ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN Y CONSTRUCCIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO. APROXIMACIÓN A LA PLAZA DE CATALUÑA [1]
Gabriela de la Peña Astorga

Texto enviado por el autor a Infoamérica.

 

Resumen
El análisis de las situaciones constituye una herramienta metodológica de suma utilidad para aproximarse a las formas de interacción en un espacio público urbano. Este artículo realiza un recuento de las aproximaciones epistemológicas y metodológicas que diversos autores han realizado en torno al abordaje empírico de la vida pública urbana, así como una propuesta de acercamiento a un espacio articulado por los ejes de la visibilidad y la accesibilidad: la Plaza de Cataluña.

The situation analysis constitutes an ultimate methodological tool to explore the interaction forms in an urban public space. This article seeks to review the epistemological and methodological approaches that diverse authors have carried out around the empiric analysis of urban public life, as well as to illustrate a proposal to investigate a space articulated by the axes of visibility and accessibility: Catalonia Square.

Los narradores como especie suelen ser mirones. Suelen acechar y observar. Son observadores natos. Son espectadores. Son esos tipos del metro cuya forma disimulada de mirar resulta inquietante. Casi depredadora. Es porque las situaciones humanas son el alimento de los escritores.
David Foster Wallace, “Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”.

Y si intercambiáramos en la cita de Wallace (2001) los términos narrador(a) o escritor(a) por usuario(a) del espacio público, o bien por etnógrafo(a) de lo urbano, seguro que podríamos acercarnos a una doble realidad edificada sobre un mismo principio: la mirada como objeto de conocimiento, de interacción y de supervivencia en la ciudad.

En el primer caso nos encontraríamos con una diversidad de usuarios del espacio público urbano, creando y poniendo a prueba permanentemente códigos y pautas de conducta encaminados a facilitar el tránsito y la interacción en un marco que les obliga a la co-presencia y, por tanto, a la conciencia de su visibilidad así como a la del resto de objetos que encuentran –en movimiento o de forma estacionaria- en su campo de acción.

En el segundo, podríamos ubicar a un(a) antropólogo(a) intentando con todos sus recursos –y con mejor o peor suerte cada vez- capturar e imitar las habilidades de sus sujetos de estudio a través de una experimentación un tanto dramatúrgica, improvisando este o aquel repertorio de actuación que ha observado en el escenario, y que los actores que lo producen y mantienen con vida parecen manejar con maestría en el arte de hacer suyo el espacio por el que transitan... ya sea dejando huella o pasando desapercibidos, pero siempre de acuerdo con el contexto de la situación en la que participan y con sus intenciones de uso.

Si lo que se intenta es aproximarse a los procesos de formación, apropiación y uso de un espacio público cualquiera, esta idea del usuario o transeúnte –y del antropólogo tratando de imitar sus tácticas de apropiación con el fin de comprenderlas- remite a la necesidad de ubicar el ángulo de estudio en la construcción de las situaciones que en dichos lugares se suceden sin parar, y en cuyo transcurso es posible observar a partir de qué elementos y de qué estrategias éste es producido por sus usuarios.
Este trabajo intenta sintetizar las guías básicas de abordaje metodológico propuestas desde la microsociología para el conocimiento de las formas de interacción en un espacio público así como presentar la propuesta de aproximación empírica llevada a cabo para el caso de la Plaza de Cataluña en Barcelona[2].

En dicho espacio, marco y actuación se funden en la construcción de su espacio público: la esfera material se establece como el gran escenario, listo para la representación de los numerosos actores expertos que lo llenan, le dan personalidad, lo recorren, lo disfrutan o lo esquivan, pero que en cualquiera de estos casos, hacen un uso táctico del mismo utilizando como recurso la interacción basada en la gestión de la mirada así como en la producción y escenificación de situaciones en un terreno con potencialidades materiales para ello.

Como se ve, bien podría establecerse una analogía entre la puesta en escena por parte de unos actores que improvisan bajo el establecimiento de una situación, y la interacción pública –sea verbal, kinésica, proxémica o visual- basada en un despliegue de demostraciones y negociaciones construidas sobre la marcha, pero basadas en ciertas convenciones y códigos de ordenación encaminados a superar con éxito el momento de la interacción y el uso de la Plaza con fines diversos. Todo lo anterior bajo la mirada de los demás y ciertamente haciendo un uso táctico de este recurso[3].
Un recuento de los presupuestos epistemológicos y metodológicos del análisis de la situación y de otras propuestas que han tenido como objeto de estudio las interacciones públicas, nos permite acercarnos a una realidad como la mencionada anteriormente.


