|  Traducción de Aurelio AsiainRef.:
  ¿Por qué defender el libro? Si fuera solamente por razones 
        de antigüedad o sentimentales, apenas se justificarla el esfuerzo. 
        Pero el libro -como formato, si- es constitutivo de la cultura y sin cultura 
        nuestra vida no pasarla de ser una vida animal, ignorante, utilitaria. 
        Comenzaré como un sociólogo, haciendo algunas distinciones 
        y estableciendo categorías para ver qué es lo que está 
        en juego. Hay cinco aspectos del libro -estoy siendo arbitrario pero confio 
        en justificar ese número- que nos importan actualmente.
 Primero, el libro como dispositivo práctico: un medio para organizar 
        información en forma conveniente.
 Segundo, el libro como modo de aprendizaje, de adquisición de conocimientos. 
        Nótese que distingo entre inforrnación y conocimiento. Volveré 
        sobre este tema, que será uno de los ejes de mi argumentación.
 Tercero, el libro como texto de entretenimiento, placer e imaginación. 
        En este caso, el centro de atención está en el lenguaje: 
        los sonidos y los colores, los ritmos y si.nuosidades del lenguaje, los 
        tropos y las figuras que, por yuxtaposición de términos, 
        hacen que la imaginación se remonte y nos comprometa activamente 
        como lectores. Las primeras palabras que recordamos de la infancia son 
        las que dicen: “Cuéntame un cuento” , “Léeme un libro”.
 Cuarto, el libro como objeto estético. Los placeres de la artesanía:la 
        tipografía, la disposición de la página, las ilustraciones, 
        la encuadernación, pruebas del arte del diseñador y del 
        cuidado del artesano.
 Y quinto, el libro como objeto "de colección" que satisface 
        las ganas de acumular, el deseo de tener un lugar en sociedad o la simple 
        urgencia infantil de reunir objetos que sean “míos".
 Podemos desechar rápidamente algunas de estas tonterías. 
        Hace poco leí en una revista aérea -¿dónde, 
        si no? un anuncio sobre las extraordinarias ganancias,que pueden obtenerse 
        coleccionando libros. El director de una firma de valuadores de libros 
        aconseja, en una cita, al principiante:
 ... si quiere divertirse un poco, coleccione primeras ediciones 
        de autores modernos que le parezca que serán reconocidos por la 
        posteridad. Trate de tener la firma del autor en los libros: no es tan 
        difícil, ahora que hay giras publicitarias programadas pr los editores. 
        El valor aumenta si hay una dedicatoria o un pensamiento: Si decide leer el libro (¡Dios no lo quiera!), quítele 
        prirnero el forro; así, por una parte, lo conservará en 
        buen estado -lo que aumentará considerablemente su valor- y, por 
        la otra, evitará dejar sus huellas digitales: se imprimen en los 
        forros brillantes, no en las pastas opacas. Quíteselo, pues. Como objeto de colección, podemos abandonar el libro 
        a las tonterías del mercado.Recuerdo, por lo demás, una anécdota sobre Gershom Scholern, 
        una gran autoridad en misticismo judío y un Maestro del Libro él 
        mismo. Un día, hurgando en una librería de Jerusalén, 
        Scholem encontró un volumen extraordinariamente raro de la cábala 
        luriánica, que es un tema muy incómodo para muchos de los 
        ortodoxos. Le preguntó el precio al librero: la cifra resultó 
        asombrosamente baja. Como lo apenaba la idea de estarse aprovechando del 
        hombre, Scholem dijo: "¿Se da cuenta de lo que es este libro, 
        de lo raro que es?" El librero vio el libro y se encogió de 
        hombros. "Algunos libros son una lectura excelente, otros no: el 
        precio es el mismo". (Sólo en las librerías de viejo 
        se aplica a veces él principio del valor de uso antes que el del 
        valor de cambio.) Podemos abandonar las rarezas, expuestas a las tonterías 
        del mercado, que a veces son modificadas por el buen gusto de los compradores 
        de antigüedades.
