Nació en Breslau, Alemania, en
1902, en el seno de una familia judía, bajo el nombre
de Günter Stern. Con sólo dieciséis años
fue enviado al frente durante la Primera Guerra Mundial. Como
estudiante de filosofía fue alumno de Heidegger, Cassirer
y Husserl en Friburgo y, más tarde, durante el doctorado
en Francfort, de Adorno.
En 1933 se casó con la filósofa Hannah Arendt,
de la que se divorció pocos años después.
Desde la Universidad y a través de diversos artículos
denunció públicamente el ascenso del nazismo.
El triunfo de Hitler en Alemania le llevó a emigrar
a París y, posteriormente, a los Estados Unidos, donde
vivió primero con Hebert Marcuse y trabajó,
entre otras cosas, como secretario particular de Bertolt Brecht,
con quien ya había colaborado en Alemania.
La Segunda Guerra Mundial marcará el devenir de sus
argumentos filosóficos. Los campos de concentración
en Alemania –visita Auschwitz y no ve entre los despojos
la huella posible de su muerte y se siente ‘un desertor-
y las bombas atómicas norteamericanas sobre Japón
–publicará un libro de conversaciones con el
piloto de Hiroshima, Claude Eatherly- activan su pensamiento
pacifista, el descubrimiento de la divergencia entre los sentimiento
del ser humano y la realidad de la destrucción, la
‘ceguera ante el apocalipsis’. Estados Unidos
lo declara ‘persona non grata’ por lo que califica
de pensamiento ‘comunista’ (Con ocasión
de la entrega del premio Theodor Adorno, en 1983, Anders dijo:
"Soy sólo un conservador ontológico, en
principio, que trata de que el mundo se conserve para poder
modificarlo").
Desde su regresó a Europa, en 1950, encabezando un
movimiento frente al peligro atómico y el holocausto
y a favor de la paz mundial. Durante los últimos años
de vida, su crítica hacia el determinismo tecnológico,
el armamentismo, la destrucción del medio ambiente
y la anulación mediática de la democracia le
llevaron a proclamar que el uso de la violencia ciudadana
era el único arma posible frente a la violencia de
Estado, planteamiento que fue objeto de severas críticas.
Su obra más importante, Die Antiquierheit des Menschen [Lo anticuado del ser humano] (vol. I, 1956; vol.
II, 1980) que no ha sido traducida ni al español ni
al portugués, en una especie de diálogo con
el pensamiento de Heidegger hace un recorrido detallado por
el mundo de los medios y de la vida cotidiana, destacando
las disonancias entre la velocidad y la dirección tecnológica
y el pensamiento individual y social. De interés, el
capítulo del primer volumen 'Die Welt als Phantom und
Matrize. Betrachtungen über Rundfunk und Fernsehen' ['El
mundo como fantasma y matriz. Reflexiones filosóficas
acerca de la radio y la televisión] (págs. 97
a 212).
Falleció en Viena en 1992.
Han sido traducidas a las lenguas española y portuguesa: Kafka pró e contra, Perspectiva, São
Paulo, 1993; Nosotros, los hijos de Eichmann, Paidós,
Barcelona, 2001; Más allá de los límites
de la conciencia. Correspondencia entre el piloto de Hiroshima
Claude Eathrly y Günther Anders, Paidós,
Barcelona, 2003. |
Pensamiento controvertido
por su ácida crítica a la sociedad tecnológico-mercantil
y al papel balsámico que a su juicio juegan los medios
en la construcción de un consenso que burla los valores
de la democracia. Su pensamiento tiene ciertos entronques
con la Escuela de Francfort, pero cobra autonomía en
la dirección de la denuncia del armamentismo y la carrera
nuclear, como consecuencia de un desarrollo tecnológico
ajeno al desarrollo natural y al sentido antropológico
de la vida sobre la tierra. La tecnología alcanza una
velocidad de cambios dirigidos que deja atrás a la
sociedad civil, que deja ‘anticuado’ u ‘obsoleto’
al ser humano, que se ve obligado a correr tras los destellos
seductores del señuelo tecnológico, idealizado
por los medios de comunicación. Anders viene a advertir
sobre el efecto narcotizante del espectáculo de la
guerra, que permite ver y saber de la destrucción y
de la muerte de miles de personas coetáneas por las
que no somos ‘capaces de derramar una lágrima’.
