La actividad
consciente del hombre y sus raíces socio-históricas por Alexander R. Luria |
Fuente. |
Principios generales Las diferencias de la actividad consciente del hombre se condensan en tres rasgos fundamentales, diametralmente opuestos a aquellos con los que acabamos de caracterizar la conducta del animal. La primera de esas particularidades consiste en que la actividad consciente del hombre no está forzosamente relacionada con motivaciones biológicas. Es más, la inmensa mayoría de nuestros actos no tiene como base inclinaciones o necesidades biológicas de ninguna índole. Como regla, la actividad del hombre se guía por complejos imperativos que a menudo llaman «superiores» o «espirituales». Entre ellos figuran las necesidades cognoscitivas, que impulsan al hombre a la adquisición de nuevos conocimientos; la necesidad de comunicación; la necesidad de ser útil a la sociedad y ocupar en ella determinada posición y así sucesivamente. A menudo nos tropezamos con situaciones en las que la actividad consciente del hombre no sólo deja de subordinarse a los influjos y necesidades biológicas, sino que entra en conflicto con ellos y hasta los reprime. Son bien conocidos los casos de heroísmo, en los que el hombre, movido por las elevadas motivaciones del patriotismo, cubre con su cuerpo los cañones de las armas y se lanza bajo un tanque y perece, hechos ejemplares de la independencia del comportamiento humano con respecto a las motivaciones biológicas. Formas similares de conducta «desinteresada», a las que no subyacen motivos biológicos, no existen entre los animales. El segundo rasgo distintivo de la actividad consciente del hombre radica en que -a diferencia del comportamiento del animal- ella no está determinada en absoluto ni forzosamente por impresiones vivas recibidas del entorno o por las pautas de la experiencia individual directa. Sabemos que el hombre puede reflejar las condiciones del medio con una profundidad incomparablemente mayor que el animal. Él puede abstraerse de la impresión directa, penetrar en los profundos nexos y relaciones de las cosas, conocer la dependencia causal de los acontecimientos y, una vez desentrañados éstos, orientarse no a las impresiones externas, sino a regularidades más profundas. Así, pues, al salir en un día claro de otoño a dar un paseo, el hombre puede llevar consigo el impermeable, pues sabe que la estación otoñal es inestable. Aquí se supedita al hondo conocimiento de las leyes de la naturaleza, y en modo alguno a la impresión directa que le causa el tiempo, claro y soleado. Cuando el hombre sabe que el agua de un pozo está envenenada, jamás beberá de ella, aunque sufra ardiente sed; en este caso se guía al fijar su comportamiento no por la impresión directa del agua, que le atrae, sino por un conocimiento más profundo de la situación en que él se encuentra. La actividad consciente del hombre puede guiarse no por la impresión directa de la situación externa, sino por un conocimiento más profundo de las leyes intrínsecas que hay tras ella; de ahí que haya todas las razones para decir que la conducta del hombre basada en el conocimiento de la necesidad es libre. Finalmente, hay una tercera peculiaridad que distingue la actividad consciente del hombre respecto al comportamiento del animal. A diferencia del animal, cuyo proceder tiene sólo dos fuentes: 1) los programas hereditarios de comportamiento inherentes al genotipo, y 2) los resultados de la experiencia individual, particular; la actividad consciente del hombre tiene además una tercera fuente: una inmensa proporción de los conocimientos y de las artes del hombre se forma por vía de asimilación de la experiencia del género humano, acumulada en el proceso de la historia social y que se transmite en el proceso de la enseñanza. Ya desde su nacimiento, el niño conforma su proceder bajo el influjo de cosas que han ido formándose a lo largo de la historia: se sienta a la mesa, come con cuchara, bebe de una taza, y luego corta el pan con un cuchillo. Asimila los hábitos que fueron creándose en el transcurso de la historia social durante milenios. A través del habla le transmiten los conocimientos más elementales, y después, con ayuda del lenguaje, aprende en la escuela las más trascendentales adquisiciones de la humanidad. La inmensa mayoría de los conocimientos, artes y modos de comportamiento de que dispone el hombre no son el resultado de su propia experiencia, sino que se adquieren mediante la asimilación de la experiencia socio-histórica de las generaciones. Este rasgo distingue radicalmente la actividad consciente del hombre frente al comportamiento