 

Erving Goffman: el orden de lo público, el orden de la interacción

 

Aproximarse al modo en que Erving Goffman planteó el universo de la interacción situacional implica retroceder desde sus propuestas, formuladas a partir de mediados de los años cincuenta en el ámbito académico estadunidense[4], hasta las obras de autores que ya a finales del siglo XIX y principios del XX advertían en Europa acerca del relevante papel que en el estudio de las modernas metrópolis jugaba el análisis de un tipo de negociación social instantánea, pactada e invariablemente puesta de nuevo bajo consideración de acuerdo con las condiciones de una sociedad inestable, en permanente transformación, cuya construcción y reformulación era posible observar a través de las múltiples microtransacciones cara a cara llevadas a cabo en su seno.
Georg Simmel en Alemania y Gabriel Tarde en Francia dieron cuenta de ello[5]. De forma casi contemporánea, George Herbert Mead pronunciaba en la Universidad de Chicago lo que póstumamente sería editado y reconocido como el pensamiento filosófico a partir del cual un nutrido grupo de investigadores y teóricos sociales han abordado los procesos de interacción social desde una perspectiva simbólica[6].

Goffman se nutre de estos sistemas conceptuales. Su aportación teórica y el trabajo sobre el terreno que realizó en distintos escenarios –las islas Shetland en Escocia, durante la preparación de su tesis doctoral de 1949 a 1951; el National Institute of Mental Health, un hospital público de salud mental en Bethesda, Maryland de 1954 a 1957 [7] así como su labor etnográfica en diversos círculos socioeconómicos estadunidenses- estuvieron marcados por una observación minuciosa y apasionada acerca de las formas que guiaban el comportamiento público. El análisis de la situación constituyó la principal de sus herramientas de estudio para aproximarse a las pautas de interacción social: el conjunto formado por cada una de ellas como unidades de análisis permitiría observar la formación misma de la organización colectiva mientras ésta se iba constituyendo y explicar la naturaleza de fenómenos sociales que un punto de vista sociológicamente tradicional y a nivel macro había dejado de lado.

No obstante, Goffman retomó algunos conceptos de Durkheim y de otros autores de la sociología tradicional y los aplicó al análisis de la situación para describir la forma en que las relaciones cara a cara respondían a un proceso de negociación de reglas –señaló que existe en dichos encuentros una “ritualización” cuyos elementos en acción había que estudiar- así como de interpretación e intercambio instantáneos de significados, hechos a la medida para mantener el vínculo creado en el contexto situacional.

La clave para entender el orden social, menciona Goffman, es el estudio de las formas sociales puestas creativamente al día por los individuos que se ven enfrentados a la construcción de una situación en sus interacciones cotidianas. Por situación, Goffman (1991) se refiere a un medio constituido por mutuas posibilidades de dominio, en el cual un individuo se encontrará por doquier asequible a las percepciones directas de todos los que están “presentes”, y que le son similarmente asequibles (...) Quienes se hallan en una situación determinada pueden definirse como una reunión aunque parezcan aislados, silenciados y distantes, o aun sólo presentes temporalmente. La manera como los individuos deben comportarse en virtud de su presencia en una reunión se rige por reglas culturales. Cuando se respetan, estas reglas de orientación [8] organizan socialmente la conducta de los implicados en la situación (p. 132).

El orden de lo público se corresponde con el orden de la interacción, que es posible observar en la dinámica de intercambio entre microunidades co-presenciales: el individuo utilizando su glosa corporal para transmitir y retroalimentar los mensajes que entre él y otros individuos son intercambiados en un proceso de negociación que, en los espacios públicos, tiene por objetivo primordial permitir el tránsito ordenado y sin choques –en tanto malentendidos simbólicos o contactos corporales no deseados (Goffman, 1991 y 1979).

 
El interaccionismo simbólico y la etnometodología: agente activo y abordaje naturalista
 

Otras dos corrientes norteamericanas retoman el análisis de la situación para dar cuenta de la forma en que los individuos se desempeñan cotidianamente y a través de la cual rediseñan el conjunto de normas y códigos aprendidos para establecer el contexto de la situación. Estas corrientes son el interaccionismo simbólico y la etnometodología.

Los planteamientos de ambas escuelas de lo social comparten lo que sin duda permite acercarse a la formación inmediata –reformulación constante- de las pautas de interacción momentánea al haber formulado un modelo de investigación aplicable al análisis de las situaciones en las que conciben al sujeto como agente creativo en la construcción de la realidad social.
Las premisas de trabajo del interaccionismo simbólico, planteadas por Blumer[9] y en las que reconoce el origen de dichas ideas en G.H. Mead, son las siguientes:
La primera es que el ser humano orienta sus actos hacia las cosas en función de lo que éstas significan para él. Al decir cosas nos referimos a todo aquello que una persona puede percibir en su mundo (...) las situaciones de todo tipo que un individuo afronta en su vida cotidiana (...) La segunda premisa es que el significado de estas cosas se deriva de, o surge como consecuencia de la interacción social que cada cual mantiene con el prójimo. La tercera es que los significados se manipulan y modifican mediante un proceso interpretativo desarrollado por la persona al enfrentarse con las cosas que va hallando a su paso (1982: 2).