 Cuando se ve un libro como obra de arte antes que como formato práctico, 
        la tensión entre la artesanía y la mecanización se 
        convierte en un problema estético.. Al hablar de la “vil fabricación", 
        Ruskin oponía a la honorable artesanía, en la que el artista 
        controla su obra con sus propias manos, toda fabricación, porque 
        en ésta los productos son abandonados a una automatización 
        que remeda y, por lo mismo, falsifica el trabajo de las manos.
 Por supuesto, a esta visión puede contraponerse el culto a la máquina 
        difundido por la Bauhaus, de Gropius a Moholy Nagy, y su insistencia en 
        la calidad funcional y de fabricación de unos productos en los 
        que la elegancia se define por el brillo del metal o por la austera línea 
        geométrico. No me propongo repasar aquí la recurrente batalla 
        entre antiguos y modernos, así que dejo de lado el destino del 
        libro como objeto estético: como la impresión o la buena 
        alfarería, seguirán apreciándose el diseño 
        y el gusto en la historia del arte y la artesanía.
 Mi tema es el libro en relación con la información y el 
        conocimiento: los temores sobre el libro en la era de las computadoras 
        y el problema de cuáles de ellos pueden justificarse y cuáles 
        son tonterías.
 El libro es, en muchos sentidos, una clase de artículo preindustrial, 
        artesanal, manual, aun cuando un único bestseller pueda vender 
        un millón o más de ejemplares. La industria produce más 
        o menos cuarenta mil títulos comerciales cada año, sin contar 
        libros de texto, libros escolares especializados, monografías técnicas 
        y científicas, libros de referencia, tratados religiosos, libros 
        de juegos y pasatiempos y otros. Los libros se venden a través 
        del correo, en librerías de viejo, cadenas de librerías, 
        supermercados, papelerías, librerías religiosas. Puede que 
        lo más parecido a un libro sea, en este sentido, un zapato. Hay 
        zapatos para hombres, mujeres y niños, todos en diversas tallas; 
        hay botas y alpargatas, diseños refinados y caros lo mismo que 
        sencillas sandalias producidas en serie. Una tienda necesita llevar un 
        enorme inventario y cada comprador tiene que ser atendido por separado 
        según su talla, su gusto y el fin a que destina su compra.
 ¿Por qué hago esta grosera comparación? Porque hay 
        quien supone que el futuro del libro puede ser el del zapato, si algún 
        día se vuelve factible la idea del "auto-zapato". El 
        "auto-zapato” es el sueño de Michael Dertouzos, quien dirige 
        el laboratorio de Ciencias de la Computación del Instituto Tecnológico 
        de Massachusetts. Según él, el prototipo del auto-zapato, 
        tal como lo ha imaginado y hasta diseñado, es una muestra de la 
        forma en que -los zapatos y otros artículos semejantes podrían 
        producirse en el futuro. En ese resplandeciente nuevo mundo, el cliente 
        entra en una tienda de auto-zapatos. En una de las paredes hay distintos 
        bancos de imágenes. En el banco superior hay imágenes de 
        cuero, vinilo, materiales, piel de ante y demás. Un segundo banco 
        muestra diferentes colores a lo largo del espectro, puros o en combinación. 
        En el tercero, diferentes estilos: zapatos abiertos, sandalias, mocasines, 
        etc. El cliente coloca su pie sobre una placa de metal y una imagen holográfica 
        traza el contorno exacto en tres dimensiones. Acto seguido, comienza a 
        apretar botones de una consola que tiene al lado para indicar las diferentes 
        combinaciones de materiales, colores y estilos que desea. Las imágenes 
        se proyectan sobre el pie. Cuando por fin está satisfecho, el cliente 
        marca los números de la consola en una cinta, tira de una palanca 
        y, en unos cuantos minutos, recibe un zapato mandado a hacer, a su gusto 
        y con forma exacta. No hace falta tener un enorme inventario de estilos 
        y tallas diferentes, ni es necesario un empleado que vaya y venga y se 
        agache para tratar de satisfacer los caprichos del cliente. El auto-zapato 
        viene a ser un sencillo sistema de producción automatizada; acabará 
        con el costoso sistema de producción masiva de innumerables modelos 
        que satisfagan las necesidades y los gustos usuales de los clientes.
