Nacido en 1926
en Poitiers, en el seno de una familia acomodada. A los
20 años ingresa en la École Normale Supérieure,
donde es discípulo de Merleau-Ponty y se acerca,
a través de Luois Althusser, al partido comunista.
En 1948 se licencia en filosofía y, en 1950, en
psicología. Agregado de filosofía en 1951,
se traslada a Lille, donde dirige el Instituto de Psicología.
En 1954 publica Maladie mentale et personnalité.
Viaja a Suecia en 1955, donde trabaja como lector de la
Universidad de Uppsala y director de la Maison de France
en esta ciudad, al tiempo que escribe Histoire de
la folie à l’âge classique. En
1958 se trasladada a Varsovia, pero debe abandonar el
país por presiones policiales que denuncian su
homosexualidad y se dirige a Hamburgo. En 1961 lee su
tesis doctoral en la Universidad de Clermont-Ferrand,
donde ejerce la docencia en filosofía. En 1966
publica su obra más conocida, Les mots et les
choses, y se incorpora a la Universidad de Túnez,
desde donde volverá a París atraido por
los movimientos de mayo del 68. En 1969 publica otra de
sus obras claves, L'archéologie du savoir,
e ingresa un año más tarde, después
de pasar por la Universidad de Vincennes, en el Colegio
de Francia, institución de referencia académica
en la que permanecerá como profesor de Historia
de los Sistemas de Pensamiento hasta su muerte por sida
en 1984. A mediados de los años setenta había
publicado Surveiller et punir. Naissance de la prison
(1975) y La volonté de savoir (1976),
primera parte de su Histoire de la sexualité,
que tendrá continuidad en L'usage des plaisirs
(1984) y Le souci de soi (1984). Sus cursos en
el Colegio de Francia han sido recogidos como obras póstumas
en Il faut défendre la société
(1997), Les anormaux (1999) y L'herméneutique
du sujet (2001).
La vida académica e intelectual de Foucault estuvo
asociada a un permanente compromiso frente a las exclusiones
y discriminaciones de la sociedad actual (presos, enfermos
mentales, homosexuales, emigrantes...), que le llevaron
a desplegar una relevante actividad en los foros públicos,
en los medios de comunicación y en las aulas universitarias.
Prácticamente toda su obra ha sido traducida a
las lenguas española y portuguesa. |
Filósofo, historiador, ‘arqueólogo’
del conocimiento y activista social, ejerce una fuerte
influencia en el pensamiento francés de la segunda
mitad del siglo XX, donde aparece asociado a los movimientos
post-estructuralistas. Inicialmente formado en fuentes
marxistas y fenomenológicas, se distancia de Marx
y Heidegger en la medida
que se acerca fundamentalmente a Nietzsche, pero también
a Bachelard, Bataille, Canguilhem o Sade. Para Foucault
no hay verdades permanente, no hay historia continua,
sino cambios en la concepción del mundo y discontinuidad
en la secuencia del acontecer. Analista del poder, en
sus últimos trabajos propone una salida del individuo
de los ‘aparatos de encierro’ a los que le
somete las estructura de dominio a través de lo
que llama el ‘bio-poder’.
El ‘a priori histórico' constituye una de
las constantes en el pensamiento de Foucault. En él
se contienen los estratos empírico-históricos
de cada secuencia temporal, la base arqueológica
del momento presente, del presente cambiante. El juego
de reglas que permite a una cultura la aparición
y desaparición de enunciados, de propuestas, de
iniciativas discursivas determinantes de la acción,
de la transformación, de la historia. Se trata,
por consiguiente, de un mecanismo de archivo que permite
estructurar la memoria histórica como una base
dinámica para el despliegue discursivo del conocimiento
y de la acción, según viene a definir el
concepto en Las palabras y las cosas, sin duda
su obra de referencia, o en otro de sus trabajos más
conocidos: La arqueología del saber.
El ‘a priori’ aparece como sustrato empírico
de la realidad presente, como espacio preconceptual del
que emergen los enunciados que formalizan las proposiciones
discursivas o ‘positividades’, para ser negociadas
o validadas posteriormente en el plano no discursivo donde
se produce su adaptación ambiental. Esto es, en
su entorno institucional, en el espacio de las relaciones
de poder y de las prácticas sociales. El proceso
se inscribe, según Foucault, en el contexto epistemológico
del momento, que no es un corsé rígido,
sino una síntesis del ambiente cultural de un momento
dado, donde los diferentes planos enunciativos (política,
economía, cultura...) crean sus estrategias de
adaptación al plano de la realidad.