Una aproximación como la anterior suponía que “la sociedad se compone de personas involucradas en la acción” y, por tanto, sujetas a un proceso de interpretación constante en el que el “agente selecciona, verifica, elimina, reagrupa y transforma los significados a tenor de la situación en la que se halla inmerso y de la dirección de su acto” (op. cit: 4).

La presentación interaccionista del ser humano como organismo agente recuerda a Goffman y su planteamiento de la acción microsocial como la puesta en escena de los diferentes papeles de los individuos en un espacio público (1979) y a la propuesta etnometodológica de estudiar los métodos y tácticas de los actores sociales. Pero más importante es que dicha conceptualización de lo público-social iba acompañada de una propuesta de abordaje metodológico adecuada para el estudio de las situaciones en la vida cotidiana.

A partir de una crítica a los protocolos científicos tradicionales en los que, como señalaban los interaccionistas simbólicos, no se abordan los hechos empíricos para conocer su naturaleza, sino para justificar un planteamiento teórico y abstracto previamente establecido, Blumer (1982) propone la utilización de un método naturalista que vaya del campo a la teoría y no viceversa.

Blumer analiza las etapas del procedimiento científico comúnmente aplicado al área social para destacar el modo en que cada una de ellas se puede encontrar sujeta a errores de validez, prenociones o prejuicios. Al respecto menciona:
Ninguno de los cuatro medios habitualmente empleados (sujeción al protocolo científico, insistencia en la reproducción, verificación de hipótesis y aplicación del procedimiento operacional), proporciona la validación empírica que requiere la auténtica ciencia social empírica. Ninguno de ellos permite tener certeza de que las premisas, problemas, datos, relaciones, conceptos e interpretaciones sean empíricamente válidos. Exponiéndolo en una forma muy sencilla, la única manera de obtener suficientes garantías en este sentido es acudiendo directamente al mundo social empírico y comprobando mediante un minucioso examen del mismo si las premisas e imágenes esenciales establecidas, las cuestiones y problemas plateados, los datos seleccionados a partir de dicho mundo, los conceptos a través de los cuales éste es observado y analizado, y las interpretaciones formuladas se confirman realmente (p. 24).

Básicamente, el método naturalista propuesto por Blumer invierte el orden del proceso científico tradicional con miras a capturar la esencia de los fenómenos observados a través de lo que denomina exploración-inspección. El primer término representa la fase en la que el investigador se sumerge en la realidad de su interés sin hipótesis o planteamiento fijo determinados de antemano. La segunda constituye la etapa de análisis en la que trata de entender la naturaleza de lo observado a partir de un examen minucioso y flexible.

La exploración naturalista, llevada a cabo en el escenario empírico de la investigación, es un procedimiento flexible mediante el cual el especialista se traslada de una a otra línea de investigación, adopta nuevos puntos de observación a medida que su estudio progresa (...) partiendo de un enfoque amplio, se va reduciendo progresivamente a medida que avanza su investigación. El propósito de la exploración es caminar hacia una comprensión más clara del modo en que se plantean los problemas, averiguar qué datos son idóneos, concebir y desarrollar ideas acerca de lo que puede considerarse como líneas de relación significativas, y hacer evolucionar los instrumentos conceptuales de que se dispone, a la luz de lo que se va aprendiendo sobre esa área de vida (Blumer, 1982: 30).

Esta fase de investigación le permite al indagador un mayor grado de pertinencia
acerca de las preguntas que se plantea sobre lo que estudia, pues dichas preguntas se espera que surjan de la observación misma de su fenómeno de estudio en acción, en el campo de lo empírico.
Complementariamente, la etapa de exploración se enlaza con una actividad analítica posterior:

El examen directo del mundo social empírico no se limita a la confección de un extenso y detallado relato de lo que acontece, sino que debe incluir asimismo el análisis. El investigador que emprende el examen directo ha de procurar conferir al problema una forma teorética, descubrir relaciones genéricas, profundizar en la referencia connotativa de sus conceptos y formular proposiciones teoréticas. (...) El estudio concienzudo de esos casos con miras a descubrir la naturaleza genérica de la asimilación, constituye lo que yo entiendo por “inspección” (op. cit: 32-33).
Así, exploración-inspección se presenta como un proceso constante y flexible de ida y vuelta que va desde la vida empírica al planteamiento teórico.

Por su parte, la escuela etnometodológica retoma el concepto de agente activo en la construcción de situaciones cotidianas para formular su planteamiento desde la micosociología con una posición integral teórica y metodológica. Coulon (1998) indica que
El interés primordial de Garfinkel[10] se refiere a las actividades prácticas y en particular, al razonamiento práctico, ya sea profesional o profano. La etnometodología es la búsqueda empírica de los métodos empleados por los individuos para dar sentido y, al mismo tiempo, realizar sus acciones de todos los días: comunicarse, tomar decisiones, razonar (p.32).