Una acción que analiza también con ejemplos
históricos en los que la propaganda ‘civilizada’
tranquiliza anticipadamente los brotes de mala conciencia
que deberían provocar en el individuo la disonancia
entre el concepto de civilización y la destrucción
de la guerra.
Muchas de las críticas de Anders hacia los medios se
sustentan en su acción degradante sobre la cultura
cívica y democrática. La esencia de la democracia,
señala, radica en ‘poder tener una opinión
propia y, a la vez, poder expresarla’ pero hoy el mundo
se encuentra narcotizado frente al televisor y ‘se le
alimenta con opinión a cucharadas’. Por ello,
la idea de ‘tener opinión propia’ carece
de sentido, ya que es la propia ‘alimentación’
ideológica de la televisión la que define y
engorda el sistema. Sin opinión propia, se pregunta
Anders, ¿es posible la democracia?. Además,
los medios, que suministran el mismo ‘pienso’
a audiencias masivas, tampoco permiten la respuesta individual,
por lo que convierten a la audiencia en siervo mediático
del sistema.
Cuando la panacea del progreso se convierte en un desarrollo
económico sin límite, la satisfacción
de las necesidades humanas que describen su felicidad natural
es modificada por unas construcción cíclica
de necesidades falsas que actúan como estímulo
y control, como ‘colonización’ tecnológica
y mediática de las mentes.
En su ensayo ‘El Mundo Fantasmal de la TV’ (‘The
Phantom World of TV’ en B. Rosenberg y D. M. White (eds.), Mass Culture: The Popular arts in America, 1957)
hace una advertencia sobre los peligros de una sociedad que
reduce su capacidad de interlocución, su respuesta
crítica y reduce los nutrientes de opinión al
maná audiovisual: "Como el televisor es el que
habla, nos priva gradualmente del poder del habla, convirtiéndonos
en dependientes pasivos".
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La machine à images
(Reproducido
de Thierry Simonelli 'Technique
et normalisation selon Günther Anders').
Les réflexions de Anders sur la télévision
peuvent être résumées par les 8 thèses
suivantes (AM 2, pp. 252-256) :
1. La télévision nous dérobe la possibilité
même de l’expérience. En ingurgitant des
expériences toutes faites, notre faculté de
perception, notre faculté de jugement se mettent au
diapason des images déversées. La seule expérience
sensible qui reste est celle du mur d’images, livré
à domicile à l’état liquide, imperceptible
comme jugement et inaccessible à la critique.
2. De ce fait, il nous devient impossible de distinguer réalité
et représentation. En devenant réalité,
la représentation n’usurpe pas la place de la
réalité, elle absorbe la réalité
dans la représentation. La seule réalité
est celle qui, susceptible de se mettre en scène, apparaît
comme image.
3. Dès lors que le fantôme du monde devient matrice
du monde, il conditionne une « imitation inversée
». Chaque image (Bild) tend à prendre
la forme d’un idéal (Vorbild). Le monde
avant ou après l’image n’a plus le droit
d’exister qu’à titre de décalque
du décalque.
4. La livraison liquéfiée et liquéfiante
nous transforme en consommateurs permanents et nous fige dans
la position de la passivité du nourrisson. De même
que nous voyons des images d’un monde auquel nous ne
participons pas, nous entendons des discours auxquels nous
ne pouvons répondre. Voir devient ainsi du voyeurisme,
écouter (hören) une variante de l’obéissance
(Hörigkeit). Comme les images qui présentifient
un monde absent, nous sommes, en tant que spectateurs, présents
et absents tout à la fois.
5. La passivation équivaut à une perte de liberté.
Mais à une perte de liberté qui ne se manifeste
pas comme telle. Devant la télévision, nous
ne faisons pas l’expérience de la passivité.
Au contraire, nous nous retrouvons dans la position d’une
toute-puissance et d’une omniscience virtuelles, vécues
comme jouissives. Le monde est à la portée de
la main qui tient la télécommande.
