Traducción de Aurelio Asiain
Ref.: 
¿Por qué defender el libro? Si fuera solamente por razones
de antigüedad o sentimentales, apenas se justificarla el esfuerzo.
Pero el libro -como formato, si- es constitutivo de la cultura y sin cultura
nuestra vida no pasarla de ser una vida animal, ignorante, utilitaria.
Comenzaré como un sociólogo, haciendo algunas distinciones
y estableciendo categorías para ver qué es lo que está
en juego. Hay cinco aspectos del libro -estoy siendo arbitrario pero confio
en justificar ese número- que nos importan actualmente.
Primero, el libro como dispositivo práctico: un medio para organizar
información en forma conveniente.
Segundo, el libro como modo de aprendizaje, de adquisición de conocimientos.
Nótese que distingo entre inforrnación y conocimiento. Volveré
sobre este tema, que será uno de los ejes de mi argumentación.
Tercero, el libro como texto de entretenimiento, placer e imaginación.
En este caso, el centro de atención está en el lenguaje:
los sonidos y los colores, los ritmos y si.nuosidades del lenguaje, los
tropos y las figuras que, por yuxtaposición de términos,
hacen que la imaginación se remonte y nos comprometa activamente
como lectores. Las primeras palabras que recordamos de la infancia son
las que dicen: “Cuéntame un cuento” , “Léeme un libro”.
Cuarto, el libro como objeto estético. Los placeres de la artesanía:la
tipografía, la disposición de la página, las ilustraciones,
la encuadernación, pruebas del arte del diseñador y del
cuidado del artesano.
Y quinto, el libro como objeto "de colección" que satisface
las ganas de acumular, el deseo de tener un lugar en sociedad o la simple
urgencia infantil de reunir objetos que sean “míos".
Podemos desechar rápidamente algunas de estas tonterías.
Hace poco leí en una revista aérea -¿dónde,
si no? un anuncio sobre las extraordinarias ganancias,que pueden obtenerse
coleccionando libros. El director de una firma de valuadores de libros
aconseja, en una cita, al principiante:
... si quiere divertirse un poco, coleccione primeras ediciones
de autores modernos que le parezca que serán reconocidos por la
posteridad. Trate de tener la firma del autor en los libros: no es tan
difícil, ahora que hay giras publicitarias programadas pr los editores.
El valor aumenta si hay una dedicatoria o un pensamiento:
Si decide leer el libro (¡Dios no lo quiera!), quítele
prirnero el forro; así, por una parte, lo conservará en
buen estado -lo que aumentará considerablemente su valor- y, por
la otra, evitará dejar sus huellas digitales: se imprimen en los
forros brillantes, no en las pastas opacas. Quíteselo, pues.
Como objeto de colección, podemos abandonar el libro
a las tonterías del mercado.
Recuerdo, por lo demás, una anécdota sobre Gershom Scholern,
una gran autoridad en misticismo judío y un Maestro del Libro él
mismo. Un día, hurgando en una librería de Jerusalén,
Scholem encontró un volumen extraordinariamente raro de la cábala
luriánica, que es un tema muy incómodo para muchos de los
ortodoxos. Le preguntó el precio al librero: la cifra resultó
asombrosamente baja. Como lo apenaba la idea de estarse aprovechando del
hombre, Scholem dijo: "¿Se da cuenta de lo que es este libro,
de lo raro que es?" El librero vio el libro y se encogió de
hombros. "Algunos libros son una lectura excelente, otros no: el
precio es el mismo". (Sólo en las librerías de viejo
se aplica a veces él principio del valor de uso antes que el del
valor de cambio.) Podemos abandonar las rarezas, expuestas a las tonterías
del mercado, que a veces son modificadas por el buen gusto de los compradores
de antigüedades.
Cuando se ve un libro como obra de arte antes que como formato práctico,
la tensión entre la artesanía y la mecanización se
convierte en un problema estético.. Al hablar de la “vil fabricación",
Ruskin oponía a la honorable artesanía, en la que el artista
controla su obra con sus propias manos, toda fabricación, porque
en ésta los productos son abandonados a una automatización
que remeda y, por lo mismo, falsifica el trabajo de las manos.