Sólo a través del conocimiento de los propios métodos y tácticas de los individuos, reflexionan, es posible aprehender la naturaleza de lo social. La visión de los etnometodólogos acerca de la realidad social, se perfila como una de las herramientas más útiles para el estudio de las interacciones en los espacios públicos:
Allí donde otros ven datos, hechos, cosas, el etnometodólogo ve un proceso por medio del cual los rasgos de aparente estabilidad de la organización social se están creando continuamente (Pollner, cit. en Coulon, 1998: 33).

Conceptos como la indexicabilidad del lenguaje, que sirvieron para explicar el carácter contextual de una conversación y la forma en que ésta se desarrolla a partir de la construcción activa de sus participantes, podrían también ser trasladados al campo de las interacciones en los espacios públicos. Lo mismo sucede con la reflexividad a la que hacía referencia Garfinkel para designar el hecho de que producimos el sentido del mundo cuando lo decimos –tácita o prácticamente- de forma cotidiana bajo el supuesto de un sentido común que va más allá de una lógica científica:
Para los miembros de una sociedad, el conocimiento de sentido común de los hechos sociales está institucionalizado como conocimiento del mundo real. El conocimiento de sentido común no sólo pinta una sociedad real para sus miembros, sino que, a la manera de una profecía que se cumple, las características de la sociedad real son producidas por la conformidad motivada de las personas que han hecho ya estas previsiones (cit. en Coulon, 1998: 44).

Por su parte, Coulon (1998) agrega que “las descripciones de lo social se convierten, en el momento de expresarlas, en partes constitutivas de lo que describen (...) Describir una situación es construirla” (p. 44). Y si las descripciones fueran no verbales y estuvieran constituidas por un discurso corporal, de movimiento y tránsito, igualmente construirían el marco social de forma activa; y habría que estudiarlas en el momento y el contexto en que se producen.

Es por eso que los etnometodólogos propusieron como método de aproximación al análisis de la vida cotidiana una etnografía también naturalista, la observación del terreno, de los actores en situación.
Derivado de la misma reflexión, destacaron lo que Woolgar (cit. en Coulon, 1998: 92) denominó “etnografía reflexiva”. Esta idea se refiere al hecho de reconocer que los protocolos científicos son también “etnométodos” (prácticas derivadas de una visión particular de las cosas, de un mundo científico; y que como tales pre-determinan los resultados de la investigación social) y que una etnografía que busque ser lo más fiel posible a la naturaleza de su objeto de estudio debería
dar cuenta simultáneamente del objeto de la investigación y del método empleado durante la misma a partir de la hipótesis de que ambos no sólo están vinculados, sino que el conocimiento de uno permite igualmente comprender mejor el otro (op cit).

Finalmente, quizá la aportación más importante de la escuela etnometodológica
-y a partir de la cual se utilizaron técnicas y herramientas de investigación del todo novedosas en su momento, como el uso de grabaciones en cinta para el análisis de la conversación- es aquella que reconoce que los hechos sociales son realizaciones prácticas.

 

 
La investigación encubierta: Lyn H. y John Lofland; Eugene J. Webb, Donald T. Campbell, Richard D. Schwartz y Lee Sechrest
 

Por su parte, con la definición de los espacios públicos como “el mundo de los desconocidos”, Lyn H. Lofland planteó, a partir de finales de los sesenta, un plan de trabajo que le permitió acercarse a las formas de interacción social en sitios como plazas, calles y jardines de varias grandes ciudades de Estados Unidos.

La ciudad, señala, es el lugar por excelencia en el que la mayoría de sus habitantes son desconocidos los unos para los otros. Esta realidad determina en gran parte un tipo de interacción social caracterizada por la acción de los urbanitas haciendo uso de ciertas “habilidades de esquivo” (avoiding skills) para salvaguardar su presencia corporal y emocional (que la autora denomina “autoestima” y que concibe como la diferencia primordial entre las formas de organización animales y las propiamente humanas) de todos aquellos que le rodean y de quienes no cuenta con mayor información que la que puede registrar a través de sus sentidos en un momento y lugar determinado (Lofland, 1985).

“El mundo de desconocidos que es la ciudad, se localiza en los espacios públicos urbanos” (op. cit: 19) y sólo a través del estudio de las situaciones es posible explorar las tácticas, conocimientos y habilidades del urbanita para “abrirse paso en él” (op. cit: 20); además, la forma idónea de acercarse a dicha construcción en movimiento, agrega la autora, es a través de un método naturalista que coloque al investigador justo en el lugar en que dichas prácticas se llevan a cabo y por medio del cual éste adquiera las habilidades de sus sujetos de estudio y se convierta en uno más dentro de dicho escenario (Lofland y Lofland, 1984: 3).