En Foucault, el momento y la historia aparecen como un
discontinuo, como una superposición de enunciados,
como una entrecruzamiento dialéctico, no sujeto
a una armonía unificadora o reductora de la complejidad.
Habla de la ‘historia global’, pero no con
una lógica que concilia sistema social, pensamiento,
tecnología, modas..., sino como prácticas
discontinuas que se entrecruzan en un momento dado o que
divergen. Una crónica de discontinuidades, de afirmaciones
y negaciones, de tensiones entre enunciados propositivos
y las tensiones del poder. La historia no aparece ya como
una sucesión de hechos encadenados, sino como una
recreación de lo discontinuo como sistema.
En L'archéologie du savoir Foucault formula
una visión de la historia nueva, a partir de la
organización y la producción del saber a
través del tiempo. Cómo evoluciona el binomio
poder-saber y los valores que representa y cómo
se desintegra, cómo es mutado por otras formas
emergentes, qué factores ambientales describen
las transformaciones.
El escenario cambiante del saber-poder, la secuencia histórica,
está descrita por una cosmovisión, por un
estado del pensamiento, por una episteme concreta. El
poder, insiste en La voluntad de saber, no es
privativo del Estado, sino que impregna el conjunto de
la estructura social, a modo de una extensión externa
al individuo donde se entretejen, negocian y residencian
los intereses y las relaciones complejas y capilares.
Además del poder político del Estado, que
tiene una dimensión coercitiva, existen micro-poderes
que alcanzan toda la actividad social. Una madeja de relaciones,
organizada y jerarquizada, que llega al último
extremo de la dimensión social. Poder es saber,
esto es, capacidad propositiva, de discurso, de negociación,
de acción.
Para Foucault, en la sociedad moderna, la burguesía
y el capitalismo crearon extensiones de control a través
de los ‘aparatos de encierro’, que son instituciones
que describen la actividad a través del tiempo
social. Desde la escuela a la fábrica, desde la
cárcel al manicomio. Los ‘aparatos de encierro’
marcan las fases del tiempo social y, a la vez, definen
y controlan al individuo por la posición que adopta
en esos espacios de estancia reglada.
El pensamiento de Foucault, en un tiempo donde determinados
‘aparatos de encierro’ convencionales han
perdido su protagonismo, permite hacer una excursión
hacia un nuevo escenario, el de los medios de comunicación,
en especial el de la televisión, que absorben y
regulan el período de descanso y ocio, como nuevo
‘aparato de encierro’. Desde esta óptica,
la televisión aparece como una extensión
del sistema productivo y procreador y no tanto como un
medio generador de conocimiento, diversión y entretenimiento,
o, aun siendo así, subordinado a una función
reglada de control. La televisión, pues, más
que mostrar, permite ver, es un elemento más del
sistema ‘panóptico’ que describe Foucault,
por ejemplo, cuando teoríza acerca de la estructura
funcional de los recintos carcelarios.
Los corsés sociales crean esferas de aislamiento en las que las ideas dominantes trasladan su centralidad relativa a un plano subjetivo de centralidad absoluta. Así ve Foucault el etnocentrismo en la representación de la realidad, de modo que la dinámica del discurso de una sociedad concreta legitima el orden establecido como el permitido y mejor de los posibles, a la vez que descalifica o imposibilita las alternativas de otras realideades sociales externas o extrañas.
Los medios son asimismo extensiones institucionales del
poder, ya que es el binomio poder-saber el que produce
discurso, el que tiene capacidad enunciativa. Los medios
aparecen como una institución libre, como un instrumento
cuya credibilidad se asienta en el valor de la independencia,
pero la realidad de sus prácticas se halla determinada
por las proyecciones propositivas, que los convierten
en instrumentos de regulación y control de la vida
social a través de la inducción de pensamiento
políticamente correcto. Los ‘aparatos de
encierro’ de Foucault giran generalmente en torno
al cuerpo, a la sumisión del cuerpo (escuelas,
cárceles, hospitales, lugares de trabajo...), mientras
que los medios trascienden el plano corporal de sometimiento
a los espacios donde transcurre el tiempo social para
incidir sobre la dirección del pensamiento. El
poder, que dirige el acontecer a través de la producción
dominante del discurso, penetra por las capilaridades
que configuran su red de control social, en el plano de
los medios. |