del animal. ¿Cómo explicarse las singularidades de la actividad consciente del hombre que acabamos de enumerar? Hace ya tiempo que esta pregunta atrajo la atención de la filosofía y la psicología. En la historia de la filosofía y de la ciencia cabe distinguir dos vías de solución de este problema enteramente distintas. Una de ellas, típica para la filosofía idealista, arrancaba de las posiciones del dualismo. La tesis cardinal de esta tendencia implicaba no ya el reconocimiento de las radicales diferencias de principio existentes entre la conducta de los animales y la conciencia del hombre, sino también en el intento de explicar esas diferencias señalando que la conciencia del hombre ha de considerarse como expresión de un singular principio espiritual, del que carecen los animales. La tesis de que al animal hay que considerarlo como una máquina compleja, cuyo comportamiento sigue las leyes de la mecánica, y al hombre como a posesor del principio espiritual y el libre albedrío, fue enunciada en su tiempo por Descartes, y repetida luego sin modificaciones importantes por la filosofía idealista. Es fácil advertir que señalando la diferencia de principio existente entre la conducta del animal y la actividad consciente del hombre, dicha tendencia no da explicación científica alguna de los hechos mencionados. Una segunda vía de solución del problema sobre la originalidad de la actividad consciente es característica del positivismo científico-natural. Según esta teoría, la actividad consciente del hombre es el resultado directo de la evolución del mundo animal, y todos los elementos de la conciencia humana se pueden observar ya en los animales. El primer científico que formuló dichos principios fue Carlos Darwin, quien en varios de sus trabajos trató de demostrar que en los animales aparecen ya a título embrionario todas las formas de la actividad racional inherente al hombre, y que no existen fronteras precisas y de principio entre el comportamiento de los animales y la actividad consciente del hombre. El enfoque científico-natural, que intentaba seguir una línea única de desarrollo de la conciencia desde los animales hasta el hombre, desempeñó su rol positivo en la lucha con las concepciones pre-científicas dualistas. Mas la afirmación de que en los animales se tiene en germen todas las formas de la vida consciente del hombre, la interpretación antropomórfica del «raciocinio» y de los «sentimientos» de los animales, y el no querer reconocer las diferencias de principio entre la conducta de los animales y la actividad consciente del hombre, seguían siendo un lado débil del positivismo científico-natural. La pregunta sobre el origen de las peculiaridades inherentes a la actividad consciente del hombre, más arriba señaladas, continuaba sin respuesta. La psicología científica, elaborada en la Unión Soviética y asentada en los principios del marxismo, enfoca el problema del origen de la actividad consciente del hombre desde posiciones enteramente distintas. Sabemos que toda actividad psíquica de los animales, creadora de la base para orientarse en el medio circundante, toma cuerpo en las condiciones inherentes a las formas de vida que son características para la especie dada de animales. Sabemos que toda actividad psíquica de los animales, creadora de la base para orientarse en el medio circundante, toma cuerpo en las condiciones inherentes a las formas de vida que son características para la especie dada de animales. Pues bien, ¿qué es lo característico para las formas de vida que distinguen la actividad consciente del hombre respecto al comportamiento de los animales y en las que es necesario buscar las condiciones formativas de esa actividad consciente? Las peculiaridades de la forma superior de vida, genuina y exclusiva del hombre, hay que buscarlas en la conformación socio-histórica de la actividad vital, relacionada con el trabajo social, el uso de herramientas y la aparición del lenguaje. Esas formas de vida no existen entre los animales, y el tránsito de la historia natural del animal a la historia social de la humanidad entraña un salto tan importante como la transición de la materia inanimada a la animada o de la vida vegetal a la animal. Por eso, las raíces del surgimiento de ,la conciencia del hombre hay que buscarlas no en las singularidades «del alma», ni tampoco en las reconditeces de su organismo, sino en las condiciones sociales de vida históricamente formadas. Esas condiciones precisamente hacen que con el paso a la historia social cambie de modo radical la estructura del comportamiento. A la par con las motivaciones biológicas