Los presupuestos epistemológicos sobre los que se desarrollan los trabajos de Lofland y Lofland encuentran sus raíces en Blumer (1982), como ellos mismos señalan. De ahí retoman tanto la definición de investigación naturalista como los principios sobre la interacción social basada en el intercambio de significados: (La exploración y la inspección) corresponden a lo que en ocasiones se denomina investigación “naturalista”, es decir, un proceso encaminado a abordar el mundo empírico en cuestión en su carácter natural y continuo, en lugar de limitarse a una simulación del mismo, a una abstracción (como es el caso de los experimentos en laboratorio) o a su sustitución por una imagen preestablecida. El mérito de un estudio naturalista reside en que respeta el dominio empírico y permanece cerca de él (op. cit: 34).

Para el abordaje de espacios públicos –que Lofland y Lofland (1984) entienden como aquellos en los que el libre acceso es un derecho ciudadano- los autores sugieren que la mejor técnica de indagación es la observación participante[11], la localización del investigador en el escenario de estudio, en el que él mismo opera bajo la lógica en que se organizan tales lugares: el anonimato = la investigación encubierta.

Asimismo, Webb, Campbell, Schwartz y Sechrest (2000) destacan durante la misma época –su Unobtrusive Measures se publica por primera vez en 1966- las ventajas de utilizar métodos en los que el investigador, al no presentarse públicamente bajo dicho rol, puede evitar algunos errores de validez en la información que recolecta; filtro que podría derivarse de su papel en la estructuración de las situaciones que estudia (p. 138).

Los autores sugieren la utilización de técnicas en las que el observador no es percibido como tal, o incluso, en las que ni siquiera su presencia física es necesaria; con esto se refieren a la instalación de cámaras y aparatos diversos de grabación, de vidrieras espejo, etcétera.

Los métodos no intrusivos que proponen para el estudio de los lugares o fenómenos públicos se basan -semejante a la propuesta metodológica de Lofland y Lofland (1984)- en una inmersión dentro del escenario en la que el observador utilice como vía preferente para la recolección de datos la utilización atenta de los sentidos y el seguimiento de las “pistas” que va encontrando a lo largo de la investigación; Webb, Campbell, Schwartz y Sechrest (2000) sugieren no despreciar como herramientas de indagación el rastreo de indicios materiales de los que se pueda inferir la acción de los sujetos así como los procesos y la naturaleza del objeto de estudio. Algunas categorías de gran utilidad para el abordaje de la interacción en los espacios públicos son las que proponen a continuación:
(...) signos físicos externos, movimiento expresivo, localización física, conducta lingüística (muestreo de conversaciones) y tiempo de duración. La amplitud de estas medidas es notable y sólo son “simples” cuando el investigador no interviene en la producción de tal material (p. 116).

 

 
La situación inestable y la observación flotante
 

Si la ciudad es el “acrecentamiento de la vida nerviosa” (Simmel, 1986) y sus espacios públicos se encuentran en constante recreación (Lefèbvre, 1991); entonces nos ubicamos en un campo de observación caracterizado por todo tipo de cambios, iniciativas e inestabilidades (De Certeau, 1998; Delgado, 1999a; Joseph, 1988 y 1999a; Moles y Rohmer, 1983; Péttonet, 1982) propios de la vida cotidiana.

El estudio de las situaciones, de los microeventos, conlleva la necesidad de abordar un producto social caracterizado por el imprevisto, que “varía suficientemente rápido en el intervalo de percepción (...) una esfera fenomenológica del ser humano habitada por el mí, aquí, ahora” (Moles y Rohmer, 1983).

La búsqueda de un método adecuado a una realidad como la anterior, llevó a los investigadores franceses a echar mano de lo que Colette Péttonet denomina “la observación flotante”:
Consiste en mantenerse en toda circunstancia vacante y disponible, a no inmovilizar la atención sobre un objeto preciso, sino a dejarla “flotar” a fin de que las informaciones penetren sin filtro, sin un a priori, hasta que los puntos notables, de convergencias, aparezcan y por ellas se pueda llegar a descubrir las reglas subyacentes (1982: 39).

Como se puede apreciar, el abordaje de los espacios públicos –y en especial de la Plaza de Cataluña, cuyas dos principales prácticas de apropiación son el tránsito y la exposición- requiere de un tipo de acercamiento metodológico que permita al investigador sumergirse en el escenario de estudio con una visión naturalista, por medio de la cual se espera que pueda aprehender la esencia de los fenómenos que observa in situ[12]¸ pues si hay algo en lo que coinciden los autores aquí mencionados es en que la forma idónea de entender las formas de interacción social en los lugares públicos urbanos es a través de un acercamiento empírico flexible.