Por supuesto, a esta visión puede contraponerse el culto a la máquina
difundido por la Bauhaus, de Gropius a Moholy Nagy, y su insistencia en
la calidad funcional y de fabricación de unos productos en los
que la elegancia se define por el brillo del metal o por la austera línea
geométrico. No me propongo repasar aquí la recurrente batalla
entre antiguos y modernos, así que dejo de lado el destino del
libro como objeto estético: como la impresión o la buena
alfarería, seguirán apreciándose el diseño
y el gusto en la historia del arte y la artesanía.
Mi tema es el libro en relación con la información y el
conocimiento: los temores sobre el libro en la era de las computadoras
y el problema de cuáles de ellos pueden justificarse y cuáles
son tonterías.
El libro es, en muchos sentidos, una clase de artículo preindustrial,
artesanal, manual, aun cuando un único bestseller pueda vender
un millón o más de ejemplares. La industria produce más
o menos cuarenta mil títulos comerciales cada año, sin contar
libros de texto, libros escolares especializados, monografías técnicas
y científicas, libros de referencia, tratados religiosos, libros
de juegos y pasatiempos y otros. Los libros se venden a través
del correo, en librerías de viejo, cadenas de librerías,
supermercados, papelerías, librerías religiosas. Puede que
lo más parecido a un libro sea, en este sentido, un zapato. Hay
zapatos para hombres, mujeres y niños, todos en diversas tallas;
hay botas y alpargatas, diseños refinados y caros lo mismo que
sencillas sandalias producidas en serie. Una tienda necesita llevar un
enorme inventario y cada comprador tiene que ser atendido por separado
según su talla, su gusto y el fin a que destina su compra.
¿Por qué hago esta grosera comparación? Porque hay
quien supone que el futuro del libro puede ser el del zapato, si algún
día se vuelve factible la idea del "auto-zapato". El
"auto-zapato” es el sueño de Michael Dertouzos, quien dirige
el laboratorio de Ciencias de la Computación del Instituto Tecnológico
de Massachusetts. Según él, el prototipo del auto-zapato,
tal como lo ha imaginado y hasta diseñado, es una muestra de la
forma en que -los zapatos y otros artículos semejantes podrían
producirse en el futuro. En ese resplandeciente nuevo mundo, el cliente
entra en una tienda de auto-zapatos. En una de las paredes hay distintos
bancos de imágenes. En el banco superior hay imágenes de
cuero, vinilo, materiales, piel de ante y demás. Un segundo banco
muestra diferentes colores a lo largo del espectro, puros o en combinación.
En el tercero, diferentes estilos: zapatos abiertos, sandalias, mocasines,
etc. El cliente coloca su pie sobre una placa de metal y una imagen holográfica
traza el contorno exacto en tres dimensiones. Acto seguido, comienza a
apretar botones de una consola que tiene al lado para indicar las diferentes
combinaciones de materiales, colores y estilos que desea. Las imágenes
se proyectan sobre el pie. Cuando por fin está satisfecho, el cliente
marca los números de la consola en una cinta, tira de una palanca
y, en unos cuantos minutos, recibe un zapato mandado a hacer, a su gusto
y con forma exacta. No hace falta tener un enorme inventario de estilos
y tallas diferentes, ni es necesario un empleado que vaya y venga y se
agache para tratar de satisfacer los caprichos del cliente. El auto-zapato
viene a ser un sencillo sistema de producción automatizada; acabará
con el costoso sistema de producción masiva de innumerables modelos
que satisfagan las necesidades y los gustos usuales de los clientes.
¿Y por qué no un "auto-libro"? En principio, contamos
con la tecnología necesaria. Podría haber un sistema de
ediciones por pedido, en el que bastaría enviar una orden por una
red de computadoras para que el "libro" fuera despachado, en
una ráfaga de impresión por cable, hasta una terminal copiadora.
Un libro de cuatrocientas páginas se despacharía en, digamos,
cuatro minutos -por el precio correspondiente. Pero seamos más
realistas: podríamos tener "libros" en discos flexibles
de computadora, o "grabados" en un circuito integrado o una
tarjeta de láser, y proyectar una página en una pantalla
LED. Por supuesto, pueden almacenarse enciclopedias en sistemas de información
recuperables y localizar determinados artículos o secciones de
información en una pantalla.