de la conducta surgen motivaciones y necesidades superiores («espirituales»), al lado de la conducta dependiente de la percepción directa del. medio. Surgen las formas superiores del comportamiento, basadas en la abstracción respecto a los influjos directos del medio ambiente, y, junto a las dos fuentes de la conducta -los programas de comportamiento hereditariamente consolidados y el influjo de la experiencia anterior del propio individuo-, brota una tercera fuente generadora de actividad: la transmisión y asimilación de la experiencia del género humano. Detengámonos a examinar con mayor detalle las raíces socio-históricas de la compleja actividad consciente del hombre. El trabajo y la formación de la actividad consciente Veamos el papel que ambos factores desempeñan en la reestructuración radical de las formas de actividad psíquica y en el surgimiento de la conciencia. Es notorio que, a diferencia del animal, el hombre no sólo emplea, sino que también fabrica herramientas. Los restos de las mismas que se refieren a la más remota época de la historia humana muestran que, si bien las más primitivas herramientas no son más que simples fragmentos de piedra sin pulimentar, ya en la etapa subsiguiente aparecen en cambio herramientas (raspadores, flechas) especialmente fabricadas por el hombre. En ellas se puede distinguir tanto una parte aguzada, con ayuda de la cual el hombre primitivo podía desollar al animal muerto o cortar trozos de madera, como otra redondeada -el «núcleo»- y dispuesta para ser empuñada cómodamente. Claro está que una herramienta así requería manufactura especial, la que se ejecutaba -al parecer- bien por cualesquiera miembros del grupo primitivo, o bien por la mujer, que permanecía en el hogar cuando el marido salía de caza. La fabricación de herramientas (que en ocasiones presuponía asimismo la división natural del trabajo) hizo cambiar de por sí radicalmente la actividad del hombre primitivo, diferenciándola del comportamiento de los animales. El trabajo de hacer las herramientas ya no es una simple actividad determinable por motivaciones biológicas directas (la necesidad de alimento). De por sí mismo, el labrado de la piedra es una actividad carente de sentido y sin justificación biológica de ninguna índole; adquiere sentido sólo en virtud del empleo ulterior de la herramienta en la caza, dicho en otros términos, a la par con el conocimiento de la operación a ejecutar requiere también el del uso futuro de la herramienta. Esta circunstancia fundamental, que surge durante la fabricación de las herramientas, puede valorarse como el primer brote de la conciencia, o bien -con otras palabras- como la primera forma de actividad consciente. Esa actividad manufacturera, productora de herramientas, conlleva una reestructuración cardinal de todo el sistema de comportamiento. La conducta del animal había estado siempre guiada de inmediato por la satisfacción de una necesidad. A diferencia de ello, en el hombre que produce herramientas la conducta adquiere un carácter organizado complejo: de la actividad orientada a la satisfacción directa de una necesidad se destaca un acto especial, que alcanza su sentido sólo más adelante, cuando el resultado de dicho acto (la fabricación de la herramienta) sea utilizado para matar a una presa y satisfacer así la necesidad de alimentos. Este hecho de separar de la actividad general un «acto» especial, que no está guiado por una motivación biológica directa y que obtiene su sentido únicamente en el empleo ulterior de los resultados del mismo, constituye una modificación esencial en la estructura general del comportamiento y que surge en el tránsito de la historia natural del animal a la historia social del hombre. Es fácil advertir que, a medida que se hacen más complejas la sociedad y las formas de producción, los actos no guiados por motivaciones directamente biológicas empiezan a ocupar un lugar cada vez mayor en la actividad consciente del hombre. Pero el hecho de llegar a ser más complejo el sistema de actividad al efectuarse el tránsito a la historia social del hombre no se limita únicamente a la reestructuración señalada. La fabricación de herramientas requiere el empleo de diversos métodos y procedimientos (la pulimentación de una piedra con ayuda de otra, el frotamiento de dos trozos de madera para obtener el fuego), o sea, el desgaje de una serie de operaciones auxiliares, lo que hace aún más compleja la estructura de la actividad. Así pues, el hecho de separar de la actividad biológica general «actos» especiales, ninguno de los cuales viene determinado por motivaciones biológicas