Dicho acercamiento deberá dar cuenta de las prácticas de apropiación del espacio así como de las habilidades y conocimientos de los actores para hacer uso del marco objetivo sobre el que construyen el orden de sus interacciones en situación.
Por otra parte, el anonimato que permite al indagador formar parte de una realidad en movimiento, fragmentada y en constante transformación; es uno de los recursos más útiles para la práctica de la observación flotante, pues le permite moverse de un lado a otro del escenario en busca de las externalidades en las que se traduce la interacción en los espacios públicos.

 
Una propuesta experimental para el abordaje de las formas de interacción pública en la Plaza de Cataluña
 

El trabajo de investigación del que parte este artículo planteó un acercamiento experimental a la producción de lo público-urbano en el marco de la Plaza de Cataluña bajo la perspectiva expuesta en las secciones anteriores.

Siguiendo el esquema que propone Blumer (exploración-inspección) y apoyado en la práctica de la observación flotante, el proceso de abordaje empírico dio inicio con mi inmersión en el escenario con el objetivo de responder a preguntas generales -¿cómo se construye el espacio público en un lugar como la Plaza de Cataluña?, ¿cuáles son los elementos que explican las prácticas de apropiación de dicho espacio?, ¿cómo son puestas en marcha por sus usuarios, y para qué?- que me encaminaran a una aproximación de lo que sucedía en la Plaza y a la indagación de los factores que constituían dicha realidad.

Durante la etapa de trabajo de campo, las sugerencias de Lofland (1985) con respecto a las formas de organización e intercambio social en los espacios públicos me fueron de suma utilidad. La Plaza como escenario del “mundo de desconocidos” parecía regirse, efectivamente, por la lógica de interacción que la autora norteamericana plantea: los urbanitas recorren y hacen uso de los espacios públicos urbanos a partir de las habilidades y conocimientos que como tales han adquirido a partir de sus experiencias cotidianas en dichos lugares. Es decir, el usuario experto del espacio público: 1) conoce las reglas básicas de codificación de las situaciones que presencia y construye durante su recorrido, 2) cuenta con un repertorio de conducta que le permite actuar en consecuencia, y 3) necesita obtener un insumo de información inmediato y suficiente acerca de las situaciones que enfrenta –y también construye al participar activamente en ellas, así sea sólo a través de su presencia en el espacio que comparte con otros urbanitas (Lofland, 1985: 14).

Con el fin de comprender la manera en que estos tres ejes de actuación se desarrollan en la Plaza de Cataluña, a lo largo de mis visitas intenté jugar el papel de usuaria y observadora. Esta experiencia, basada en la observación y el registro de las situaciones que presenciaba a mi alrededor en distintos horarios y ubicaciones al interior de la Plaza, me llevó a un proceso de adiestramiento, a un sistema de prueba y error a través del cual intentaba adquirir las habilidades y los conocimientos que los usuarios de dicho espacio utilizaban para construir un tipo de organización singular a través de ciertas pautas pactadas sobre la marcha.

Tratando de ceñirme a un tipo de observación no intrusiva, las interacciones en las que participé fueron mayormente no verbales, salvo algunas conversaciones casuales (que Lofland y Lofland denominan “entrevistas informales” –1984: 48), y aunque la ausencia de entrevistas formales y dirigidas podría representar una limitante de la investigación, resultó sin embargo una ventaja en el entendimiento de lo público urbano en la Plaza de Cataluña, pues orientó la observación hacia el tipo de interacción reinante en ese espacio: el corporal y el visual.

Los instrumentos de registro utilizados fueron mi propia persona y algunas herramientas adicionales, tales como cámara fotográfica, grabadora y cuaderno de notas; de lo que se desprendieron dos consecuencias directas sobre el reporte y el análisis de las observaciones:
La primera se refiere a la interpretación que, como usuaria de la Plaza, representaba mi propia experiencia. Ante tal desventaja, integré en el análisis posterior las reflexiones a las que me conducía el adiestramiento al que estaba sometida. La segunda tiene que ver con la limitación de uso, de mi persona y de las herramientas de registro, en una situación de observadora anónima o encubierta.
Para sanear un poco las limitantes anteriores, en el reporte etnográfico intenté dar cuenta del papel que podrían haber jugado -tanto en la construcción de las situaciones observadas como en la interpretación de las mismas- la localización de mi punto de observación (mi ubicación física dentro de la Plaza) y el horario (día de la semana y hora) en que las situaciones fueron registradas; a través de su explicitación al inicio de cada día de observación.
Asimismo, la selección del horario de observación no respondió a un muestreo sistemático, sino al ritmo en que mi propio aprendizaje del lugar se fue desarrollando y a la intención de cubrir distintas condiciones ambientales y sociales que me permitieran observar los usos y apropiaciones del espacio en el escenario de estudio.