En cuanto a la producción, los autores pueden entregar (y ya hay
algunos que lo hacen) una copia de su original en un disco o una cinta
magnética que serán leídos por una máquina,
o bien una copia que, con una clave que determine el diseño y la
tipografía apropiada, será leída por una cámara;
y todo esto puede hacerse con un sistema de producción computarizada.
(El primer autor que entregó un original a máquina de un
libro, según está registrado, fue Mark Twain. No se sabe
quién puede reclamar haber sido el primero en entregar una cinta).
Esta combinación de sistemas de producción con sistemas
de ordenación y localización computarizados es la base de
la edición electrónica, en la que la "información"
se encuentra disponible, a través de diferentes vendedores, para
!os particulares con receptores que pueden ser cornputadoras personales
o, en el caso de ciertos sistemas de vídeo, adaptaciones de los
aparatos caseros de televisión. Hasta hace unos veinte años,
las fronteras entre los servicios de las computadoras (procesamiento de
datos), la radiodifusión (radio y televisión), los teléfonos
y la edición eran más o menos claras. La tecnología
era distinta en cada caso y eran pocas las compañías que
los cubrieran todos. En nuestros días se cruzan y se conectan,
y uno mismo se encuentra envuelto en una red de tecnologías y servicios
diferentes. Paul Starr, que ha estudiado el problema, señala que
"las computadoras y los servicios de almacenamiento de datos han
llegado a tener un papel tan importante en la edición que hay quien
dice que los editores deberían dejar de verse a sí mismos
como productores de libros y periódicos y admitir que son proveedores
de información, sin limitarse a ningún medio en particular......
Parecería que los sistemas de fotocopiado y localización
de información han vuelto anacrónico todo eso. Pero ¿qué
tan cierto es?
Un libro es un formato: una disposición de palabras sobre el papel,
con tinta y con una tipografía determinada. ¿Qué
más da si se lee lo que se necesita leer en una pantalla o una
cinta de computadora, y no en las páginas de un libro? Ese es el
problema que ocupa a la industria. Sin embargo, quiero dejar la discusión
sobre la producción, la mercadotecnia y la distribución
y pasar a problemas intelectuales más relevantes; por ejemplo,
a las tonterías y los temores que se han exagerado u oscurecido.
Antes que nada: ¿de qué estamos hablando? Veamos lo que
escribe el miembro de un comité de consultores en una carta a John
Cole, director de un estudio de la Biblioteca del Congreso sobre el futuro
del libro:
Estoy de veras encantado con los libros... Nunca había
estado tan convencido como ahora de que son el medio para comunicar información
más efectivo que puede desarrollarse. Nuestra era vive una explosión
de conocimiento. ¡Hay tanto que conocer!.
Pero el error no puede ser más grande: nuestro escritor
confunde información y conocimiento, que son dos cosas distintas.
La información se refiere a noticias, hechos, estadísticas,
reportes, legislaciones, reglamentos de impuestos, decisiones jurídicas,
resoluciones y cosas por el estilo; no puede ser más obvio que
ha habido una "explosión" de todo eso, no sólo
porque las organizaciones se han multiplicado sino porque a través
de los periódicos, la televisión y las revistas especializadas
estamos pendientes todos los días de todos los países (y
las guerras entre ellos), las distintas organizaciones políticas,
del mundo (y sus facciones) y la economía mundial. Lo cual no es
necesariamente conocimiento (y lo más común es que no lo
sea). El conocimiento se refiere a la interpretación en un contexto,
la exégesis, la relación y la conceptualización:
lo que forma una arglxmentación. Del conocimiento resultan las
teorías: esfuerzos por establecer relaciones o conexiones especialmente
pertinentes entre los hechos, los datos y el resto de la información
en una forma coherente, y por explicar las razones de tales generalizaciones.
