadora a cualquier grupo. Promoverá en su fuero interno el argumento esencial de Nietzsche de decir "sí a la vida", convirtiéndose en un ser más noble y heroico –y también más auténtico. El periodista ideal sería semejante a un Super hombre nietzscheano–, una persona que ha aprendido a trascenderse a sí misma, a elevarse a su mayor potencial y más allá de éste. Sería un "hombre superior" –una ley en sí, un núcleo de virtud, una persona feliz y poderosa, dueña de una exuberante expresión personal y de confianza en sí misma. Un concepto fundamental de Nietzche, consistente con su orientación existencialista, es su creencia apasionada en el valor del individuo, y su visión del héroe como la persona que no se somete ante la autoridad –o, al menos, que lucha tenazmente contra ella. Karl Jaspers acentúa esta postura. La verdadera persona existencial, escribe, es aquella que, por iniciativa propia, adquiere "propiedad del mescanismo de su vida"; de no hacerlo, Jaspers considera que se "ha degradado, convirtiéndose en una máquina" que se rinde ante "el aparato".

Permanecer libre es el imperativo primordial del auténtico periodista. Sólo el periodista libre puede ser un explorador de la verdad. En palabras de Luka Brajnovic, "defender y divulgar la verdad es el primer postulado de la libertad de prensa". El filósofo yugoslavo, que fue catedrático en España, destaca la importancia de la verdad –no la verdad "artística", sino la que se apoya en la evidencia, en la exactitud que se avecina a la realidad objetiva. Desde luego, el periodista objetivo puede mentir, puede desear no cometer errores, es capaz de distorsionar y proveer ideas equivocadas, dice Brajnovic; pero el periodista no libre está impedido de dedicarse a la verdad; la verdad no está presente en su periodismo porque la importancia que ella tiene no forma parte de su visión filosófica. Tal vez este juicio es un poco severo –e injusto– con el periodista existencialmente "libre" que trabaja en una sociedad controlada (y esto podría aplicarse al mismo Brajnovic) pero, en términos generales, sin duda es válido. Además, Brajnovic seguramente está en lo correcto cuando afirma que, en su exploración de la verdad máxima, el periodista debe buscar, a la vez, la mayor libertad –para él, para su propio medio y para el sistema que engloba a los medios.

Brajnovic rinde honor a Kant cuando escribe que la "dignidad humana" funciona como una prueba del uso de la libertad. "Somos dueños de nuestro propio destino porque poseemos la libertad", nos dice. Argumenta también que esta dignidad establece límites justos a la libertad por la simple razón de que el hombre no vive aislado en la sociedad; todos los miembros de ésta poseen la misma dignidad humana. Pero ¿qué es esta dignidad humana a la que se refiere? Se nos dice que el "hombre moral" la tiene. ¿Y quién es este hombre moral? Es aquel que no sucumbe a sus instintos o pasiones; que no cambia de parecer sin justificación; que no es adulador ni renegado. Brajnovic designa estas características como "monstruosidades" que niegan la dignidad, así como los derechos y la libertad del hombre. Esta libertad es puesta a prueba no sólo por la dignidad humana del hombre moral, sino también por el sentido de responsabilidad periodística. Vale la pena enfatizar la opinión de que, para el periodista, la responsabilidad debe significar la responsabilidad personal. Por más bien que suene, el concepto de "responsabilidad social" debe ser abordado por el periodista libertario con suma cautela. El énfasis actual en la "responsabilidad social" dentro del periodismo puede no ser más que un subterfugio, del cual se sirven los grupos de élite y las personas para intentar que el sistema de la prensa se asimile a su propia imagen. La realización personal requiere de un rechazo del concepto de responsabilidad social en su conjunto –a excepción del sentido que puede adquirir, como la responsabilidad personal que un periodista libre y racional determina para sí. La responsabilidad existencial, consigo mismo y con sus propias acciones, constituye la responsabilidad de una persona libre y de una sociedad libre.