En ese sentido, no omití evento alguno de los que observé durante el trabajo de campo –a diferencia de la forma tradicional en que se organiza una etnografía, en la que sólo se rescatan fragmentos significativos del total de los hechos observados-, ya que por sí mismos expresaban el modo en que la vida cotidiana transcurría dentro de la Plaza de Cataluña.
Lo anterior me llevó a dirigir el análisis de las observaciones sobre los diferentes sub-escenarios y personajes que a través de sus prácticas de apropiación determinaban los usos de ese espacio público. Estos dos elementos parecían poder analizarse a través de las situaciones que ahí se presentaban.

Tales acontecimientos, a su vez, podían ser diferenciados a partir de la magnitud que adquirían para sus actores –en tanto prolongación de tiempo, ocupación del espacio y número de personas implicadas en la misma acción- en dos tipos, que podría denominar como escenas cotidianas –para referirme a las de menor magnitud bajo el parámetro antes mencionado- y episodios destacados –que aparecían como constituidos, sin embargo, de la misma materia de los primeros, pero cuyo tamaño y trascendencia se acrecentaba visual, temporal y espacialmente.

Estas variables resultaron útiles para explicar la vida cotidiana en la Plaza de Cataluña y fueron las que guiaron el análisis posterior, un ejercicio que trató de integrar tanto la descripción de las situaciones observadas como el proceso de adiestramiento por el que pasé para la adquisición de habilidades y conocimientos sobre las pautas de ordenación en tal escenario.
Finalmente, aunque los resultados de la investigación no son materia de este artículo, los retomo brevemente para contextualizar algunas limitaciones y experiencias surgidas a partir del trabajo de campo y que podrían ser de utilidad para la reflexión en torno al abordaje empírico de los espacios públicos en la ciudad.

Siendo la Plaza de Cataluña un espacio regido por los principios de 1) accesibilidad, traducido en el continuo proximidad-distanciamiento, y 2) visibilidad, en el trayecto de exposición-ocultamiento; me fue difícil encontrar el número de papeles –repertorios de conducta- necesarios para poner en marcha en cada una de las situaciones con base en la movilidad que quería poseer dentro de este eje. La falta de entendimiento de estas variables de interacción, incitaron en mí, en esta primera etapa, una especie de rebeldía ante la participación y una defensa del papel no intrusivo del investigador.
¿Puede ser, efectivamente, no intrusivo el papel del investigador en un espacio público? Sí, siempre y cuando sea capaz de actuar como un usuario más, participando activamente en la construcción de las relaciones sociales que observa a su alrededor y con base en los códigos de interacción situacional que otros transeúntes o usuarios del espacio público utilizan en sus procesos de apropiación.

Sólo después de haber desarrollado los aspectos anteriores, fui capaz de buscar el equilibrio entre la comodidad y la supervivencia (Lofland, 1985), a semejanza del resto de usuarios en un espacio como la Plaza de Cataluña. Poder “leer el lugar” –la Plaza como marco con sus prácticas de apropiación- me llevó a comprender la condición de “espectáculo” que caracteriza las interacciones que ahí se presentan y a asumir mi papel como parte del mismo; esto es, a adecuar mis actuaciones e interacciones a dicha naturaleza espacial, con el fin de sobrevivir a la acción y poder registrarla con el menor número de tropiezos posibles.
Esta experiencia experimental de acercamiento a las formas de interacción en la Plaza de Cataluña bajo una perspectiva microsociológica y que intentó permanecer lo más cercano posible a los presupuestos de un abordaje naturalista y situacional plantea nuevas preguntas que tienen que ver con el papel del investigador y su metodología de aproximación a los espacios públicos.

Encontrar una estrategia metodológica flexible, válida y útil para el entendimiento de las prácticas de apropiación en un escenario caracterizado por la fugacidad y el intercambio de impresiones constituye sin duda un reto para el abordaje de la vida cotidiana en los lugares por los que transita, vive, crea y expresa el urbanita la esencia misma de lo que están hechas nuestras sociedades urbanas contemporáneas. Frente a esta tarea de ir recogiendo los trazos –historias, encuentros, escenas, rutas... en una palabra: situaciones- que van perfilando la configuración de los espacios públicos, el abordaje naturalista y el análisis de la situación representan un recurso de incalculable valor, pues le permiten al observador-investigador asistir y formar parte de la permanente puesta en escena de su objeto de estudio: la recreación de lo público-urbano.