Puede que la manera más sencilla de sugerir cuáles son estás
diferencias (no de definirlas) sea pensar en los índices de un
libro. El índice de nombres es una serie de datos, un listado de
los nombres de las personas (o los países o los lugares) que se
mencionan en el libro. El índice temática corresponde a
la información; es una relación de las categorías
bajo las que se encuentran los nombres y los temas. El índice analítico
(que muy pocos autores se toman la molestia de elaborar, pero que cualquier
lector serio de un libro hará por su cuenta) corresponde al conocimiento;
establece, con base en un proyecto intelectual, las relaciones y referencias
cruzadas, con el fin de aclarar la lógica de la argumentación
o la naturaleza de los fenómenos analizados. Bastante bien sabemos
lo difícil que resulta.
La computadora es una herramienta maravillosa para los investigadores,
cuando se aplica al manejo de la información. El Centro de Estudios
Clásicos de Harvard posee unas concordancias del anglosajón,
un índice de todas las palabras del inglés antiguo que señala
los diferentes lugares en que aparece cada una. Estas concordancias equivalen
a 10 mil páginas de texto pero, colocadas en una PDP 11/44, caben
limpiamente en un disco no mayor que los que usan nuestros aparatos de
música. Si buscamos una referencia de cocina, comida, pesca o cualquier
actividad parecida, la computadora nos dará todas las frases en
que dichas palabras aparecen. La Universidad de California en Irvine está
reuniendo un Thesaurus Linguae Graecae: un banco de datos que incluirá
sesenta y cinco millones de palabras de la literatura griega antigua.
Supongamos que un profesor prepara un trabajo sobre las mascotas en el
mundo antiguo: podría averiguar cada uso.particular de "perro"
o "gato" (para lo cual tendría que saber qué animales
se usaban como mascotas, por supuesto) y podría hasta escribir
un trabajo escolar sobre el uso de la palabra "perro" en Homero,
Platón, Aristóteles y los escépticos.
El problema intelectual aparece apenas nos preguntamos qué es lo
que tratamos de encontrar, y por qué. Alguna elección tuvimos
que hacer para empezar, y debió de estar de acuerdo con ciertos
propósitos intelectuales o prácticos; de lo contrario, no
haremos otra cosa que meter en la computadora la Biblioteca de Babel de
Borges, en la que cualquier palabra alguna vez proferida tiene un lugar
en el "banco de datos" de los interminables anaqueles, o discos,
de preferencias. Un modelo interesante de investigación computarizada
es el sistema Lexis (manejado por la Corporación Mead), que se
emplea en investigaciones jurídicas. Todas las decisiones tornadas
en los juicios de las diferentes cortes de todo el país se han
metido en el sistema, que constantemente es puesto al día. Gracias
a un sistema de claves, el investigador que busque precedentes o reglas
aplicables a su propio caso puede revisar las decisiones o los párrafos
de decisiones que le parezcan pertinentes. Puede operar el sistema como
si volviera las páginas de un libro, hacia atrás o hacia
adelante, sólo que guiado en este caso por las claves, su hilo
de Ariadna, entre las versiones diferentes o conflictivas del problema
que le interesa. Pero el sistema Lexis debe su relativa fortuna a que
su universo es limitado, tiene reglas explícitas para relacionar
las claves y, por supuesto, la localización de precedentes o reglas
implica una retribución que justifica lo que cuesta mantener el
sistema. Universos limitados como los del anglosajón o el mundo
antiguo griego justificarían esfuerzos semejantes. Pero todos estos
casos pertenecen muy claramente al reino de la información. Habría
que seguir un proceso muy diferente de investigación y selección
si nos propusiéramos relacionar materiales de una cultura con los
de otra, lo que resultaría mucho más costoso y, a fin de
cuentas, carecería de sentido -a menos que todos los libros, documentos,
actas de matrimonio, títulos de propiedad, contratos y obras literarias
estuvieran computarizados.
Otra manera de ver el problema es preguntarnos cómo leemos. Podemos
hacerlo por encima o, por el contrario, minando" el texto (con lápiz
o marcador), "hablando" con él (San Agustín recuerda
con asombro que, cuando se atrevió a entrar en el estudio de San
Ambrosio, lo sorprendió leyendo en silencio, lo que era del todo
nuevo para la época), o repensándolo y parafraseándolo.
Es en este contexto donde podemos empezar a determinar el papel de las
computadoras y los medios de reproducción óptica, electrónica
y electrostática más recientes.