directas, sino que está guiado por un objetivo consciente y que sólo adquiere su sentido mediante la correlación de dicho acto con el resultado final, así como la aparición de diversas «operaciones» auxiliares mediante las cuales se ejecuta ese mismo acto, constituye, pues, en sí una reestructuración cardinal del comportamiento y entraña la nueva estructura de la actividad consciente del hombre. La compleja organización de los «actos» conscientes que se destaca de la actividad general, hace que surjan formas de conducta que no se guían por motivaciones directamente biológicas, y a veces pueden contradecirlas incluso. Un caso de esa índole tenemos, por ejemplo, en la caza de la sociedad primitiva, durante la cual un grupo de cazadores «ahuyenta» y ojea a la víctima que ha de capturarse, mientras un segundo grupo la espera en la emboscada; aquí diríase que las acciones del primer grupo contradicen las necesidades naturales de atrapar la caza y adquieren su sentido sólo en virtud de las acciones del segundo grupo, como resultado de las cuales la víctima cae en manos de los cazadores. Se hace claro que la actividad consciente del hombre no es fruto del desarrollo natural de facultades inherentes al organismo, sino el resultado de formas socio-históricas nuevas de actividad laboral. El lenguaje y la conciencia del hombre Por lenguaje se entiende generalmente un sistema de códigos con ayuda de los cuales se designan los objetos del mundo exterior, sus acciones, cualidades y relaciones entre los mismos. Así, pues, el vocablo «silla» designa en el lenguaje un tipo de mueble; el vocablo «pan», un objeto que se come; mientras que las palabras «duerme» y «corre» denotan acciones; y los términos «ácido» y «llano», cualidades de las respectivas cosas; o las palabras «sobre», «bajo», «junto» y «por consecuencia», relaciones de diversa complejidad entre los objetos. Lógicamente, las palabras asociadas en frases son los medios de comunicación principales con ayuda de los cuales el hombre guarda y transmite la información y asimila la experiencia acumulada por generaciones enteras de otros hombres. Un lenguaje similar no existe entre los animales, y él aparece sólo durante el proceso de transición a la sociedad humana. El animal posee variados medios de expresión de su estado, los que son percibidos por otros seres y pueden ejercer una influencia substancial en el comportamiento de los mismos. Cuando el guía de una bandada de grullas advierte peligro lanza chillidos alarmantes, a los que la bandada reacciona vivamente. En la manada de simios cabe observar toda una gama de sonidos, que expresan contento, agresión, miedo ante el peligro, etc. Un complejísimo sistema de expresivos movimientos se puede observar en las llamadas «danzas» de las abejas, de carácter variable según la abeja regrese del campo con una afortunada recolección o sin ella, y también en dependencia del rumbo y la longitud del camino recorrido. Dichas «danzas» se transmiten a otros individuos y pueden orientar de manera diversa el comportamiento de las abejas. Pero el «lenguaje» de los animales no designa nunca objetos, ni tampoco destaca las acciones o cualidades de los mismos, y, por consiguiente, no es lenguaje en el verdadero sentido de la palabra. El problema de cuál es la procedencia del lenguaje Humano ha sido objeto de numerosas suposiciones y teorías. Una de ellas consideraba el lenguaje como expresión de la vida espiritual y, siguiendo la Biblia, señalaban la «procedencia divina» del mismo. Teorías análogas se formulaban de manera velada, indicando que el lenguaje es una singular «forma simbólica de existencia», que distingue la vida espiritual frente a cualquier manifestación del mundo material. Otras, siguiendo las tradiciones del positivismo científico-natural, trataban infructuosamente de inferir el lenguaje de la evolución del mundo animal e interpretaban los fenómenos arriba descritos de «comunicación» entre los animales como formas tempranas de desarrollo del lenguaje. Sin embargo, la solución científica del problema de los orígenes del lenguaje se hizo posible únicamente cuando la filosofía y la ciencia cesaron en los intentos de buscar las raíces del lenguaje en las reconditeces del organismo o deducirlo directamente de las singularidades del «espíritu» o del cerebro, y advirtieron que las circunstancias originarias del lenguaje procede buscarlas en las relaciones socio-laborales, cuya aparición se inicia con el tránsito a la historia de la humanidad. La ciencia no posee métodos que permitan observar directamente las condiciones que engendraron el lenguaje v para la rama