Estas palabras no pretenden ser una crítica implícita del periodismo "responsable". Intentan prevenir cualquier presión, ajena al periodismo, de promulgar una definición "común", o estándar, de la responsabilidad periodística hacia la sociedad. Esta es simplemente la posición libertaria que, en estos tiempos, se juzga cada vez más como "pasada de moda" o no realista. Desde todos los puntos del espectro político se observa una mayor presión para instrumentar programas que conduzcan a la prensa a acciones más responsables. Proviene de diversas áreas del gobierno –áreas que tienen el poder de restringir la libertad del periodista. El poder judicial, en particular, se entromete en las actividades de la prensa, y hace uso de su facultad para interpreta las leyes (y la Constitución) de una manera que resulta inaceptable para el periodista libertario que valora los principios de Jefferson y la Primera Enmienda. Los periodistas que aceptan el imperativo de la libertad deben insistir en la no interferencia de los poderes externos; deben luchar sin tregua frente a las presiones en contra de la autonomía periodística maquinadas por individuos y grupos que pregonan su preocupación por el "interés social", y que se empeñan en relegar el concepto de libertad de prensa a una posición subordinada –o en redefinirlo con miras a desaparecerlo.

No resulta fácil ser un libertario hoy en día. La filosofía actual –social, política, religiosa, personal– está predispuesta en contra del "libertarianismo". Se enaltece a la colectividad y sus "derechos", y no al individuo y sus "derechos". Naturalmente, esto acarrea la depreciación del "libertarianismo", la sospecha de la autonomía, y un mayor apego a la cooperación y la armonía social. La persona individual tiende a extraviarse, y las instancias de periodismo individual se entremezclan en el "sistema de prensa". La responsabilidad individual se inclina ante la responsabilidad social –lo que significa que la responsabilidad hacia uno mismo se ve reemplazada por la responsabilidad hacia lo colectivo. ¿Pero quién define qué es esta responsabilidad? No son las personas individuales quienes regulan libremente sus propias acciones periodísticas, sino una cierta élite –una colectividad arrogante cuyos miembros sienten que pueden infundir su sentido de responsabilidad en cada uno de nosotros.

El periodista libertario se rebela en contra de estos definidores-de-responsabilidades. Quiere determinar su propia responsabilidad y desea que cada medio actúe de acuerdo con un sentido de responsabilidad autodeterminado. La palabra autonomía es, sin duda, la palabra clave; sin embargo, este concepto se escucha cada vez menos. La palabra en boga hoy en día es "adaptación" y, en general, progresamos en nuestros trabajos en función de nuestra habilidad para adaptarnos o conformarnos a las normas y expectativas de un grupo. ¿Cómo puede un periodista ser autónomo? Cuando trabaja para alguien más –y en compañía de otros– no puede ser completamente autónomo pero, sin duda, puede serlo en mayor o menor medida. El grado de autonomía que posea está determinado, en gran parte, por su filosofía personal, sus actitudes fundamentales y su personalidad. Si su "Cociente de Libertad" es alto –si es un defensor persistente de la libertad–, se encargará de ejercer un gran cúmulo de libertad personal. Si su cl es bajo, sucumbirá con facilidad ante cualquier intento de coartar su autonomía y se adecuará cómodamente a un papel predeterminado, en una situación conformista.

Por su parte, el amante de la libertad conseguirá siempre actuar con una libertad considerable. Incluso en entornos autoritarios, o sujetos a un fuerte control, mantendrá su libertad y conservará su autonomía. En realidad es erróneo afirmar que, por el hecho de existir en Estados Unidos un sistema de prensa libre, todos los periodistas que operan en el país son libres; del mismo modo, es incorrecto asumir que todos los periodistas en un país controlado carecen de libertad. Un amante de la libertad es capaz de tomar un
gran número de decisiones autónomas en cualquier sociedad; simplemente reconoce sus dificultades y problemas, pero no admite su inhabilidad de actuar con una libertad considerable. De hecho, en una sociedad tiránica, el periodista desarrolla, a menudo, una mayor sofisticación y astucia que su contraparte en una sociedad libre. Debe ser más sutil en el ejercicio de su libertad, ya que no puede darse el lujo de emplear su libertad "a mansalva", como sucede en las sociedades abiertas.