Si lo que buscamos es información, tal como la hemos definido,
el libro resulta obsoleto.La capacidad de almacenamiento de una memoria
óptica (en un disco de láser) o de computadora, la rapidez
con que se obtienen los datos y la facilidad para revisarlos hacen que
los nuevos medios sean preferibles. Los investigadores -sociólogos,
médicos o ingenieros- podemos tomar un libro de actas de una comunidad,
los datos de una encuesta de opinión, investigaciones de mercado,
material de censos, datos sobre la salud y decisiones jurídicas,
"actualizarlo" todo rápidamente y, con los diagramas
de computadora, convertir en muy poco tiempo los datos digitalizados en
gráficas, listados verticales o alguna otra representación
visual. Todo lo cual puede después "manipularse" para
volver a analizar los datos previos a la luz del nuevo material y establecer
series o marcos ternporales que permitan considerar más profundamente
la naturaleza de nuesiros materiales o descubrimientos.
Pero si leernos para reflexionar, "hablar" con la obra, construir
una argumentación o interpretar un pasaje, parece más bien
que el formato del libro, con sus márgenes y su comodidad, puede
ser un medio mejor. Así lo ha escrito Jerome Lettvin (profesor
de Comunicación, Fisiología y Bibingeniería en el
Departamento de Ciencias de la Computación, Biología e Ingeniería
Eléctrica del Instituto Tecnológico de Massachusetts):
... si estuviera al mando de una biblioteca electrónica
corno la Biblioteca del Congreso, en la que pudiera con sólo oprimir
unas teclas ver tal y cual libro que me enviaría a otros libros
o artículos con los que tuviera relación, etc., la usaría
sólo muy de vez en cuando. En cambio, recurriría con mucha
mayor frecuencia a una biblioteca en la que buscar un libro me llevara
a toparme con otro en el estante de al lado, inesperadamente, y que en
realidad me interesa mil veces más...
Hay en esto la idea de un contexto ambiental cuyo valor informativo es
riquísimo pero que se define muy vagamente. Ahora, sin embargo,
con la aplicación usual de las cornputadoras, ese contexto ambiental
ha sido expulsado del sistema. En otras palabras: se supone que somos
corno las máquinas que manejamos, orientados hacia un objetivo
específico según una lógica específica y,
de una manera particular, con una idea perfectamente clara de los datos
que tendremos.
Hojear un libro se parece muy poco a mirar una pantalla en la que un texto
pasa rápidamente. Tengo desde hace mucho tiempo la convicción
de que percibir es una cosa activa y no pasiva. Porque movemos los ojos
para percibir, movemos las manos para seguir adelante y nos movemos, nadie
lo ignora, para mirar. No quiero parecerme a ninguna de las cosas que
me gustaría tener sometidas a mí...
El autor de un libro llamado Turing´s Man compara
al investigador con una pluma y al científico y filósofo
con una terminal de computadora: "El científico y filósofo
que trabajen con herramientas electrónicas,corno éstas pensarán
de maneras muy diferentes a las de los que han trabajado con papel y lápiz
en escritorios comunes y corrientes".
Pero ¿de veras será así? Lo que anuncia esa complicada
exageración es una nueva definición del hombre, no corno
el homo faber que emplea herramientas o el homo pictor, animal simbólico,
sino como un "procesador de información": un hombre cuya
Mente puede cifrarse en códigos y algoritmos. En el siglo XVII
la Metodología designaba, según la definición de
Descartes, a la disciplina que establecería un método universal
(las matemáticas) para responder a cualquier pregunta en una forma
científicamente congruente. Leibniz soñó con una
máquina que, apenas programada una pregunta cualquiera, daría
inmediatamente la respuesta. Un siglo más tarde, De la Mettrie
proclamó que el hombre era una máquina (aunque murió
de gota, quizá por una sobrecarga). Ahora vemos al hombre corno
una inteligencia artificial: un instrumento prograrnable. Ese es el rneollo
del problema, el corazón de las tinieblas.