científica denominada «paleontología del lenguaje» no queda otro camino que el de las hipótesis, a comprobar de modo indirecto. Hay muchas razones para creer que el lenguaje nació por vez primera de las formas de comunicación que los hombres entablaron en el proceso de trabajo. La forma conjunta de actividad práctica conduce inevitablemente a que en el hombre surja la necesidad de transmitir a otro cierta información, que además no puede limitarse sólo a expresar estados subjetivos (emociones), sino que ha de designar los objetos (cosas o herramientas) que figuran en la actividad laboral conjunta. Según teorías aparecidas ya en la segunda mitad del siglo XIX, los primeros sonidos indicativos de objetos surgieron cabalmente en el proceso del trabajo asociado. Sería, no obstante, erróneo pensar que los sonidos que gradualmente empezaron a desempeñar la función de transmitir determinada información eran «palabras» tales que podían designar independientemente los objetos, sus cualidades, actos o relaciones. Los sonidos concernientes de inicio a determinados objetos, aún no tenían existencia independiente. Estaban entrelazados con la actividad práctica, iban acompañados de gestos y expresivas entonaciones, por lo que sólo cabía entender el significado de los mismos conociendo la situación real que los había originado. Es más, en este complejo de medios expresivos, el sitio rector lo ocuparon de inicio -al parecer- las acciones y los gestos, que en opinión de algunos autores constituían las bases de un lenguaje singularmente eficaz o «lineal» y sólo mucho más tarde el sitio rector correspondió a los sonidos, que echaron ;los cimientos para el desarrollo gradual de un lenguaje sónico independiente. Pero este lenguaje conservó durante largo tiempo un estrechísimo nexo con el gesto y la acción, de ahí que un mismo complejo sónico (o «pre-vocablo») pudiera designar tanto el objeto que indicaba la mano como a la propia mano y la operación efectuada con dicho objeto. Sólo a través de muchos milenios el lenguaje sonoro comenzó a separarse de la acción práctica y obtener su autonomía. De esa época data el surgimiento de los primeros vocablos independientes denominativos de objetos, y que mucho más tarde empezaron a servir para destacar también los actos y las cualidades de los mismos. Nace así el lenguaje como sistema de códigos independientes, que en el transcurso del largo desarrollo histórico ulterior viene a tomar la forma que hoy distingue a los idiomas contemporáneos. El lenguaje como sistema de códigos designativos de objetos, de sus actos, cualidades o relaciones, y que sirve de medio para transmitir la información, tuvo decisiva importancia para la reestructuración posterior de la actividad consciente del hombre. Tienen, pues, razón los científicos cuando afirman que, a la par con el trabajo, el lenguaje constituye un factor esencial en la formación de la conciencia. El surgimiento del lenguaje introduce, por lo menos, tres cambios substanciales máximos en la actividad consciente del hombre. El primero de ellos radica en lo siguiente: al designar los objetos y acontecimientos del mundo exterior con palabras sueltas o combinaciones de las mismas, el lenguaje permite destacar dichos objetos, fijar la atención en ellos y retenerlos en la memoria. En virtud de ello, el hombre se hace capaz de relacionarse con los objetos del mundo exterior hasta en ausencia de éstos. Basta la pronunciación externa o interna de una u otra palabra para que surja la idea del objeto correspondiente y el hombre sea capaz de operar con esa imagen. Por eso cabe decir que el lenguaje dobla el mundo perceptible, permite guardar la información obtenida del mundo exterior y crear un mundo de imágenes internas. Es fácil advertir la trascendencia que tiene el surgimiento de este mundo «interior» de imágenes que aparece sobre la base del lenguaje y que el hombre puede utilizar en su actividad. La segunda función substancial del lenguaje en el proceso formativo de la conciencia consiste en que las palabras de aquél no sólo apuntan a determinadas cosas, sino que abstraen los atributos esenciales de las mismas y configuran las cosas perceptibles en determinadas categorías. Esta posibilidad de asegurar el proceso de abstracción (prescindencia) y generalización constituye el segundo aporte trascendental del lenguaje a la formación de la conciencia. Por ejemplo, los vocablos «reloj» o «mesa» designan no sólo ciertos objetos. El vocablo «reloj» indica que dicho objeto sirve para medir el tiempo («hora», «horologium»); la palabra «mesa» habla de que el objeto dado tiene relación con