 ¿Y por qué no un "auto-libro"? En principio, contamos 
        con la tecnología necesaria. Podría haber un sistema de 
        ediciones por pedido, en el que bastaría enviar una orden por una 
        red de computadoras para que el "libro" fuera despachado, en 
        una ráfaga de impresión por cable, hasta una terminal copiadora. 
        Un libro de cuatrocientas páginas se despacharía en, digamos, 
        cuatro minutos -por el precio correspondiente. Pero seamos más 
        realistas: podríamos tener "libros" en discos flexibles 
        de computadora, o "grabados" en un circuito integrado o una 
        tarjeta de láser, y proyectar una página en una pantalla 
        LED. Por supuesto, pueden almacenarse enciclopedias en sistemas de información 
        recuperables y localizar determinados artículos o secciones de 
        información en una pantalla.
 En cuanto a la producción, los autores pueden entregar (y ya hay 
        algunos que lo hacen) una copia de su original en un disco o una cinta 
        magnética que serán leídos por una máquina, 
        o bien una copia que, con una clave que determine el diseño y la 
        tipografía apropiada, será leída por una cámara; 
        y todo esto puede hacerse con un sistema de producción computarizada. 
        (El primer autor que entregó un original a máquina de un 
        libro, según está registrado, fue Mark Twain. No se sabe 
        quién puede reclamar haber sido el primero en entregar una cinta).
 Esta combinación de sistemas de producción con sistemas 
        de ordenación y localización computarizados es la base de 
        la edición electrónica, en la que la "información" 
        se encuentra disponible, a través de diferentes vendedores, para 
        !os particulares con receptores que pueden ser cornputadoras personales 
        o, en el caso de ciertos sistemas de vídeo, adaptaciones de los 
        aparatos caseros de televisión. Hasta hace unos veinte años, 
        las fronteras entre los servicios de las computadoras (procesamiento de 
        datos), la radiodifusión (radio y televisión), los teléfonos 
        y la edición eran más o menos claras. La tecnología 
        era distinta en cada caso y eran pocas las compañías que 
        los cubrieran todos. En nuestros días se cruzan y se conectan, 
        y uno mismo se encuentra envuelto en una red de tecnologías y servicios 
        diferentes. Paul Starr, que ha estudiado el problema, señala que 
        "las computadoras y los servicios de almacenamiento de datos han 
        llegado a tener un papel tan importante en la edición que hay quien 
        dice que los editores deberían dejar de verse a sí mismos 
        como productores de libros y periódicos y admitir que son proveedores 
        de información, sin limitarse a ningún medio en particular......
 Parecería que los sistemas de fotocopiado y localización 
        de información han vuelto anacrónico todo eso. Pero ¿qué 
        tan cierto es?
 Un libro es un formato: una disposición de palabras sobre el papel, 
        con tinta y con una tipografía determinada. ¿Qué 
        más da si se lee lo que se necesita leer en una pantalla o una 
        cinta de computadora, y no en las páginas de un libro? Ese es el 
        problema que ocupa a la industria. Sin embargo, quiero dejar la discusión 
        sobre la producción, la mercadotecnia y la distribución 
        y pasar a problemas intelectuales más relevantes; por ejemplo, 
        a las tonterías y los temores que se han exagerado u oscurecido.
