Parto de la idea de afrontar un tema sobre el que se
ciernen las incertidumbres en el día a día de tantas empresas que se
inician en Internet, el soporte multimedia del que pocos dudan sobre
las bondades de su futuro. Internet es el futuro. Sin embargo, se trata
de un fenómeno cuyo tiempo de vigencia es tan breve que hace sólo cinco
años era prácticamente un desconocido del gran público.
A la vista de la rapidez con la que se suceden los cambios en este entorno,
cabe preguntarse si dentro de otros cinco años seguiremos hablando de
Internet en los mismos términos que hoy lo enunciamos. Con seguridad
que para entonces, en el 2005, mis palabras, por mucha dosis de imaginación
o de prospectiva que pudieran encerrar -algo que, como verán, no es
así-, habrán adquirido el rancio sabor de lo viejo.
Creían los editores de diarios, hace un par de décadas, cuando instalaron
los primeros sistemas redaccionales, cuando comenzaron a informatizar
los procesos de producción, que sus inversiones aportaban soluciones
tecnológicas sostenibles, capaces de alcanzar ciclos de vida amplios,
como lo habían sido antes las linotipias en el proceso de composición
y otras extensiones productivas.
Y no iba a ser así. La impregnación tecnológica de la sociedad actual
y el nacimiento de una nueva cultura, la cultura tecnológica, se basa
en el cambio continuo, en la primacía de la tecnológica como valor de
la innovación; en la evolución tecnológica como elemento de moda; en
un fenómeno de seducción donde no es posible disociar ese cambio tecnológico
del concepto dominante de progreso.
Al margen de las trampas dialécticas que encierra
esta filosofía de acompañamiento, para hacer cualquier análisis prospectivo
debemos considerar a la tecnología como una variable dinámica cuyas
modas, en el campo de la comunicación, se traducen en nuevas extensiones
mediáticas –utilizaré con frecuencia esta expresión de dudosa corrección-,
en nuevas formas de explotar el espacio mercantil de la comunicación,
en nuevos modos de empaquetar y vender contenidos, en nuevos mecanismos
retóricos, en nuevos lenguajes, en nuevas relaciones e interacciones
entre emisores y audiencias.
Cabe preguntarse si debemos seguir llamando a estas inducciones
de cambio “nuevas tecnologías”. Sistemáticamente utilizan el atributo
de la novedad como adjetivación positiva. Podríamos hablar con propiedad
de tecnología obsolescente, que va perdiendo su vigencia, como
los acumuladores de energía, desde el mismo momento en el que se inicia
su tiempo de vida, su ciclo de moda, su condición de nueva...
En términos de comunicación resulta evidente que el actual proceso de
desarrollo tecnológico se asienta bajo un triple parámetro: la convergencia,
la conectividad y la integración multimedia. Todo ello vertebrado por
una matriz digital, que propende a ser la infraestructura necesaria
de los espacios globales en los que se basan buena parte de las expectativas
de la nueva economía e, incluso, de la nueva organización social.
Hablar de tendencias es, en comunicación, uno de los requerimientos
más frecuente. La complejidad e incertidumbre de los nuevos escenarios
lleva sistemáticamente a preguntar por el futuro más próximo, por la
receta que tiene traducción en las cuentas de resultados de los ejercicios
más inmediatos, por aquellas soluciones que permiten mejorar la competitividad
de nuestra oferta. Y quienes accedemos a estos ejercicios de anticipación,
siguiendo el método de los echadores de cartas de algunas televisiones
de madrugada, resolvemos nuestras propias incertidumbres gratificando
a los auditorios con la receta que ya conocen, confirmándoles que están
en el buen camino, aun a riesgo de que un tenue murmullo se solape con
la cortesía y se escuche decir “todo eso y mucho más ya lo sabíamos”.
El futuro, sin embargo, se puede conocer algo más o, incluso, construir
con una cierta dosis de certidumbre aplicando los análisis prospectivos,
desarrollando líneas de dirección estratégicas; esto es, investigando.