ménsula, meseta, mesilla (raíz «mes», plano o planicie en alto). Es más, con los términos «reloj» o «mesa» se designan todos los tipos de dichos objetos, independientemente de su aspecto externo, forma y dimensiones. Eso denota que la palabra que de hecho destaca (abstrae) los rasgos correspondientes del objeto y generaliza cosas distintas por su aspecto exterior, mas relacionadas con una misma categoría, automáticamente transmite al hombre la experiencia de generaciones y sirve de poderoso medio para reflejar el mundo con mayor hondura que la mera percepción. Así pues, en la palabra se realiza la grandiosa labor de análisis y clasificación de los objetos que ha venido tomando cuerpo en el largo proceso de la historia social. Esto le da al lenguaje la posibilidad de convertirse no sólo en medio de comunicación, sino también en el supremo instrumento del pensar que asegura el tránsito del reflejo sensorial del mundo al racional. Cuanto hemos dicho ofrece razones para señalar la tercera función esencial del lenguaje en la formación de la conciencia. El lenguaje sirve de medio fundamental para transmitir la información acumulada en la historia social de la humanidad, o bien, expresándolo en otros términos, crea la tercera fuente de desarrollo de los procesos psíquicos, que en el estadio de hombre se añaden a las dos fuentes anteriores (los programas de conducta hereditariamente transmisibles y las formas de comportamiento engendradas como resultado de la experiencia del individuo dado) existentes entre los animales. Al transmitir la complejísima información depositada en el transcurso de muchos siglos de práctica socio-histórica, el lenguaje le permite al hombre asimilar dicha experiencia y conquistar con su ayuda un enorme círculo de conocimientos, artes y modos de conducta, que en ningún caso habrían podido ser resultado de la actividad independiente de un individuo aislado. Esto denota que con la aparición del lenguaje surge en el hombre un tipo enteramente nuevo de desarrollo psíquico, que no existía entre los animales, y que el lenguaje es en efecto un medio esencial de desarrollo de la conciencia. Trascendencia del lenguaje para la formación de los procesos
psíquicos El lenguaje reestructura esencialmente los procesos de percepción del mundo exterior y crea nuevas leyes para la misma. Es notorio que en el mundo existe un número inmenso de objetos, formas, matices de color, y, sin embargo, el número de las palabras que designan esos objetos, formas y matices es muy reducido. Esto motiva que al nombrar un objeto, forma o matiz mediante una palabra («mesa», «reloj» o «círculo», «triángulo, o bien «roja», «amarilla»), destacamos de hecho los rasgos esenciales y generalizamos los objetos, formas y colores en determinados grupos o categorías. Esto dota a la percepción humana de rasgos radicalmente distintos a los de las percepciones del animal. La percepción humana se hace más honda, generalizada y permanente, vinculada con el desgaje de los indicios esenciales de la cosa. El lenguaje cambia en substancia los procesos de la atención humana. Si bien la atención del animal entrañaba carácter directo, se determinaba por la pujanza y la novedad o la entidad biológica del objeto, guiando de modo automático (involuntariamente) la atención del animal, en cambio con el surgimiento del lenguaje y sobre la base del mismo el hombre se vuelve capaz de dirigir voluntariamente su atención. Cuando la madre le dice al niño «esto es una taza», ella destaca así dicho objeto entre todos los demás y atrae hacia él la atención de la criatura. Cuando más adelante crece el niño, éste domina el lenguaje (primero el lenguaje externo, y luego también el interno) y se hace capaz de destacar independientemente los objetos nombrados, cualidades o actos, y su atención deviene gobernable y voluntaria. El lenguaje cambia asimismo esencialmente los procesos de la memoria humana. Sabemos que la memoria del animal depende en gran medida de la orientación directa en el medio circundante y de las motivaciones biológicas, que sirven de refuerzo a cuanto se recuerda con suma facilidad. A nivel humano, por primera vez la memoria basada en los procesos discursivos-, se convierte en actividad mnémica consciente, en la que el hombre se plantea la finalidad especial de recordar, organiza los datos memorables y se hace capaz no sólo de ampliar inmensamente el volumen de la información retenida en la memoria, sino también de retornar al pasado voluntariamente y elegir del mismo en el proceso de recordación lo que en la etapa dada le parece más esencial. Por primera vez el lenguaje le permite