 Antes que nada: ¿de qué estamos hablando? Veamos lo que 
        escribe el miembro de un comité de consultores en una carta a John 
        Cole, director de un estudio de la Biblioteca del Congreso sobre el futuro 
        del libro:
 Estoy de veras encantado con los libros... Nunca había 
        estado tan convencido como ahora de que son el medio para comunicar información 
        más efectivo que puede desarrollarse. Nuestra era vive una explosión 
        de conocimiento. ¡Hay tanto que conocer!. Pero el error no puede ser más grande: nuestro escritor 
        confunde información y conocimiento, que son dos cosas distintas. 
        La información se refiere a noticias, hechos, estadísticas, 
        reportes, legislaciones, reglamentos de impuestos, decisiones jurídicas, 
        resoluciones y cosas por el estilo; no puede ser más obvio que 
        ha habido una "explosión" de todo eso, no sólo 
        porque las organizaciones se han multiplicado sino porque a través 
        de los periódicos, la televisión y las revistas especializadas 
        estamos pendientes todos los días de todos los países (y 
        las guerras entre ellos), las distintas organizaciones políticas, 
        del mundo (y sus facciones) y la economía mundial. Lo cual no es 
        necesariamente conocimiento (y lo más común es que no lo 
        sea). El conocimiento se refiere a la interpretación en un contexto, 
        la exégesis, la relación y la conceptualización: 
        lo que forma una arglxmentación. Del conocimiento resultan las 
        teorías: esfuerzos por establecer relaciones o conexiones especialmente 
        pertinentes entre los hechos, los datos y el resto de la información 
        en una forma coherente, y por explicar las razones de tales generalizaciones.Puede que la manera más sencilla de sugerir cuáles son estás 
        diferencias (no de definirlas) sea pensar en los índices de un 
        libro. El índice de nombres es una serie de datos, un listado de 
        los nombres de las personas (o los países o los lugares) que se 
        mencionan en el libro. El índice temática corresponde a 
        la información; es una relación de las categorías 
        bajo las que se encuentran los nombres y los temas. El índice analítico 
        (que muy pocos autores se toman la molestia de elaborar, pero que cualquier 
        lector serio de un libro hará por su cuenta) corresponde al conocimiento; 
        establece, con base en un proyecto intelectual, las relaciones y referencias 
        cruzadas, con el fin de aclarar la lógica de la argumentación 
        o la naturaleza de los fenómenos analizados. Bastante bien sabemos 
        lo difícil que resulta.
 La computadora es una herramienta maravillosa para los investigadores, 
        cuando se aplica al manejo de la información. El Centro de Estudios 
        Clásicos de Harvard posee unas concordancias del anglosajón, 
        un índice de todas las palabras del inglés antiguo que señala 
        los diferentes lugares en que aparece cada una. Estas concordancias equivalen 
        a 10 mil páginas de texto pero, colocadas en una PDP 11/44, caben 
        limpiamente en un disco no mayor que los que usan nuestros aparatos de 
        música. Si buscamos una referencia de cocina, comida, pesca o cualquier 
        actividad parecida, la computadora nos dará todas las frases en 
        que dichas palabras aparecen. La Universidad de California en Irvine está 
        reuniendo un Thesaurus Linguae Graecae: un banco de datos que incluirá 
        sesenta y cinco millones de palabras de la literatura griega antigua. 
        Supongamos que un profesor prepara un trabajo sobre las mascotas en el 
        mundo antiguo: podría averiguar cada uso.particular de "perro" 
        o "gato" (para lo cual tendría que saber qué animales 
        se usaban como mascotas, por supuesto) y podría hasta escribir 
        un trabajo escolar sobre el uso de la palabra "perro" en Homero, 
        Platón, Aristóteles y los escépticos.