La velocidad del cambio tecnológico, la inmediatez en sus respuestas
sobre el mercado, la vigencia incierta del ciclo de moda, lleva en muchas
ocasiones a escasos márgenes de maniobra, a trabajar con inercias del
pasado o únicamente sobre la base de las intuiciones.
Hay instrumentos para el análisis que nos permiten observar la complejidad.
Así, en lo que se refiere a la comunicación y, de manera más concreta,
a los medios, es especialmente sugerente la visión sistémica, esto es,
la contemplación de los medios en su conjunto, como un sistema, con
interdependencias internas y claras relaciones de causalidad con los
ambientes o contextos políticos, económicos, sociales, tecnológicos,
culturales, etc.
Gran error, por consiguiente, los estudios monomediáticos, aquellos
que aíslan la prensa, la radio, la red, los portales, etc., como elementos
químicamente puros, cuyas ofertas y estímulos se dibujan como si de
un lienzo en blanco se tratase, en el que podemos construir caprichosamente
los escenarios de futuro. El consumo de los medios, al margen del nivel
de aceptación que tengan, está sujeto a factores económicos –inversiones,
poder adquisitivo-, temporales –frecuencia y alcance del consumo-, cognitivos
–alfabetización mediática-, culturales –identidad y especialización-,
tecnográficos –capacidad de acceso-, etc., etc.
La interrelación es clara. Un nuevo medio, una modificación en la oferta,
una moda, un cambio en la demanda, etc., afecta al conjunto del sistema.
Afecta a los tiempos de consumo, a los niveles de complementariedad
de los medios y reordena su posición en el mercado.
No se puede analizar el proceso evolutivo de Internet, la respuesta
a los esfuerzos inductivos de los operadores, la potencialidad, por
ejemplo, de la oferta de los portales, considerando el fenómeno como
un hecho aislado. Pero dicho esto, sí se pueden distinguir ciertas características
del desarrollo de este nuevo espacio/soporte/vía de comunicación que
nace en torno a las redes.
1. La primera y fundamental, que está definido por un carácter emergente,
de cambio de matriz tecnológica, de alumbramiento masivo de la comunicación
digital.
2. Que la extensión económica y social de la comunicación digital
va más allá, valga el juego de palabras, de lo que se ha entendido como
comunicación social.
3. La centralidad del fenómeno. La comunicación, en sus diferentes manifestaciones
–proyección tecnológica, relaciones de poder, control social, cultura,
producción y mercado- adquiere una preeminencia que antes no tenía.
Todas estas circunstancias, que expresan fortalezas, se entienden desde
distintos planos de seducción que definen el actual imaginario, las
expectativas de futuro, las posiciones estratégicas.
Se ha asistido a una primera fase, entre los años 70 y 90, de progresiva
seducción tecnológica, de proyección posibilista de la tecnología, como
fuerza de cambio casi mágica.
Una fase cuyo trazado ha sido marcado más por los tecnólogos, por los
constructores de las infraestructuras, que por los comunicadores, por
los constructores de contenidos. La tecnología ha ido por delante de
la comunicación.
Esa fase ha conocido la conversión de la matriz analógica en digital,
la ampliación del espacio natural de la comunicación y el empleo de
las amalgamas multimedia –creo más en las amalgamas multimedias que
en la integración hipermediática cerrada- como base de los nuevos materiales
para la construcción de los contenidos.
Observada la potencialidad tecnológica y los escenarios tendenciales,
se asiste a una redefinición de la propiedad, de la dimensión del negocio,
del interés de las corporaciones económicas de referencia por estar
presentes en los espacios de la nueva economía, de la nueva cultura.
El alineamiento de las grandes corporaciones en torno a este campo hace
aún más complejo el proceso, que conoce hoy una nueva etapa, surgida
hace apenas un año, que es la de seducción económico-financiera, en
la que las posibilidades tecnológicas se traducen en capitalización
de proyectos, en espacios de mercado, en especulación.
