Nació en Viena en 1870, en el seno
de una familia judía. Después de una infancia
enfermiza, comenzó sus estudios en la capital Austria,
en cuya Universidad concluyó los estudios de medicina
(1895). Durante el período universitario, se aproximó
a los grupos socialistas, donde conoció a su futura mujer,
la rusa Rassia Epstein.
Comprometido con sus ideas socialdemócratas, trabajó
como oftalmólogo entre las clases más modestas
de Viena, al tiempo que comenzó a analizar el comportamiento
humano a través de muchos ejemplos de sacrificio y lucha
por la mejora de la condición social desde posiciones
desfavorables.
En 1907 fue invitado por Freud a participar en su círculo
de discusión y debate. Adler discrepó muy pronto
de las posiciones de Freud y en 1911 creó su propio círculo
de ‘psicoanálisis libre’, no sujeto al determinismo
sexual en el análisis de la conducta humana. La ruptura
estuvo salpicada de una fuerte respuesta de Freud, que llegó
a calificarle de 'reaccionario'. En 1912, publica su libro más
relevante, El carácter neurótico. Adler
desarrolla conceptos como el ‘interés social’
y el ‘estilo de vida’, con los que estructura su
análisis del comportamiento individual en sociedad. Está
considerado como uno de los fundadores de la psicología
social.
En 1926 comenzó a visitar universidades de Estados Unidos,
nación a la que se trasladará definitivamente
en 1934, donde buscó acogida tras el triunfo de Hitler.
Murió en 1937, cuando impartía un curso en la
Universidad de Aberdeen, Escocia.
Entre otras, han sido traducidas a la lengua española: Superioridad e interés social, Fondo de Cultura
Económica, México, 1964; El sentido de la
vida, Espasa-Calpe, Madrid,1975; El carácter
neurótico, Paidós, Barcelona, 1984; El
conocimiento del hombre, Espasa-Calpe, Madrid, 1984.
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Aunque es uno de los padres del psicoanálisis,
tanto esta corriente analítica como la propia obra de
Adler han influido significativamente en la formulación
de las teorías cognitivas y de comunicación interpersonal
y social.
El psicoanálisis individual de Adler toma a la persona
como centro de estudio del comportamiento ya no sólo
psicológico personal, sino en su plena dimensión
cívica. El pensamiento de Adler está muy vinculado
a la idea de ‘cultura democrática’. La democracia
aparece como un escenario de neutralización de tensiones
y violencias, con normas de juego claras, donde el individuo
puede desarrollar sus capacidades.
El estadio de normalidad social se construye a través
de las estrategias educativas (familia, escuela, medios...)
que conducen al desarrollo de ‘interés social’
en el individuo. La ausencia de ‘interés social’
es una patología que provoca neurosis (desarraigo, malestar,
agresividad...). Los estados autoritarios, en los que rige la
violencia, están más cerca del orden rígido
e inmutable de la ‘vida social’ que se observa en
las especies animales (p. ej.: las hormigas).
El individuo llega al estadio social por su naturaleza diferencial
de otras especies vivas: una capacidad de observación
que le permite compararse y trabajar con estrategias que habilitan
el desarrollo de sus proyectos. La observación de la
desigualdad (fuerza, inteligencia, salud, riqueza) genera disonancias
cognitivas que pueden desencadenar complejos y patologías
violentas o, por el contrario, proyectos de superación
motivados por la ficción finalista de ser mejor o alcanzar
determinadas metas. Adler parte de la idea de la inferioridad
como estancia de partida para la superación, para la
ocupación de una posición de poder ser individual.
La idea de la voluntad de poder de Nietzsche aparece en Adler
como una expresión individual de propensión al
dominio, como impulso que cobra una importancia muy superior
al sexual. Las frustraciones aparecen más en el entorno
de las limitaciones de poder, las inferioridades, que en las
frustraciones sexuales descritas por Freud. La cultura democrática
y el estado del bienestar amortiguan esas tensiones de partida
y reconducen las ambiciones a ‘estilos de vida’
donde es más fácil la normalidad psicológica.
Las instancias de socialización –Adler
da una gran importancia al círculo familiar- son determinantes
en el encaje del individuo en un ‘estilo de vida’,
un concepto amplio del ambiente vital -el conjunto de circunstancias
personales-, que sólo de una manera reduccionista recoge
hoy la sociología del consumo. El ‘estilo de vida’
o el ambiente social en el que se desenvuelve el individuo se
integra en la personalidad a modo de una extensión cultural.
Incluso los sueños están relacionados con el ‘estilo
de vida’ y se unen a él. Sin duda, un concepto
que no ha perdido su vigencia.
También habla Adler de las ‘ficciones finalistas’,
aquellas representaciones de escenarios futuros que actúan
de acicate para la superación, para la lucha por la consecución
de unos objetivos, incluso de aquellos que pertenecen al espacio
en el que se articulan las visiones religiosas de lo divino
y del más allá.
Para Adler, el pasado no tiene la influencia decisiva que juega
en Freud, ya que entiende que las motivaciones conducen a una
potencialidad constructiva que permite definir nuevas metas,
nuevos horizontes. Hay aquí un sentido menos pesimista
y más humanista que en Freud.
Tanto por la proyección democrática del planteamiento
teórico como por la importancia que juega en el individuo
el proceso de formación-adaptación, deformación-
desadaptación, tácitamente puede asociarse a su
pensamiento, o plantearse a partir de él cuál
es el papel de los medios en la plasmación de ese proceso
o en el desarrollo de la cultura democrática. Los medios
pueden, desde esta perspectiva, ser agentes de desadaptación,
generación de violencia y pérdida de ‘interés
social’ en el individuo, esto es, de neurosis.
El desarrollo del ‘interés social’ conduce
a la estabilidad, la cooperación, la aceptación
del otro, la reducción del egoísmo –el egoísmo
es una expresión de sentimiento inferioridad-, la paz.
Algunos autores han visto aquí rasgos argumentales del
fenómeno multicultural. Su degradación, por el
contrario, lleva a las neurosis individuales que, asimismo,
afectan al ‘estilo de vida’ y conducen al malestar
social y la crispación. Desde la perspectiva de Adler,
la estrategia socializadora tiene un papel decisivo, por consiguiente
atribuye a la creación de condiciones para la vida social
un papel de neutralización de las tensiones subyacentes
en la matriz psicológica del individuo. En este sentido,
resulta determinante el papel asignado a los primeros años
de formación en cuanto a la creación de instrumentos
de encaje social, independientemente de las visiones finalistas
marcadas por su afán de superación o consecución
de metas personales.
Las propuestas terapéuticas de Adler se basan en la comunicación
familiar, el análisis de los ingredientes del ‘estilo
de vida’ y las estrategias encaminadas a fortalecer el
‘interés social’ del individuo.
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