 El problema intelectual aparece apenas nos preguntamos qué es lo 
        que tratamos de encontrar, y por qué. Alguna elección tuvimos 
        que hacer para empezar, y debió de estar de acuerdo con ciertos 
        propósitos intelectuales o prácticos; de lo contrario, no 
        haremos otra cosa que meter en la computadora la Biblioteca de Babel de 
        Borges, en la que cualquier palabra alguna vez proferida tiene un lugar 
        en el "banco de datos" de los interminables anaqueles, o discos, 
        de preferencias. Un modelo interesante de investigación computarizada 
        es el sistema Lexis (manejado por la Corporación Mead), que se 
        emplea en investigaciones jurídicas. Todas las decisiones tornadas 
        en los juicios de las diferentes cortes de todo el país se han 
        metido en el sistema, que constantemente es puesto al día. Gracias 
        a un sistema de claves, el investigador que busque precedentes o reglas 
        aplicables a su propio caso puede revisar las decisiones o los párrafos 
        de decisiones que le parezcan pertinentes. Puede operar el sistema como 
        si volviera las páginas de un libro, hacia atrás o hacia 
        adelante, sólo que guiado en este caso por las claves, su hilo 
        de Ariadna, entre las versiones diferentes o conflictivas del problema 
        que le interesa. Pero el sistema Lexis debe su relativa fortuna a que 
        su universo es limitado, tiene reglas explícitas para relacionar 
        las claves y, por supuesto, la localización de precedentes o reglas 
        implica una retribución que justifica lo que cuesta mantener el 
        sistema. Universos limitados como los del anglosajón o el mundo 
        antiguo griego justificarían esfuerzos semejantes. Pero todos estos 
        casos pertenecen muy claramente al reino de la información. Habría 
        que seguir un proceso muy diferente de investigación y selección 
        si nos propusiéramos relacionar materiales de una cultura con los 
        de otra, lo que resultaría mucho más costoso y, a fin de 
        cuentas, carecería de sentido -a menos que todos los libros, documentos, 
        actas de matrimonio, títulos de propiedad, contratos y obras literarias 
        estuvieran computarizados.
 Otra manera de ver el problema es preguntarnos cómo leemos. Podemos 
        hacerlo por encima o, por el contrario, minando" el texto (con lápiz 
        o marcador), "hablando" con él (San Agustín recuerda 
        con asombro que, cuando se atrevió a entrar en el estudio de San 
        Ambrosio, lo sorprendió leyendo en silencio, lo que era del todo 
        nuevo para la época), o repensándolo y parafraseándolo. 
        Es en este contexto donde podemos empezar a determinar el papel de las 
        computadoras y los medios de reproducción óptica, electrónica 
        y electrostática más recientes.
 Si lo que buscamos es información, tal como la hemos definido, 
        el libro resulta obsoleto.La capacidad de almacenamiento de una memoria 
        óptica (en un disco de láser) o de computadora, la rapidez 
        con que se obtienen los datos y la facilidad para revisarlos hacen que 
        los nuevos medios sean preferibles. Los investigadores -sociólogos, 
        médicos o ingenieros- podemos tomar un libro de actas de una comunidad, 
        los datos de una encuesta de opinión, investigaciones de mercado, 
        material de censos, datos sobre la salud y decisiones jurídicas, 
        "actualizarlo" todo rápidamente y, con los diagramas 
        de computadora, convertir en muy poco tiempo los datos digitalizados en 
        gráficas, listados verticales o alguna otra representación 
        visual. Todo lo cual puede después "manipularse" para 
        volver a analizar los datos previos a la luz del nuevo material y establecer 
        series o marcos ternporales que permitan considerar más profundamente 
        la naturaleza de nuesiros materiales o descubrimientos.
