PÚBLICO-PRIVADO, ESPACIO-TERRITORIO: |
Texto enviado por el autor a Infoamérica. |
Abstract Me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles,
intangibles, intocados y casi intocables, Mis espacios son frágiles: el tiempo va a desgastarlos,
va a destruirlos: Georges Perec, “Especies de espacios”
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Público-privado |
La distinción entre espacio público
y privado se ha referido a lo largo de la historia de las urbes occidentales
a la designación de dos esferas con características, prácticas
y usos diferentes. se situó en otros escenarios urbanos: salones, cafés y clubes fueron los lugares en que los burgueses, habitantes del burgo, elaboraban la argumentación racional de los derechos colectivos, la opinión ilustrada que aspiraba ya a trascender los territorios de minorías y emancipar a todos (op. cit.) De lo anterior se desprende un concepto de espacio público como lugar preferenciado para la realización de prácticas que implican la toma de decisiones y el establecimiento de lineamientos de organización colectiva. Más allá, constituye la esfera en que las cosas se vuelven “reales” bajo el consenso de los otros, el lugar desde donde se definen los significados compartidos que sustentan la condición humana, como explica Arendt: Sólo donde las cosas pueden verse por muchos en una variedad de aspectos y sin cambiar su identidad, de manera que quienes se agrupan a su alrededor sepan que ven lo mismo en total diversidad, sólo ahí aparece auténtica y verdaderamente la realidad mundana. Bajo las condiciones de un mundo común, la realidad no está garantizada principalmente por la “naturaleza común” de todos los hombres que la constituyen, sino más bien por el hecho de que, a pesar de las diferencias de posición y la resultante variedad de perspectivas, todos están interesados por el mismo objeto (1993: 66-67). En contraposición a la definición anterior, espacio privado, siguiendo con Arendt, sería aquel en el cual cada individuo es “tangible y mundano lugar de uno mismo” (op. cit). La importancia de la propiedad privada, con el advenimiento de la industrialización, llevaría a destacar el papel del individuo como recurso indisputable por otros, la posesión de su propio cuerpo como “fuerza de trabajo” (Marx, retomado por Arendt, op. cit). Conceptualización tal que, además de destacar la protección de sí mismo bajo una lógica económica, conduce a la generación de prácticas encaminadas a salvaguardar aquello que se desea mantener fuera de la publicidad: Una vida que transcurre en público, en presencia de otros, se hace superficial. Si bien retiene su visibilidad, pierde la cualidad de surgir a la vista desde algún lugar más oscuro, que ha de permanecer oculto para no perder su profundidad en un sentido muy real y no subjetivo. El único modo eficaz de garantizar la oscuridad de lo que requiere permanecer oculto a la luz de la publicidad es la propiedad privada, lugar privadamente poseído para ocultarse (Arendt, 1996: 76-77). O, en palabras de Monnet (1996: 11), se podría distinguir entre
lo privado como ámbito del interés individual (intimidad
física y preocupaciones económicas) en oposición
a la esfera de interés común de los espacios públicos
(incluyendo, entre otros, asuntos de “modales en sociedad”, ciudadanía
y decisión colectiva). Doméstico vs. laboral, familiar vs.
social, económico vs. político, son algunas de las dicotomías
que se han asociado a la distinción entre espacios públicos
y privados. Pero no sólo eso, algunos autores cuestionan la utilidad de dicha
dicotomía ante fenómenos tales como Internet, la expansión
de los medios masivos de comunicación Otro tipo de espacio que ha sido descrito como integrado a partir de
experiencias colectivas e individuales (o públicas y privadas)
al mismo tiempo, son los recorridos realizados en medios de transporte.
Augé (1994, 1998) reflexiona acerca de las relaciones espacio-temporales
que determinan en lugares como estos vivencias que van desde la mayor
subjetividad del individuo durante su trayecto hasta las interacciones
que comparte con el resto de los usuarios. Un viaje que se hace en varios
planos: hacia adentro, hacia adelante, y con el resto de los objetos/sujetos
que comparten el mismo campo de acción. El mismo autor agrega la
naturaleza de “soledad en compañía” que se presenta en los
vagones del tren o del metro, en los andenes, en los aeropuertos; misma
que podría ser traducida como experiencia de lo privado-público
simultáneamente. Se ve claramente que por “no lugar” designamos dos realidades complementarias
pero distintas: los espacios constituidos con relación a ciertos
fines (transporte, comercio, ocio), y la relación que los individuos
mantienen con esos espacios (...) los no lugares mediatizan todo un conjunto
de relaciones consigo mismo y con los otros que no apuntan sino indirectamente
a sus fines: como los lugares antropológicos crean lo social orgánico,
los no lugares crean la contractualidad solitaria (Augé, 1994:
98).
