El iceberg de la comunicación: la experiencia escondida (Ponencia del Congreso Internacional de Promoción y Comunicación en Salud. Medellín, Colombia, 4-6 de Diciembre 2002)

Alfonso Gumucio

Texto enviado por el autor a Infoamérica.

 
INTRODUCCIÓN
 

El mundo académico latinoamericano le ha dado durante muchos años la espalda a la investigación sobre comunicación popular, alternativa y participativa. De alguna manera ha sido responsable de la falta de legitimidad y la carencia de apoyo a las experiencias independientes que con gran esfuerzo han surgido en sectores populares de la sociedad latinoamericana, a veces en medio de contextos políticos muy difíciles, donde la vida misma estaba en juego.
Mientras a lo largo y a lo ancho del continente -particularmente durante los años sesenta, setenta y ochenta- se desarrollaban aventuras comunicacionales con profunda raigambre en el pueblo, los académicos miraban hacia el norte en busca de orientación, y preferían enterarse de lo que sucedía en América Latina a través de lo escrito en inglés por académicos norteamericanos o europeos, que de alguna manera daban la “certificación” académica sobre los temas de investigación.

En el plano de la teoría, muchos de nuestros académicos preferían leer a Schram, Rogers, Lerner, o Mattelart, entre otros, en lugar de enterarse de los que sobre temas similares tenían que decir Juan Diaz Bordenave, Daniel Prieto Castillo, Rafael Roncagliolo, Luis Ramiro Beltrán... para no citar sino a unos cuantos. Solo cuando estos últimos aparecían citados por los académicos norteamericanos, fueron tomados en cuenta en América Latina.
Esta distorsión académica ha tenido consecuencias nefastas para los movimientos de comunicación en el continente. Por una parte, le ha dado la espalda a la realidad y a la práctica comunicacional, y de ese modo ha impedido que experiencias fundamentales de comunicación participativa con sentido ético y transformador, permanezcan desconocidas. Por otra parte, ha separado al mundo académico de las necesidades de los países y de la región, distorsionando el sentido de la investigación sobre comunicación, y –peor aún- los contenidos de los estudios universitarios sobre comunicación.

Es importante que los centros de estudio especializados en comunicación de América Latina se miren críticamente en el espejo de la realidad, y recuperen un sentido y una orientación que contribuya al fortalecimiento de una comunicación ciudadana basada en la independencia, en la ética, y en las necesidades de paz, desarrollo e integración de la región.

 
LA TORRE DE MARFIL
 

No es gratuito el apelativo de “torre de marfil” que recibe muchas veces el mundo académico. La percepción es que muchas universidades funcionan en un espacio cerrado que no tiene vinculación con la realidad. Esto es más grave aún en países dependientes y subdesarrollados del Tercer Mundo, donde las necesidades sociales son más apremiantes, y donde resulta más incongruente que la investigación académica se desarrolle al margen de los que sucede en cada país. Es incongruente y hasta inmoral, porque las universidades le cuestan mucho más a los países dependientes y pobres que a los países dominantes y ricos. Con el costo que representa cada egresado universitario en nuestros países, se podría garantizar la educación básica para muchos niños. La universidad tiene un papel que cumplir en la sociedad y se justifica cuando sirve los intereses de la sociedad, en lugar de servirse de ella para actuar en forma excluyente. En nuestra región se siguen privilegiando carreras que al país no le sirven, o se orienta ciertas carreras útiles a la sociedad, de una manera que no beneficia al conjunto de la población. Sobran abogados desempleados y faltan defensores de la justicia social, sobran médicos concentrados en los centros urbanos mientras miles de niños mueren de diarrea en áreas rurales, sobran arquitectos y faltan urbanistas, y así sucesivamente.