 Pero si leernos para reflexionar, "hablar" con la obra, construir 
        una argumentación o interpretar un pasaje, parece más bien 
        que el formato del libro, con sus márgenes y su comodidad, puede 
        ser un medio mejor. Así lo ha escrito Jerome Lettvin (profesor 
        de Comunicación, Fisiología y Bibingeniería en el 
        Departamento de Ciencias de la Computación, Biología e Ingeniería 
        Eléctrica del Instituto Tecnológico de Massachusetts):
 ... si estuviera al mando de una biblioteca electrónica 
        corno la Biblioteca del Congreso, en la que pudiera con sólo oprimir 
        unas teclas ver tal y cual libro que me enviaría a otros libros 
        o artículos con los que tuviera relación, etc., la usaría 
        sólo muy de vez en cuando. En cambio, recurriría con mucha 
        mayor frecuencia a una biblioteca en la que buscar un libro me llevara 
        a toparme con otro en el estante de al lado, inesperadamente, y que en 
        realidad me interesa mil veces más...Hay en esto la idea de un contexto ambiental cuyo valor informativo es 
        riquísimo pero que se define muy vagamente. Ahora, sin embargo, 
        con la aplicación usual de las cornputadoras, ese contexto ambiental 
        ha sido expulsado del sistema. En otras palabras: se supone que somos 
        corno las máquinas que manejamos, orientados hacia un objetivo 
        específico según una lógica específica y, 
        de una manera particular, con una idea perfectamente clara de los datos 
        que tendremos.
 Hojear un libro se parece muy poco a mirar una pantalla en la que un texto 
        pasa rápidamente. Tengo desde hace mucho tiempo la convicción 
        de que percibir es una cosa activa y no pasiva. Porque movemos los ojos 
        para percibir, movemos las manos para seguir adelante y nos movemos, nadie 
        lo ignora, para mirar. No quiero parecerme a ninguna de las cosas que 
        me gustaría tener sometidas a mí...
 El autor de un libro llamado Turing´s Man compara 
        al investigador con una pluma y al científico y filósofo 
        con una terminal de computadora: "El científico y filósofo 
        que trabajen con herramientas electrónicas,corno éstas pensarán 
        de maneras muy diferentes a las de los que han trabajado con papel y lápiz 
        en escritorios comunes y corrientes".Pero ¿de veras será así? Lo que anuncia esa complicada 
        exageración es una nueva definición del hombre, no corno 
        el homo faber que emplea herramientas o el homo pictor, animal simbólico, 
        sino como un "procesador de información": un hombre cuya 
        Mente puede cifrarse en códigos y algoritmos. En el siglo XVII 
        la Metodología designaba, según la definición de 
        Descartes, a la disciplina que establecería un método universal 
        (las matemáticas) para responder a cualquier pregunta en una forma 
        científicamente congruente. Leibniz soñó con una 
        máquina que, apenas programada una pregunta cualquiera, daría 
        inmediatamente la respuesta. Un siglo más tarde, De la Mettrie 
        proclamó que el hombre era una máquina (aunque murió 
        de gota, quizá por una sobrecarga). Ahora vemos al hombre corno 
        una inteligencia artificial: un instrumento prograrnable. Ese es el rneollo 
        del problema, el corazón de las tinieblas.
 Detrás de todo esto hay un problema epistemológico fundamental, 
        que ha sacudido a la filosofía en años recientes. Me refiero 
        a los esfuerzos que se han hecho en el siglo XX -pienso sobre todo en 
        Frege, Russell y Carnap- para establecer significados sin ambigüedad 
        por medio de lenguajes artificiales. Me bastará con señalar 
        que después de Quine y el último Wittgenstein es difícil 
        sostener el argumento de que las palabras representan cosas y hay, por 
        tanto, una "teoría de la correspondencia" de la verdad. 
        Poco más o menos, puede decirse esto de la información. 
        Podemos tener incluso diccionarios de imágenes, como los de inglés-japonés, 
        en los que a una imagen de una cosa corresponde una palabra en cada idioma; 
        aun en este caso, se necesita un contexto común de conocimientos, 
        de lo contrario, un cristal en un marco puede "significar" una 
        pantalla de televisión para un occidental y un simple espejo para 
        un bosquimano.
 En el contexto del conocimiento -en los juicios, evaluaciones e interpretaciones- 
        las palabras sirven de guías a la conducta y la acción. 
        Los significados dependen del uso; los términos están inscritos 
        en la cultura; las acciones se rigen por reglas que'se derivan de una 
        convención. "Construimos" la realidad a través 
        de los diferentes prismas que empleamos.