Para el amante de la libertad, tal vez sea más difícil ejercerla en una sociedad controlada, pero resulta más excitante porque constituye un reto; existe un sistema que debe burlar, censores que debe eludir y lectores perceptivos que debe satisfacer. Ante la oposición a la libertad, los amantes de ella se esmeran en sus labores; cuando se facilita la libertad, la dan por un hecho, suelen volverse complacientes y rara vez se dan cuenta de su erosión. En apego a la verdad, debe decirse que algunos de los periodistas más auténticos, lúcidos, autónomos y persistentes en su lucha personal por la libertad, se encuentran hoy en día en sociedades cerradas y autoritarias. Tal vez no sean muchos, pero sus cl son muy elevados, así como el ingenio de sus actividades en busca de la libertad.

Nuestro argumento es que el periodista autónomo existe en todas partes, y que su compromiso con la libertad no puede asumirse tomando únicamente su país de operaciones como referencia. La autenticidad personal y la capacidad de hacer retroceder los límites del control periodístico se hallan en cualquier parte del mundo. Algunos de los periodistas más libres hoy en día pueden encontrarse en medio de la censura. El periodismo libre no significa nada si no se hace uso de él. Poseer "libertad de prensa" carece de todo sentido a menos que los periodistas ejerzan su propia libertad a través de ella, y que la defiendan incansablemente usándola en toda su magnitud. Es por ello que el periodista libertario puede hallarse en todas partes; él es en verdad esa persona existencial, comprometida con la libertad y la acción. Cuando no muestra el suficiente grado de compromiso y de actividad se convierte en un esclavo, sin importar la sociedad en la que viva y trabaje.

El periodista comprometido con la libertad es un periodista libre. Su compromiso auténtico define, en términos reales, su esencia misma. Será libre porque quiere serlo, y esta libertad no está sujeta a sistemas de control externos, leyes sobre la prensa, secretos
gubernamentales, documentos clasificados o reuniones ocultas. La libertad no significa que puede tener acceso a todo lo que desee, o que alguien podrá revelarle todo lo que quiera saber; la libertad (por lo menos en su sentido existencialista) significa simplemente que puede intentar obtener lo que desea. No tiene la libertad de escribir o transmitir todo lo que quiere, sino la de esforzarse en hacerlo.

El verdadero periodista libertario encontrará siempre la manera de concretar mucho de lo que desea lograr. Este es el verdadero significado de la libertad, el núcleo de su esencia personalizada. Así, la libertad reside en el interior de la persona; no se ubica "afuera", en algún lugar de la sociedad, como una suerte de mercancía que se pudiese ceder o acaparar, según la decisión de una persona o de un grupo. Retomando la tesis, un tanto pesimista, expuesta al inicio de este ensayo, conviene destacar que el periodismo libertario en efecto corre peligro. Sin duda, diversos factores contribuyen a ello, pero una causa fundamental de la erosión de la libertad es el fracaso de los periodistas en querer que no se erosione. En la raíz del problema se encuentra, en buena medida, el periodista individual que ha abdicado de su lealtad al concepto de "libertarianismo". Las obligaciones (o supuestas obligaciones) con la sociedad han empezado a convertirse en su mayor preocupación –o, en el caso de muchos, en un letargo pasivo en sus labores periodísticas, carentes de una verdadera preocupación filosófica– social o individual.

El imperativo de la libertad es, en realidad, un imperativo para el periodista individual, aunque su espíritu puede insertarse en el tejido global de su sistema de prensa. De hecho, para cualquier periodista al que no le preocupe ser auténtico o verdaderamente humano, no existe un imperativo de libertad. Del mismo modo, ningún país o sistema de prensa sentirá la necesidad, o la urgente necesidad, de tener libertad de prensa, a menos que desee (en particular sus líderes) alcanzar su mayor o más alto potencial humano y autenticidad política. Así como un país nunca podrá lograr un desarrollo cabal sin una autonomía considerable, el sistema de prensa y el periodista individual nunca alcanzarán su verdadero potencial si carecen de autonomía.

Concluimos con ello estas notas individualistas sobre la autonomía y la libertad. La autonomía sustenta la autosuficiencia y la autoestima, obliga también al periodista a elegir, a comprometerse –a usar su libertad. Para el periodismo autónomo, o para el periódico independiente, no existe manera de huir de la libertad. Por tal razón, toda persona o unidad de prensa que en verdad desee la libertad luchará por una máxima autonomía. Esta es la clave del periodismo auténtico, es el imperativo de la libertad.