El campo de la comunicación no está al margen de esas taras. Para empezar, se confunde información y comunicación. Lo mismo se dice “medios de información” que “medios de comunicación”, y pocos son conscientes de que no es lo mismo. Nuestras universidades siguen produciendo centenares de periodistas, aunque años atrás hayan cambiado el nombre de las facultades de periodismo a institutos, facultades o carreras de “comunicación social”. En realidad, los contenidos han cambiado poco o nada: siguen produciendo masas de periodistas, publicistas, relacionadores públicos, y muy pocos comunicadores. Las universidades atienden las demandas de un mercado comercial e industrial, el de las empresas privadas, y en muy pocos casos reflexionan sobre las necesidades comunicacionales de la población, sobre todo en el campo de la cultura, del desarrollo y del cambio social. Son excepciones honrosas aquellas universidades latinoamericanas que en años recientes han creado carreras, facultades o especialidades en comunicación para el desarrollo y menos aún las que empiezan a manejar el concepto de comunicación para el cambio social.

 
NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA
 

Una gran paradoja tiene lugar en América Latina. Por una parte es la región en el mundo donde la comunicación popular, alternativa y participativa ha tenido una historia más rica. Por otra parte, es la región donde el mundo académico ignora esas experiencias, no la estudia suficientemente, no elabora a partir de ellas aportes teóricos, no se compromete en el apoyo concreto para que esas experiencias se fortalezcan. Universidades de Europa y América del Norte suelen apoyar proyectos de comunicación participativa en Asia, África y América Latina, mientras las propias universidades latinoamericanas, con contadas excepciones, están más preocupadas de aprender las teorías a través de los libros que se publican en Estados Unidos o en Europa, generalmente en inglés

Cualquier estudiante de “comunicación social” en América Latina conoce los textos y las teorías de Schram, Lerner, o Rogers, para no mencionar sino a tres importantes ideólogos de la comunicación de Estados Unidos. Ese mismo estudiante ignora los aportes de Luis Ramiro Beltrán, Diaz Bordenave, Prieto Castillo o Reyes Matta, a menos que sea “de rebote”, es decir, porque sus nombres aparecen en alguna bibliografía de autores europeos o norteamericanos. Solo valoramos lo nuestro cuando ya ha sido “certificado” en alguna universidad del norte o en algún encuentro internacional. Esto tiene un doble efecto perverso. Por una parte muchos de los que pudieron ser nuestros pensadores sobre el tema de la comunicación, abandonaron su camino o no pudieron trazarlo con la misma fuerza que lo hubieran hecho si se hubiera reconocido su aporte a tiempo. Por otra parte, muchos de los textos producidos en los años sesenta, setenta y ochenta han desaparecido, porque en América Latina publicar es una tarea de titanes, y solamente los libros sobreviven, relativamente, al olvido. Cuando se trata de ponencias, artículos en revistas y periódicos, o textos inéditos, lo más seguro es que existan solamente en contadas bibliotecas. Muchos texto valioso no han vuelto a publicarse, de manera que las nuevas generaciones no tienen oportunidad de conocerlos; es como si nunca hubieran existido.

En el proceso histórico de los últimos cuarenta o cincuenta años, se ha perdido la oportunidad de rescatar una multitud de experiencias nacidas de la propia sociedad, para elaborar a partir de ellas aportes teóricos que hoy serían paradigmáticos a nivel mundial. En cambio, nuestros estudiantes se aplican a aprender los textos de académicos de países industrializados que escriben sobre la comunicación en el Tercer Mundo, cuando en realidad su experiencia se reduce a unas cuantas visitas académicas y en muchos casos a simples revisiones bibliográficas. Muchos académicos en universidades del norte escriben sobre lo que han leído, no sobre lo que han vivido. De ahí que muchos libros sean solamente re-lecturas críticas de otras lecturas, re-elaboraciones de los mismos datos. La realidad en la que se originaron esas ideas, va quedando paulatinamente cada vez más lejos. En América Latina también existe esa tendencia, de escribir sobre lo que otros han escrito, en un círculo cerrado que no se abre sino muy ocasionalmente hacia la realidad.