 Una computadora opera cornputacional y secuenciairnente. Todo funciona 
        según las reglas de un sistema formal, reglas que son finitas (de 
        lo contrario, la computadora seguiría zumbando por toda la eternidad). 
        Para resolver un problema, buscamos un algoritmo: una regla de decisiones 
        que nos indica el mejor camino.
 Está claro que no podemos vivir en contra de estas posibilidades, 
        siempre que podamos definir claramente un problema, establecer los parárnetros, 
        estudiar las combinaciones y permutaciones posibles y trazar " el 
        mejor de los caminos": la solución óptima. Fue el sueño 
        de Pascal, la idea de un universo laplaceano. Si el mundo fuera un "juego 
        de lógica", la reducción del pensamiento a las operaciones 
        de la computación sería una meta posible. Pero el problema 
        no es sólo "el mundo" (ni si hay un orden constitutivo 
        de sus conexiones internas) sino el lenguaje que usamos, con irnperfección, 
        para describir y entender el mundo - natural, social y personal.
 Para empezar, tenemos el problema de la formalización. El lenguaje 
        natural se crea y se reelabora por el uso y el esfuerzo por establecer 
        reglas fundamentales -de homologías, digamos-, de modo que podemos 
        tener un algoritmo para clasificar frases correctamente desarrolladas 
        perdidas en el desorden del lenguaje natural. Un seguidor de Fowler entendería 
        de inmediato la razón. Veámoslo en el problema de la silepsis 
        y el zeugma, dos figuras de lenguaje que frecuentemente se confunden entre 
        sí.
 Silepsis: Mi hermano anda en las nubes y tropezando; Perdió el 
        sombrero y la cabeza.
 Zeugma: Con ojos y corazón llorosos; Mueran los chicos y la carga 
        (Shakespeare, Henry V).
 La silepsis es gramaticalmente correcta (aunque sea tirada de los pelos) 
        pero requiere que una sola palabra se entienda en un sentido distinto 
        en cada caso. En el zeugma, lo que ocurre es que la palabra tiene sentido 
        en un caso pero no en otro; para que el sentido sea claro se necesita 
        una palabra adicional: "Mueran los chicos y destrúyase la 
        carga".
 A fin de cuentas, se trata de la relación de la sintaxis con la 
        semántica, del orden de las palabras con el sentido. Para escribir 
        modelos de homología, necesitamos una sintaxis común. Aun 
        así, un algoritmo no puede dar con la naturaleza del idioma. Por 
        ejemplo: (a) Ella lo condujo a la escuela; (b) Ella lo condujo a beber. 
        Sintácticamente, son oraciones homólogas; semánticamente, 
        son del todo diferentes. . Pero los problemas fundamentales no radican 
        en las complejidades técnicas de la gramática, por formidables 
        que sean, sino en la naturaleza del pensamiento y el "reduccionismo" 
        que la moda de las computadoras viene a introducir. Podernos seguir, en 
        este caso, una distinción de John Dewey (en su Art as experience). 
        Dewey era un admirador de la ciencia y pensaba que sus métodos 
        y formas de interrogar eran uno de los grandes logros de la inteligencia. 
        Pero Dewey distinguía expresión y declaración. La 
        ciencia declara significados, el arte los expresa. Las declaraciones rnanifiestan 
        las condiciones bajo las cuales puede adquiriese el conocimiento o la 
        experiencia. Pero "lo poético, en cuanto se distingue de lo 
        prosaico; lo estético, en cuanto se distingue de la ciencia; la 
        expresión, en cuanto se distingue de la declaración, hacen 
        algo distinto de conducirnos a una experiencia, constituyen una".
 La expresión poética es un pensamiento que emplea tropos. 
        No se trata de señalar cosas sino de expandir la imaginación 
        por medio de metáforas y metonirnias, de parábolas y alegorías. 