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Espacio-territorio |
Otra dicotomía frecuentemente utilizada
por los investigadores para referirse a los campos de relaciones sociales
es la que se refiere a espacio-territorio. El territorio es un espacio con unas características determinadas, que de manera general podríamos denominar sociales y culturales (...) el territorio es un espacio socializado y culturizado [Esto] nos permite parcelar y tratar aquellas formas espaciales que conllevan significaciones socioculturales, tales como la casa, las propiedades territoriales, los espacios de ubicación grupal, propios o extraños, y de manera general cualquier formalización o simbolismo, que operando sobre una base espacial, actúe como elemento sociocultural en el grupo humano, abriéndosenos así las puertas de las cosmogonías, de las creencias, de las supersticiones y de cualquier otro tipo de folklore que se relacione con el tema (p. 26). Así, el territorio es aquel espacio semantizado, marcado con los
símbolos de identidad y las normas de relación del grupo
que lo ocupa, lo reviste y lo mantiene como tal. Se sabe que esta definición conjuga las propiedades de un espacio de circulación regido por un “derecho de visita” –la hospitalidad universal, al contrario del derecho de acogida en casa, no garantizan sino el simple paso por el territorio de otro- y las propiedades de un espacio de comunicación regido por un derecho de mirada que impone a toda acción la satisfacción de las exigencias de una palabra pública, es decir, someterse a los protocolos de la confesión y a los procedimientos de la justificación (Joseph, 1999: 40). Hasta aquí la diferencia entre espacio y territorio parece clara;
no lo es tanto, sin embargo, en contextos cuyas realidades económicas,
sociales o políticas conducen a una mezcla de ambos en un mismo
espacio. Lugares en los que el territorio como recurso es escaso o en
los que el espacio, que en teoría es de libre acceso, en realidad
presenta una serie de obstáculos para algunos grupos o individuos
que deseen disfrutar de su “derecho de visita”.
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Hacia una definición de espacio público |
El objetivo de presentar en este trabajo
las discusiones que se suscitan alrededor de conceptos como espacio, territorio,
publicidad o privacidad consiste en esclarecer los límites que
una definición de espacio público presenta. Uno no puede dejar de pensar en lo irónico que resulta que toda la estrategia para “evitar” la ciudad tenga que ser vista como aquello que captura, precisamente, su esencia (p. 141). Dicha dinámica de ordenación hace alusión a un ritmo que, en ocasiones más rápido o más lento, podría constituir la base de estos “no lugares”. Espacios que están “por llenar” todo el tiempo con el flujo de las experiencias y encuentros que ahí se dan lugar. Son Estructuras estructurantes, puesto que proveen de un principio de vertebración, pero no aparecen estructuradas –esto es concluidas, rematadas-, sino estructurándose, en el sentido de estar elaborando y reelaborando constantemente sus definiciones y propiedades, a partir de los avatares de la negociación ininterrumpida a que se entregan unos componentes humanos y contextuales que raras veces se repiten (Delgado, 1999: 25). Son, así mismo, los lugares intersticiales, liminales, de frontera
a que han hecho referencia los expositores de la Escuela de Chicago en
el sentido de ser espacios neutros en el que se dan todo tipo de ambigüedades
–vs. códigos o comportamientos establecidos rígidamente-
y componentes de los ritos de paso. Tránsito entre un mundo En la calle, no sólo yo es otro, sino que todo el mundo es, en efecto, otro (...) Hay que repetirlo, el espacio público –baile de máscaras, juego expandido- lo es de la alteridad generalizada (Delgado, 1999:120) Es una alteridad que precisamente por serlo, se reconoce y afirma en
los comportamientos de otros. Haciendo como el resto, como le corresponden
a él y a cualquier otro en el espacio que comparten, es que ve
satisfecha su conciencia social. La significación social de los objetos [en este caso aplicado a los cuerpos en movimiento y a las relaciones que de ahí se derivan [4]] proviene del hecho de dar sentido al curso de nuestras interacciones. Y si algunas de estas significaciones son estables en el tiempo, tienen que ser negociadas en cada nueva interacción. La interacción se define como un orden negociado, temporal, frágil, que debe ser reconstruido permanentemente con el fin de interpretar el mundo (...) el mundo social no se da, sino que se construye “aquí” y “ahora” (Coulon, 1998: 18-19). Así, el espacio público representa el lugar en el que confluyen
variables relacionadas directamente con las condiciones de modernidad;
desde sus características materiales –movimiento, interconexión,
anonimato, entre otras- hasta sus consecuencias en la interacción
–de negociación instantánea, fragmentaria, basada en la
externalización o las “fachadas” de la persona.
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Bibliografía |
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[1] Para el área de comunicación masiva los trabajos de García Canclini, 1990; González, 1990; Martín Barbero, 1987; Orozco, 1994; entre otros, retoman en el contexto latinoamericano la hibridación público-privado. Algunas prácticas semejantes son reportadas para el caso europeo a través de Ang, 1990; Fiske, 1987; Morley, 1992. [2] Ver autores de la escuela culturalista latinoamericana y europea. Esta realidad se presenta sobre todo en contextos en los que otros medios de recreación se encuentran fuera del alcance social o económico de las familias. Estudios en México, Brasil, Colombia, Venezuela, Argentina y Chile así lo demuestran. [3] Descritos por Van Gennep (1986, p. 20) como aquellos que “agrupan todas la secuencias ceremoniales que acompañan el paso de una situación a otra y de un mundo (cósmico o social) a otro”. |
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