 
LA PUNTA DEL ICEBERG
 

La figura de un iceberg, donde se ve solamente la punta mientras su masa principal permanece escondida bajo el agua, nos sirve para describir el conocimiento que tiene el mundo académico de las experiencias de comunicación concretas. Todos conocemos apenas un poco de lo que existe, y por ello nuestro aprendizaje de la realidad es también limitado.
Por ejemplo, un fenómeno tan importante como el de las radios mineras de Bolivia, una experiencia a todas luces paradigmática de lo que pueden llegar a ser los medios comunitarios, no se conoció fuera de Bolivia sino en los años ochenta, a veinte años de haberse iniciado. Aunque se habían publicado alguno artículos sueltos, no fue sino en 1984 que la UNESCO produjo un film documental sobre el tema, y recién en 1989 que se organizó en Bolivia –también con apoyo de la UNESCO- el primer simposio internacional sobre las radios mineras, como resultado del cual se publicó el primer libro que aborda el tema de las radios mineras en su conjunto [1]. Si esto sucedió con una experiencia tan importante, podemos deducir que muchas otras experiencias latinoamericanas quedaron en el olvido. Hemos perdido la memoria de ellas, y al hacerlo, no hemos podido contribuir en su proceso de crecimiento. Sabemos, por ejemplo, que la radio comunitaria es de una gran riqueza y diversidad en la región, pero tenemos información, estudios y documentos sobre muy pocas emisoras. Desconocemos el trabajo, la historia y el proceso comunicacional de la mayoría de ellas.

Mientras tanto, cualquier proyecto institucional de “mercadeo social”, de los que cuentan siempre con un frondoso apoyo internacional, cierra con broche de oro al cabo de dos o tres años, con publicaciones a todo color, evaluaciones altamente positivas, T-shirts, carteles de publicidad, cassettes de música, CD-ROMs... y automáticamente se convierte de ese modo en una referencia para los estudiosos de la comunicación.

Es una responsabilidad de las universidades y otros centros de estudio de la comunicación, investigar y re-descubrir las experiencias que hoy por hoy están debajo del nivel del agua que cubre el iceberg. Para ella, antes que recursos, falta un compromiso con la realidad comunicacional de nuestro continente. Hay muchas áreas en las que los estudiantes de comunicación social pueden aportar, así como los centros de investigación y de comunicación para el desarrollo. Hay algunos ejemplos honrosos, como el Servicio de Capacitación en Radio y Televisión para el Desarrollo (SECRAD) de la Universidad Católica Boliviana en La Paz. El SECRAD se ha puesto como misión apoyar el desarrollo de los medios comunitarios en zonas mayoritariamente indígenas. Realiza tareas de capacitación, de investigación, de producción y de apoyo técnico a las emisoras comunitarias aymaras y quechuas, en áreas rurales de Bolivia.

 
TAREAS Y COMPROMISOS
 

Los centros académicos pueden apoyar varias áreas de la comunicación, en el proceso de identificarse con la realidad de la región y de utilizar de la mejor manera los recursos disponibles. Estas son algunas ideas sobre documentación, capacitación, investigación, apoyo técnico, tecnología y formación de redes.

INVESTIGACIÓN & DOCUMENTACIÓN

Ir en busca de la parte escondida del iceberg, de aquello que no se conoce todavía. En lugar de investigar una y otra vez los mismos temas, las mismas experiencias, buscar otras nuevas, rescatar aquellas que de alguna manera se han extraviado en el pasado por falta de atención. Esto significa una hermosa aventura de ir a las fuentes primarias de las experiencias, y no solamente a las fuentes bibliográficas, que pueden no existir. Significa llegar a las comunidades mismas, explorar la memoria de los actores y participantes de la experiencia desde sus orígenes.

ANÁLISIS & DIFUSIÓN

La información sobre las experiencias de comunicación para el cambio social puede ser la base de elaboraciones teóricas novedosas, para ello hay que analizarlas, compararlas entre sí y en el contexto histórico y social correspondiente, sistematizarlas y difundirlas para que sean accesibles y para que sirvan de referencia para otras experiencias similares. Esta una tarea que corresponde plenamente con la misión de las universidades: la búsqueda de la verdad y la democratización del conocimiento. En lugar de que los estudiantes de comunicación hagan la décima tesis sobre un tema trillado, que desarrollen su capacidad de investigar y de descubrir nuevos temas.