El esplendor tecnológico y el esplendor económico de los llamados valores
tecnológicos en los mercados bursátiles no tienen aún su correspondencia
en una tercera etapa, la del esplendor comunicativo.
Aquí surge una primera debilidad significativa. ¿Cuáles son los elementos
de distinción entre las múltiples ofertas que se articulan en torno
a lo que hoy por periodismo digital? En ocasiones, únicamente los elementos
de seducción publicitaria, los valores fuerza del marketing. Infraestructuras
y soluciones dotadas en teoría de atributos tecnológicos de interactividad,
personalización y especialización, se desarrollan en la práctica con
carácter generalista, globalizador, acumulativo, cubriendo en esencia
los mismos espacios, los mismos servicios, una oferta informativa y
de ocio con escasas diferenciaciones.
Los elementos de diseño, los guiños publicitarios externos, la vinculación
de la oferta digital a un grupo o consorcio mediático centran los valores
diferenciales.
Aún es un momento de pequeños mercados. Un momento
de grandes proyectos y muy bajos niveles de consumo. De apuestas que
anticipan futuros.
Muchas de las carencias actuales parecen esperar soluciones en tiempo
próximo, desde una convicción de que la batalla actual se centra más
en la toma de posición especulativa, la ocupación de posiciones de salida
que la explotación óptima de los recursos ofertados. No obstante, una
primera crisis puede aparecer en el horizonte. La crisis del desencanto.
La crisis de los contenidos.
En un tiempo en el que la comunicación está sujeta a las turbulencias
tecnológicas y financieras, un excesivo período especulativo, de toma
de posiciones, sin una definición clara de la oferta, sin una resolución
sólida en materia de contenidos, puede volverse en contra de las iniciativas
que hoy se despachan desde los grandes portales.
El sector audiovisual, a pesar de contar con una historia más dilatada,
aún sufre una crisis de contenidos. Muchas de las posibilidades de crecimiento,
de desdoblamiento digital en múltiples señales, se ven frenadas por
la debilidad de la oferta especializada y es esa debilidad la que a
su vez limita el crecimiento de la demanda y produce el gap entre
la capacidad tecnológica y la producción y diversidad de los contenidos.
En el ámbito de Internet se aprecia asimismo ese
desfase entre la valoración económico financiera y la escasa plasmación
de una oferta de contenidos capaz de competir no sólo dentro de la red,
sino, desde una perspectiva más amplia, con la oferta de los medios
y de las industrias de la cultura y del ocio.
Se asiste, como se señalaba, a la demarcación de territorios
de contenidos generalistas, escasamente evolucionados en términos de
integración multimedia, con un muy limitado alcance hipermedial.
Hay una excesiva fragmentación en las fuentes y una escasa segmentación
a través de los contenidos.
Las virtudes segmentadoras que se asignan a los nuevos medios se desdibujan,
con lo que se descubre un escaso nivel de investigación de mercado,
de desarrollo de nuevos lenguajes y valores retóricos de comunicación
y, sobre todo, de definición y conocimiento de los perfiles del público
objetivo.
La crisis de contenidos tiene mucho que ver con los síndromes tecnocéntricos
que sitúan en la capacidad de la propia tecnología, en sus valores de
moda, en su poder de seducción, el éxito de las extensiones mediáticas
o comunicativas.
Se asocia en exceso el concepto de canal, medio o soporte con el hecho
pleno de la comunicación, y la producción de contenidos se vincula de
manera determinista al alcance de un estándar tecnológico, de una infraestructura
cambiante de comunicación. Cabe pensar que la superación de la crisis
de contenidos pasa por soluciones como las que siguen:
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Si se quiere que el gap entre medios y mensajes no se agigante, y
por consiguiente, que las expectativas de mercado se conviertan en activos
en las cuentas de resultados, las inversiones estratégicas deben conducirse,
necesariamente, a una investigación continuada y dinámica, tanto de
los públicos (identificación de intereses y demanda y su evolución)
como de los contenidos (líneas de desarrollo especializado de la oferta
y ajuste de los lenguajes y valores retóricos a las posibilidades cambiantes
de los soportes; esto es, adecuación de los contenidos a la extensión
mediática de la tecnología).