Detrás de todo esto hay un problema epistemológico fundamental,
que ha sacudido a la filosofía en años recientes. Me refiero
a los esfuerzos que se han hecho en el siglo XX -pienso sobre todo en
Frege, Russell y Carnap- para establecer significados sin ambigüedad
por medio de lenguajes artificiales. Me bastará con señalar
que después de Quine y el último Wittgenstein es difícil
sostener el argumento de que las palabras representan cosas y hay, por
tanto, una "teoría de la correspondencia" de la verdad.
Poco más o menos, puede decirse esto de la información.
Podemos tener incluso diccionarios de imágenes, como los de inglés-japonés,
en los que a una imagen de una cosa corresponde una palabra en cada idioma;
aun en este caso, se necesita un contexto común de conocimientos,
de lo contrario, un cristal en un marco puede "significar" una
pantalla de televisión para un occidental y un simple espejo para
un bosquimano.
En el contexto del conocimiento -en los juicios, evaluaciones e interpretaciones-
las palabras sirven de guías a la conducta y la acción.
Los significados dependen del uso; los términos están inscritos
en la cultura; las acciones se rigen por reglas que'se derivan de una
convención. "Construimos" la realidad a través
de los diferentes prismas que empleamos.
Una computadora opera cornputacional y secuenciairnente. Todo funciona
según las reglas de un sistema formal, reglas que son finitas (de
lo contrario, la computadora seguiría zumbando por toda la eternidad).
Para resolver un problema, buscamos un algoritmo: una regla de decisiones
que nos indica el mejor camino.
Está claro que no podemos vivir en contra de estas posibilidades,
siempre que podamos definir claramente un problema, establecer los parárnetros,
estudiar las combinaciones y permutaciones posibles y trazar " el
mejor de los caminos": la solución óptima. Fue el sueño
de Pascal, la idea de un universo laplaceano. Si el mundo fuera un "juego
de lógica", la reducción del pensamiento a las operaciones
de la computación sería una meta posible. Pero el problema
no es sólo "el mundo" (ni si hay un orden constitutivo
de sus conexiones internas) sino el lenguaje que usamos, con irnperfección,
para describir y entender el mundo - natural, social y personal.
Para empezar, tenemos el problema de la formalización. El lenguaje
natural se crea y se reelabora por el uso y el esfuerzo por establecer
reglas fundamentales -de homologías, digamos-, de modo que podemos
tener un algoritmo para clasificar frases correctamente desarrolladas
perdidas en el desorden del lenguaje natural. Un seguidor de Fowler entendería
de inmediato la razón. Veámoslo en el problema de la silepsis
y el zeugma, dos figuras de lenguaje que frecuentemente se confunden entre
sí.
Silepsis: Mi hermano anda en las nubes y tropezando; Perdió el
sombrero y la cabeza.
Zeugma: Con ojos y corazón llorosos; Mueran los chicos y la carga
(Shakespeare, Henry V).
La silepsis es gramaticalmente correcta (aunque sea tirada de los pelos)
pero requiere que una sola palabra se entienda en un sentido distinto
en cada caso. En el zeugma, lo que ocurre es que la palabra tiene sentido
en un caso pero no en otro; para que el sentido sea claro se necesita
una palabra adicional: "Mueran los chicos y destrúyase la
carga".
A fin de cuentas, se trata de la relación de la sintaxis con la
semántica, del orden de las palabras con el sentido. Para escribir
modelos de homología, necesitamos una sintaxis común. Aun
así, un algoritmo no puede dar con la naturaleza del idioma. Por
ejemplo: (a) Ella lo condujo a la escuela; (b) Ella lo condujo a beber.
Sintácticamente, son oraciones homólogas; semánticamente,
son del todo diferentes. . Pero los problemas fundamentales no radican
en las complejidades técnicas de la gramática, por formidables
que sean, sino en la naturaleza del pensamiento y el "reduccionismo"
que la moda de las computadoras viene a introducir. Podernos seguir, en
este caso, una distinción de John Dewey (en su Art as experience).
Dewey era un admirador de la ciencia y pensaba que sus métodos
y formas de interrogar eran uno de los grandes logros de la inteligencia.