CAPACITACIÓN

Los centros de conocimiento especializados en comunicación tienen una gran responsabilidad en la tarea de apoyar la capacitación de sectores sociales que emprenden actividades comunitarias de comunicación. Talleres de radio, de investigación, de prensa, de redacción, de fotografía, son esenciales para los procesos comunicacionales que están en proceso de consolidación. La universidad no debe verse a sí misma como el centro de los privilegios en el campo de la educación, como la institución de la investigación pura, sino de la investigación aplicada a la realidad social.

APOYO TÉCNICO & TECNOLOGÍA

El ámbito académico tiene el privilegio de estar al tanto de las innovaciones tecnológicas en el campo de la comunicación. Por ello puede contribuir a que las experiencias de comunicación de la sociedad civil se fortalezcan haciendo el mejor uso posible de la tecnología, una tecnología apropiada a las necesidades. En muchos proyectos de comunicación participativa hemos visto el riesgo de sobredimensionar los aspectos técnicos, o por el contrario, de minimizarlos. Muchos recursos han sido malgastados porque a veces se cree que basta tener los equipos más sofisticados para ser una mejor emisora; mientras en otros casos, la extrema pobreza de las experiencias ha impedido que puedan renovar sus instalaciones. Las universidades pueden contribuir a racionalizar el uso de la tecnología, contribuir en las definiciones de equipos para las emisoras comunitarias, hacer recomendaciones sobre la convergencia tecnológica entre radio, video e Internet.

FORMACIÓN DE REDES

Una de las razones por las que ciertas experiencias de comunicación para el cambio social han trascendido y otras no, es por su mayor o menor capacidad de conformar redes. La articulación de redes entre experiencias de comunicación social comunitaria representa un nivel de desarrollo más alto, en el que intervienen aspectos de solidaridad social, interculturalidad, identidad, que van más allá de los intercambios de información. El apoyo a la constitución de redes es un aspecto que pueden apoyar las universidades comprometidas con las experiencias de comunicación para el cambio social. Hay importantes experiencias de redes nacionales y regionales que deben servir como antecedente [2].

LEGISLACIÓN

Los medios de comunicación comunitarios, alternativos y participativos están en una situación peor a la que estaban hace 20 años. Muchos de ellos nacieron al calor de la lucha política y social, y no le pidieron permiso a nadie para existir, en la medida en que ocuparon un espacio social y recibieron un apoyo total de sus audiencias. Sólo una vez eran muchos y fuertes, los gobiernos de la región los aceptaron como interlocutores válidos de la sociedad, y aprobaron leyes que hacían legítima su existencia. En algunos países incluso hubo políticas comunicacionales de Estado que alentaron la creación de medios comunitarios, en otros, fueron duramente reprimidos sobre todo en el periodo de las dictaduras militares.

En años recientes, esa represión ya no ha sido necesaria. La ola de privatizaciones que trajo la globalización económica, dejó sin efecto las leyes que favorecían a los medios de comunicación comunitarios. Una sola ley se impuso: la del más fuerte en términos económicos. Las frecuencias fueron subastadas al mejor postor y las radios comunitarias fueron declaradas ilegales o “piratas”. Otra vez, se plantea la necesidad de legitimar a los medios comunitarios (radio, televisión, TICs), a través de una legislación adecuada a los tiempos actuales, que reconozca la función de los medios comunitarios en la educación, la cultura, el cuidado del medio ambiente, la promoción de la salud, etc. Las universidades tienen una enorme responsabilidad en la defensa de una legislación que proteja y promueva los medios comunitarios.