al hombre desligarse de la experiencia directa y asegura el nacimiento de la imaginación, de un proceso que no existe en el animal y sirve de base a la creatividad, orientada y gobernable, cuyo estudio supone un capitulo aparte de la ciencia psicológica. Huelga decir que sólo en base al lenguaje y con su más estrecha participación toman cuerpo las complejas formas del pensamiento abstracto y generalizado, cuya aparición constituye una de las más trascendentales adquisiciones de la humanidad y asegura el tránsito de «lo sensorial a lo racional», estimado por la filosofía del materialismo dialéctico como salto equivalente por su trascendencia a la transición de la materia inanimada a la animada o al tránsito de la vida vegetal a la animal. No menos esenciales son las modificaciones que el lenguaje -elevando a un nuevo nivel los procesos psíquicos- aporta a la reestructuración de las reacciones emocionales. Entre los animales conocemos únicamente acusadas reacciones afectivas que transcurren con la participación rectora de los sistemas sub-corticales y están directamente relacionadas con el buen o mal fruto de su actividad y por entero mantienen su nexo con los requerimientos biológicos. El mundo afectivo del hombre no sólo es inmensamente más rico y no sólo está individualizado con respecto a las motivaciones biológicas; la estimación de las correlaciones efectivamente ejecutables respecto a los propósitos iniciales, la posibilidad de una formulación generalizada del carácter y del nivel de nuestros aciertos y desaciertos, hace que a la par con las categorías afectivas del hombre cristalicen emociones y prolongados estados de ánimo que rebasan en mucho los marcos de las reacciones afectivas directas y que están indisolublemente ligados con el pensamiento del hombre, actividad que fluye unida a la participación inmediata del lenguaje. Finalmente, no podemos soslayar asimismo la última tesis, de singular trascendencia, por cierto. Es notorio que las nuevas formas de comportamiento individual variable del animal toman cuerpo sobre la base de la orientación directa del mismo en el medio circundante y la elaboración de las formas estables de ese comportamiento se efectúa en base a las leyes de los reflejos condicionados, estudiadas con detalle por la escuela de I. P. Pávlov. Es bien sabido que la elaboración de nuevas formas de conducta exige un refuerzo relativamente prolongado de la respuesta a la señal condicionada, la reiteración múltiple de coincidencias entre las señales condicionadas y el refuerzo incondicionado. Esta conexión toma cuerpo de modo gradual, y empieza a extinguirse tan pronto como desaparece dicho refuerzo y a duras penas se rehace luego en un nuevo sistema de conexiones. Nada parecido observamos en la formación de nuevos tipos de comportamiento consciente del hombre. La nueva forma de actividad consciente puede surgir en el hombre sobre la base de la formulación discursiva de una norma que el hombre establece con ayuda del lenguaje. Basta con dar al hombre una instrucción en la que se sugiere levantar la mano o apretar una llave en respuesta a la aparición de una señal roja o no hacer ningún movimiento cuando aparece la azul, para que esta nueva conexión surja de inmediato y se haga estable. El surgimiento de cualquier operación ejecutable sobre la base de instrucciones verbales no requiere ningún refuerzo «incondicionado» (o biológico). El proceso formativo de la misma no exige dilatada elaboración y se establece de inmediato, y la operación cristalizable según la norma formulada en el discurso deviene en seguida estable, no exige la reiteración constante de las instrucciones ni tampoco se extingue cuando las instrucciones no se repiten. Por último, el «rehacer» la operación ateniéndose a otra nueva norma no conlleva trabajo adicional alguno, y basta con informar al sujeto de las nuevas instrucciones, diciéndole, por ejemplo, que ahora ha de efectuarlo todo al revés: en respuesta a la señal azul levantar la mano (o apretar la llave), y cuando aparezca la roja no hacer nada, para que la conexión antes formulada se convierta de súbito en la inversa. Todo ello habla de la enorme plasticidad y conductividad de los procesos que entraña la actividad consciente del hombre, que hace radicalmente distinto el comportamiento de éste frente al del animal. El análisis pormenorizado de las formas de esa actividad consciente, de los medios para conducirla, de las leyes que subyacen a su desarrollo y de las formas de su alteración en los estados patológicos, constituye, pues, una de las misiones fundamentales de la ciencia psicológica. |