Pero Dewey distinguía expresión y declaración. La
ciencia declara significados, el arte los expresa. Las declaraciones rnanifiestan
las condiciones bajo las cuales puede adquiriese el conocimiento o la
experiencia. Pero "lo poético, en cuanto se distingue de lo
prosaico; lo estético, en cuanto se distingue de la ciencia; la
expresión, en cuanto se distingue de la declaración, hacen
algo distinto de conducirnos a una experiencia, constituyen una".
La expresión poética es un pensamiento que emplea tropos.
No se trata de señalar cosas sino de expandir la imaginación
por medio de metáforas y metonirnias, de parábolas y alegorías.
Todo lo contrario de ese helado remedo del pensamiento a que reduce el
lenguaje la ideología. El cetro y la corona invocan el sentido
de la historia y la destrucción de las apariencias; el Kremlim
y la Casa Blanca, la cansada retórica del cliché político.
Pensar por las sendas de la "herramienta electrónica"
tiene el riesgo de contraer los vasos sanguíneos del pensamiento;
el libro le permite a la mente remontarse.
Por otra parte, podernos volver a Kant, que trajo la metafísica
al mundo, y a sus atributos de la Mente y su categorías. Para Kant,
lo que conocemos está en función de las categorías
y conceptos que establecemos:.percibinios hechos pero crearnos relaciones,
seleccionando entre el fresco rumor de la confusión los aspectos
del mundo que queremos entender. Pero detrás de todos ellos, en
los nóumenos que no podemos penetrar, está lo que Kant llamó
"el misterio de la síntesis". ¿Cómo juntamos,
y por qué, los diversos componentes de lo que logramos desembrollar
del mundo? La capacidad creadora del hombre comienza con .el prefijo que
sopla donde quiere , re. Lo que nos distingue de otras especies es nuestra
capacidad de re-organizar, retrazar, re-ordenar nuestras experiencias-y
re-diseñar nuestro mundo. Pero el arte y los actos siguen siendo
un misterio.
El mundo tiene una doble historia: hay un orden lógico en un desorden
fáctico. Pero no. hay un solo orden lógico. A lo largo de
un sólo día experimentamos, literalmente, millones de "paquetes"
de. experiencia, oírnos y leemos de miles de acontecimientos, nos
encontramos y hablamos con cientos de personas, pero terminamos seleccionando
una pequeña porción que nos parece "importante y la
agrupamos, en la memoria, como parte de lo que vale la pena recordar.
Es la teoría la que decide lo que observamos , escribió
Einsteín. "No hay un método inductivo que pueda hacernos
llegar a los conceptos fundamentales de la física". Lo que
cornplica nuestra comprensión es que nuestra imagen del mundo proviene
de unas bases de experiencia limitadas; además, las leyes de la
física contradicen nuestros movimientos cotidianos en el mundo
y se derivan de un salto que no es el salto de la fe sino el de la imaginación.
Nos resulta difícil comprender la noción de relatividad
espacial y su negación del mundo newtoniano (o, más precisamente,
su restricción del mundo newtoniano a un determinado nivel de relaciones)
por nuestra visión de un tiempo universal, común a todos
los observadores, y de los acontecimien'tos en el espacio como un todo,
ideas que se derivan de nuestra experiencia cotidiana de observar el desarrollo
de los acontecimientos. La idea de un tiempo que se dilata, de que no
hay una unidad "absoluta" para medir el tiempo, carece de sentido
en un,mundo ordenado por Cronos y su vara de medir. Despojados de cualquier
evidencia de que nuestros conceptos tengan una conexión con las
experiencias correspondientes, hemos comenzado también, como señaló
Gerald Holton, a ver la precariedad de la construcción de la teoría.
0 como lo apuntó Einstein, con mucha más gracia (en su ensayo
sobre el espacio-tiempo de la antigua Enciclopedia Británica),
citando una parábola talmúdica: ¿quién descubrió
primero el agua? No lo sabemos. Pero no fueel pez.
Cómo nos mantenemos "fuera de nosotros mismos" hasta
alcanzar la distancia estética e intelectual necesaria que nos
permite reordenar y re-trazar nuestros mundos, es un acto creador que
no acabamos de entender. Es en éste donde la imaginación
y la ciencia (una definición sencilla del conocimiento) se reúnen.
Daniel Bell
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