 
LECTURA CRÍTICA DE LAS AUDIENCIAS
 

Por la abundancia de bibliografía y por las tendencias actuales de la globalización de los mercados y de la cultura, los estudiantes de comunicación social de América Latina están expuestos sobre todo a un modelo de “comunicación” (entre comillas), que es vertical, homogenizador, ajeno a las particularidades culturales y cuyos objetivos son concurrentes con los del comercio. En la medida en que la globalización ha tenido como consecuencia la aniquilación de la industria nacional en muchos de nuestros países, la población está destinada a convertirse en simple consumidora de productos multinacionales.

La publicidad es el modelo de información predominante. De ella dependen, tristemente, las otras. El manejo informativo de las emisoras de radio o de televisión está íntimamente condicionado por las pautas comerciales. La libertad de opinión está muy restringida en la medida en que pueda afectar intereses creados. Los anuncios de publicidad en los espacios informativos de los medios masivos, ocupan tanto tiempo como la propia información. Incluso en el cine comercial, la publicidad ha penetrado de una manera escandalosa: no pasan cinco minutos sin que el espectador esté expuesto a un mensaje publicitario que aparece “por casualidad”, una marca de cigarrillos, una línea aérea, o una bebida gaseosa conocida. Una película muy conocida, “Cast Away” de Robert Zemeckis con Tom Hanks, es de principio a fin una publicidad para la empresa de courier Fed-Ex, y además de otras marcas, como la pelota marca Wilson con la que habla el personaje del náufrago.

El condicionamiento de las audiencias de los medios masivos es total. Hubo un tiempo en que en áreas rurales se podía vivir al margen del bombardeo publicitario, pero ya no es el caso. Las nuevas tecnologías, los satélites, la televisión por cable, se han extendido sin dejar espacios neutros o vírgenes. Las audiencias masificadas reciben los mismos estímulos publicitarios; unos, en los centros urbanos, se convierten en fervientes consumidores, y otros, sobre todo en áreas rurales y sectores marginados de las ciudades, se conforman con soñar en convertirse algún día en consumidores.
El reto para la comunicación para el cambio social es aún mayor en estas condiciones, pues la radio y la televisión comunitaria ya no cuenta con una audiencia cautiva, como pudo ser hace 20 o 30 años. Esa misma audiencia está ahora sometida a diferentes influencias, por una parte la de los medios comerciales cuyo eje es la publicidad; por otra los medios confesionales, cuyo eje es el proselitismo religioso; y por otra –cuando existe- los medios alternativos cuyo eje es y debe ser la participación.

Los medios comunitarios, alternativos y participativos tienen que competir con verdaderas empresas comerciales o religiosas, en el uso de recursos técnicos. Quizás los contenidos de los medios comunitarios sean los más apropiados para el desarrollo social, económico y cultural de la comunidad, pero su formato puede ser rechazado por una audiencia cuya percepción ya ha sido distorsionada por los espejitos de la publicidad. Es uno de los mayores desafíos crear una programación que sin sacrificar su contenido, sea atractiva para esa audiencia.

Cuando se acusa a los medios comunitarios de ser aburridos o tediosos se está criticando sobre todo el formato (larguísimas entrevistas, mucha improvisación y poca creatividad), no tanto la naturaleza de los contenidos (salud, educación, promoción de la mujer, derechos humanos, etc). Paradójicamente esos mismos críticos no acusan a los medios comerciales de ser pura forma, pura publicidad y totalmente carentes de contenidos que sirvan a la audiencia. Sobre el papel adormecedor y alienante de los medios masivos ya se ha escrito desde hace 30 años. La paradoja es que ahora cuando esos medios logran con mayor eficacia sus objetivos, los análisis críticos hayan disminuido. ¿Será que la percepción de los medios como legítimos instrumentos comerciales ya se estableció como norma, y que a nadie extraña ahora su posición dominante?