6. Du fait d’être gavé d’images,
nous sommes gorgés d’idéologie. Les images
isolées, séparées, décontextualisées
interdisent toute représentation cohérente d’un
ensemble, d’une situation, d’un fait, concrets.
Cette parcellisation de l’image conditionne une sorte
de cécité causale face à l’ici
et au ceci.
7. L’infantilisation machinale nous fige dans la phase
«orale industrielle». L’assimilation de
nourriture en vient à constituer le seul modèle
de l’expérience.
8. Afin d’être le plus largement comestible, l’image
doit être désamorcée. Dans le flot sursaturant
des images, les différences s’estompent pour
laisser place au nivellement harmonieux. De même qu’un
grand nombre d’enseignes lumineuses se neutralisent
et donnent lieu à une lueur uniforme (AM 2,
p. 336), de même les images télévisées
nous précipitent dans une indifférence générale
où rien ne compte plus parce que tout y est unique
et extraordinaire. L’ouverture intégrale au monde
est la contrepartie de la cécité complète
du spectateur.
Il s’ensuit 5 conséquences:
1. Le monde est à la taille
(paßt) de l’homme
Comme tout produit, le monde des images est d’emblé
adapté à la consommation. C’est un monde
prêt-à-porter, ou plutôt un monde prêt
à la consommation. Il n’est plus ob-jet (Gegenstand)
comme il n’oppose plus de résistance ; grâce
à la télévision, la résistance
du monde est devenue imperceptible.
2. Le monde, en tant que monde disparaît
Le monde de la télévision fait partie de ce
type d’objet qui disparaissent à l’usage: les bines de consommation. Sa seule raison d’être,
est d’être consommé, absorbé, c’est-à-dire
supprimé en tant qu’objet.
3. Le monde d’aujourd’hui est post-idéologique
La télévision réalise l’utopie
post-idéologique marxienne sous forme inversée.
Marx pensait que la réalité réalisée
(11 thèse sur Feuerbach) pouvait prendre le relais
de la philosophie. Avec la télévision, c’est
la non-vérité qui se réalise de façon
triomphante. L’idéologie est rendue superflue
par le fait que les non-vérités sont rendues
réelles: «unwahre Aussagen über die Welt
– [sind] ‘Welt’ geworden» (AM
1). Les énoncés faux portant sur le monde
sont devenues monde. De même que nous sommes incapables
de départager des petits pains déjà cuits
en leurs matières premières pour les cuire à
nouveau, nous sommes incapables de réarticuler le monde
idéologiquement arrangé, découpé
et interprété de l’image télévisée.
4. Il n’y que des estampillés qui sont estampillés
Si l’image convient si bien au consommateur, c’est
que le consommateur lui-même a, de son côté,
été adapté à l’image. L’homme
est à la taille de ce monde de même que le monde
est à sa taille. Il existe une convergence parfaite
entre les deux qui fait que, l’estampillage passe sans
laisser de traces.
5. L’être-là au pays de cocagne est
radicalement non-libre
Notre choix se limite à la sélection des fantômes
livrés par la télévision ou la radio.
Nous sommes livrés à (remis aux mains de) nos
livraisons. Car, il ne nous est plus possible de juger par
nous même, de faire des expériences, de prendre
position.
L’aliénation est double. Marx avait mis à
jour la rupture du rapport entre le travailleur et son produit.
Le travail n’a plus de sens pour lui comme son objet
lui est dérobé. Or, selon Anders, il en est
exactement de même de la consommation, ou de la jouissance.
La vie aliénée ne consiste pas seulement dans
un travail sans fruit du travail, mais aussi en fruits sans
travail. Dans ce sens, la jouissance est tout aussi aliénante
que le travail désapproprié.
Il s’ensuit que la résitance elle-même
devient produit pour satisfaire la faim de l’effort.
En guise de repos de la livraison permanente de marchandises,
l’industrie fournit une marchandise supplémentaire: l’effort. Parmi ces marchandises, Anders range: le
sport, le hobby, le «do it yourself», les cours
et formations de créativité: expression de
soi créative, écriture créative, etc. |