        Todo lo contrario de ese helado remedo del pensamiento a que reduce el 
        lenguaje la ideología. El cetro y la corona invocan el sentido 
        de la historia y la destrucción de las apariencias; el Kremlim 
        y la Casa Blanca, la cansada retórica del cliché político. 
        Pensar por las sendas de la "herramienta electrónica" 
        tiene el riesgo de contraer los vasos sanguíneos del pensamiento; 
        el libro le permite a la mente remontarse.
 Por otra parte, podernos volver a Kant, que trajo la metafísica 
        al mundo, y a sus atributos de la Mente y su categorías. Para Kant, 
        lo que conocemos está en función de las categorías 
        y conceptos que establecemos:.percibinios hechos pero crearnos relaciones, 
        seleccionando entre el fresco rumor de la confusión los aspectos 
        del mundo que queremos entender. Pero detrás de todos ellos, en 
        los nóumenos que no podemos penetrar, está lo que Kant llamó 
        "el misterio de la síntesis". ¿Cómo juntamos, 
        y por qué, los diversos componentes de lo que logramos desembrollar 
        del mundo? La capacidad creadora del hombre comienza con .el prefijo que 
        sopla donde quiere , re. Lo que nos distingue de otras especies es nuestra 
        capacidad de re-organizar, retrazar, re-ordenar nuestras experiencias-y 
        re-diseñar nuestro mundo. Pero el arte y los actos siguen siendo 
        un misterio.
 El mundo tiene una doble historia: hay un orden lógico en un desorden 
        fáctico. Pero no. hay un solo orden lógico. A lo largo de 
        un sólo día experimentamos, literalmente, millones de "paquetes" 
        de. experiencia, oírnos y leemos de miles de acontecimientos, nos 
        encontramos y hablamos con cientos de personas, pero terminamos seleccionando 
        una pequeña porción que nos parece "importante y la 
        agrupamos, en la memoria, como parte de lo que vale la pena recordar. 
        Es la teoría la que decide lo que observamos , escribió 
        Einsteín. "No hay un método inductivo que pueda hacernos 
        llegar a los conceptos fundamentales de la física". Lo que 
        cornplica nuestra comprensión es que nuestra imagen del mundo proviene 
        de unas bases de experiencia limitadas; además, las leyes de la 
        física contradicen nuestros movimientos cotidianos en el mundo 
        y se derivan de un salto que no es el salto de la fe sino el de la imaginación. 
        Nos resulta difícil comprender la noción de relatividad 
        espacial y su negación del mundo newtoniano (o, más precisamente, 
        su restricción del mundo newtoniano a un determinado nivel de relaciones) 
        por nuestra visión de un tiempo universal, común a todos 
        los observadores, y de los acontecimien'tos en el espacio como un todo, 
        ideas que se derivan de nuestra experiencia cotidiana de observar el desarrollo 
        de los acontecimientos. La idea de un tiempo que se dilata, de que no 
        hay una unidad "absoluta" para medir el tiempo, carece de sentido 
        en un,mundo ordenado por Cronos y su vara de medir. Despojados de cualquier 
        evidencia de que nuestros conceptos tengan una conexión con las 
        experiencias correspondientes, hemos comenzado también, como señaló 
        Gerald Holton, a ver la precariedad de la construcción de la teoría. 
        0 como lo apuntó Einstein, con mucha más gracia (en su ensayo 
        sobre el espacio-tiempo de la antigua Enciclopedia Británica), 
        citando una parábola talmúdica: ¿quién descubrió 
        primero el agua? No lo sabemos. Pero no fueel pez.
 Cómo nos mantenemos "fuera de nosotros mismos" hasta 
        alcanzar la distancia estética e intelectual necesaria que nos 
        permite reordenar y re-trazar nuestros mundos, es un acto creador que 
        no acabamos de entender. Es en éste donde la imaginación 
        y la ciencia (una definición sencilla del conocimiento) se reúnen.
 Daniel Bell
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