De cara a la audiencia, el papel de los medios comunitarios sigue siendo, más que nunca, un papel de crecimiento de la conciencia crítica ante los medios. La audiencia debe tener la posibilidad de discriminar, de analizar, de escoger, de rechazar, lo que le ofrecen los medios, incluidos los medios comunitarios. Una audiencia crítica puede abrir los ojos ante las percepciones que quieren imponerle. En este sentido, los medios comunitarios tienen un importante papel que cumplir. Y si lo cumplen, las audiencias que viven bajo la influencia compartida de los medios comerciales, confesionales y comunitarios, están en mejores condiciones de reaccionar de una manera crítica e independiente, que aquellas audiencias que están sometidas solamente a la influencia de los medios comerciales.

 
CONCLUSIÓN
 
Hay un campo enorme y por el momento casi vacío en el que el mundo académico puede interactuar con el mundo de la comunicación comunitaria. Es poco lo que se ha hecho ahora para vincular ambos mundos a favor del desarrollo y el cambio social que es impostergable en los países de nuestra región. Las oportunidades son múltiples, tanto en el campo de la investigación, como en el de la acción.
 
 
NOTA SOBRE EL AUTOR
 

Alfonso Gumucio Dagron, boliviano, es especialista en comunicación para el desarrollo con experiencia en África, Asia, América Latina y El Caribe. Trabajó durante siete años en UNICEF en Nigeria y en Haiti, y como consultor internacional de la FAO, el PNUD, la UNESCO, la agencia de cooperación australiana (AusAid) y otros organismos internacionales. Fue director “Tierramerica”, proyecto regional del PNUD/PNUMA sobre comunicación y desarrollo sostenible, y asesor de comunicación de Conservation Internacional. Su trabajo como especialista en comunicación lo ha llevado a familiarizarse con temas diversos: derechos del niño, poblaciones indígenas, cultura y desarrollo, derechos humanos, organización comunitaria, salud y desarrollo sostenible.
Su experiencia de terreno abarca varios continentes, con énfasis en países como Nigeria, Haití, México, Nicaragua, Guatemala, Burkina Faso, Papua Nueva Guinea, Etiopía, Bangladesh, entre otros. En Bolivia fue director fundador del Centro de Integración de Medios de Comunicación Alternativa (CIMCA), entre 1986-1990.

Es autor de varios libros sobre comunicación, entre ellos: Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social, Conservación, Desarrollo y Comunicación, Las Radios Mineras en Bolivia (co-editor con Lupe Cajías), Popular Theatre, además de varios estudios sobre la historia del cine boliviano. Entre sus libros figuran también títulos de poesía, narrativa, biografía y testimonio. Sus artículos y ensayos breves han sido publicados en castellano, inglés y francés en más de un centenar de revistas especializadas y periódicos, en América Latina, América del Norte, Europa y Asia.

Como cineasta ha dirigido una docena de films documentales, y como fotógrafo a participado en exposiciones colectivas y realizado exposiciones individuales en Bolivia, Nigeria y Haiti.

Desde 1997 es parte de la iniciativa de “Comunicación para el Cambio Social” que promueve la Funación Rockefeller, organismo con el que ha trabajado como consultor.

Dirección:
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[1] El Simposio Realidad y Futuro de las Radio Emisoras Mineras de Bolivia tuvo lugar en Potosí, en noviembre de 1988. Fue organizado por el Centro de Integración de Medios de Comunicación Alternativa (CIMCA), con el apoyo del Asesor Regional de Comunicación de la UNESCO, Luis Ramiro Beltrán. El libro “Las Radios Mineras de Bolivia”, editado por Alfonso Gumucio Dagron y Lupe Cajías, que reúne los documentos presentados en el simposio, fue publicado en 1989 por CIMCA. El film documental “La voz de las minas”, una producción de la UNESCO (Paris, Francia), fue co-realizado en 1984 por Eduardo Barrios y Alfonso Gumucio Dagron.

[2] ERBOL, en Bolivia, es una red que agrupa a las radios comunitarias campesinas. Pulsar, una agencia de noticias que sirve a varios centenares de radio-emisoras comunitarias, es otro importante ejemplo de red latinoamericana.