El carácter dinámico de la nueva investigación pasa asimismo por la
evaluación de resultados, el análisis prospectivo y la dirección estratégica
a corto y medio plazo.
La producción de contenidos y la investigación van a ser, sin duda,
elementos determinantes en el proceso de selección o en la decantación
de las cuotas de mercado. Hay, en estos espacios de nueva economía,
escasos márgenes de maniobra.
La oportunidad, la novedad, como elementos relacionados con el tiempo
de la oferta, se convierten asimismo en factores determinantes del éxito.
En los próximos 6-8 años el escenario de consumo de la red en España
–en los próximos 6-8 años la moda tecnológica habrá cambiado los estímulos
y las inducciones en al menos dos ciclos de transformación- puede pasar
del 10 por ciento actual al 50 por ciento, con un mercado próximo a
los 20 millones de usuarios y una extensión natural a América Latina
que se definirá en torno a un público objetivo de 50-80 millones de
usuarios más.
La complejidad, la heterogeneidad, la diversidad de estos públicos que
confluyen sobre la red dan la medida de un mercado, por encima de su
número.
Y esa medida se calibra, en términos de segmentaciones, de públicos,
de demandas, mediante la investigación.
Por último, es necesario insistir en la necesidad de deslindar, en la
medida de lo posible, lo que es la moda tecnológica, la extensión mediática,
de la producción de contenidos. Así como en términos de moda tecnológica
la evolución está determinada, en gran medida, por factores externos
a los emisores y mediadores, la producción de contenidos y la dirección
estratégica permite amplios márgenes de creatividad y autonomía. No
se debe aplazar aquí el desarrollo de soluciones de comunicación hasta
después de comprobar cuáles son las líneas que se aprecian en los centros
de producción tecnológica, porque es tanto como esterilizar la capacidad
de innovación creativa y doblegar a los términos de la expresión tecnológica,
de las infraestructuras, el margen máximo de la novedad.
Aquí existe una autonomía de la comunicación que puede ser decisiva
para el trazado de soluciones eficaces y exclusivas, especializadas
en unos públicos y en unos territorios.
En resumen, es necesario invertir y desarrollar factorías especializadas
de contenidos, de acuerdo con criterios sujetos a pautas de acción comunicativa,
innovación en los valores retóricos, adecuación y ajuste de lenguajes
a las posibilidades del soporte, desligándose de lo que hemos dado en
llamar el síndrome del antenista, consistente en instalar infraestructuras
de repetición de señales y terminar vendiendo humo. Seguramente habría
que crear estímulos a la investigación y establecer vínculos, como existen
en las Universidades norteamericanas, con los centros académicos de
formación en comunicación para superar las carencias en la investigación,
en los actuales sistemas de medición y segmentación de audiencias y
crear, a la vez, nuevas formas de evaluación continuada de los intereses
y comportamientos sociales, así como de los valores gratificantes de
los consumos.
Es difícil hablar de una tecnología cambiante, de nuevos escenarios
y expresiones culturales desde pautas de pensamiento, investigación
y estrategias que en parte están ancladas en el pasado o se mueven por
inercias del pasado. En términos de comunicación, insisto una vez más,
la última ratio, el argumento sostenible, no está tanto en la vertiente
tecnográfica del desarrollo, como en la construcción de contenidos.
Al menos en términos más equilibrados, tecnología y comunicación deben
ir de la mano, sin olvidar el conjunto de alcances sociales, culturales,
políticos, económicos, etc. que contextualizan un fenómeno complejo,
donde no todas las soluciones y respuestas se encuentran en los mecanismos
del mercado.
Bdn.- 4.07.2000 |