 
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[1] El origen de este artículo parte de la concepción de espacio público abordado en el doctorado en Antropología del Espacio y el Territorio de la Universidad de Barcelona (entre otros autores: De Certeau, 1998; Delgado, 1999a y 1999b; Goffman, 1959, 1979, 1991, 2000; Joseph, 1988, 1999a y 1999b; Lefébvre, 1991; Lofland y Lofland, 1984; Lofland 1985; Simmel 1986 y 1997; que en conjunto, se refieren a las formas de interacción públicas y urbanas como aquellas compuestas por procesos de negociación simbólica, contextualizados en la construcción de las situaciones a través de las cuales los urbanitas se apropian de un escenario compartido, transitado y siempre bajo la mirada de los demás) así como de algunas conclusiones de la investigación “Plaça de Catalunya: el espacio público como espectáculo”, realizada durante el ciclo 2000-2001 del mismo programa bajo la tutoría de Manuel Delgado.

[2] Un resumen de esta investigación ha sido presentado bajo el título “Co-presencia y visibilidades en juego: la Plaza de Cataluña en Barcelona” durante las II Jornadas de Antropología Urbana, las culturas de la ciudad. Sociedad de Estudios Vascos: Bilbao, 23-25 mayo 2002. Las conclusiones de dicho acercamiento se refieren a la visualización de la Plaza como marco dispuesto para el despliegue de actuaciones basadas en la visibilidad (en un continuo que va de la exhibición al ocultamiento) y la accesibilidad (desde la proximidad hasta el distanciamiento), de las cuales echan mano los creadores de este espacio público para llevar a cabo prácticas de uso y apropiación con unos fines determinados (encuentro, ocio, tránsito, intercambio, descanso, etc.).

[3] Goffman aborda a lo largo de su obra la estrecha relación entre las formas de expresión dramatúrgica y la externalización simbólica que produce y retroalimenta la interacción pública. Expone un análisis detallado de esta aproximación en La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959, año de la primera edición en inglés). Por su parte, Sennett hace un recuento de las transformaciones del dominio público en las sociedades urbanas occidentales desde el siglo XVIII hasta el XX en El declive del hombre público, en el que destaca el proceso por el cual las formas teatrales y el comportamiento cotidiano en los espacios públicos se vieron mutuamente influidos en la configuración de dicho dominio (1974, año de la primera edición en inglés). Comparando las formas estéticas de la perfomance y los principios que sustentan las teorías de la acción en la antropología, Delgado (1997) revisa la relación entre ambos campos a partir de tres binomios ubicados en el contexto en que se produjeron dichas corrientes artísticas e intelectuales. Los títulos de cada tema lo explican por sí mismo: Broadway, de las vanguardias teatrales a la antropología simbólica; París, del surrealismo al estructuralismo; Zuric, de dadá a la antropología posmoderna.

[4] Yves Winkin (1991) reúne algunos de los textos más significativos de Goffman contextualizándolos a través de su biografía personal e intelectual. Los trabajos seleccionados incluyen desde fragmentos de su tesis doctoral (presentada en 1953 en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago) hasta su discurso en 1982 como presidente de la Asociación Estadunidense de Sociología: GOFFMAN, Erving, 1991, Los momentos y sus hombres, 1ª. edición en castellano. Barcelona: Paidós Ibérica, S. A.

[5]Al exponer su concepción de lo urbano en El animal público, Delgado (1999a) da cuenta de la “biografía de esas ciencias sociales de lo inestable y en movimiento” (p.27), en la que Simmel y Tarde se ubicarían como indiscutible fuente de inspiración para diversas corrientes teóricas que tanto en Europa como en Estados Unidos posteriormente se abocaron al abordaje de los fenómenos urbanos. El primer capítulo, “Heterópolis: la experiencia de la complejidad” (pp.23-58), muestra dicho recorrido.

[6]G. H. Mead (1863-1931) es considerado como uno de los fundadores del movimiento pragmático norteamericano junto a Dewey, Pierce y Tufts. En 1891 ingresa en la Universidad de Chicago como profesor de filosofía, institución que no abandonó hasta su muerte en 1931 y en la cual dio a conocer su conceptualización de la emergencia de la mente y el espíritu a partir de los procesos comunicativos (ver especialmente: Mead, George Herbert, 1972. Espíritu, persona y sociedad. Desde el punto de vista del conductismo social. Buenos Aires: Paidós. Primera versión en inglés, 1934).También se le reconoce el origen del interaccionismo simbólico, corriente denominada de esta forma por uno de sus discípulos, Herbert Blumer, que en 1969 publica Symbolic Interactionism: Perspective and Method (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall. Versión en castellano: BLUMER, Herbert., 1982, El interaccionismo simbólico: perspectiva y método. Barcelona: Hora, S. A) y en el cual reconoce su deuda con Mead.

[7]A raíz de los cuales publicará en 1961 Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales (traducido al castellano en 1987. Madrid: Martínez de Murguía) y en 1963 Estigma. La identidad deteriorada (también traducido al castellano en 1970. Buenos Aires: Amorrortu editores).

[8]Destaco este concepto porque podría relacionarse con otros dos aspectos de la interacción en los espacios públicos:
A) Las formas aprendidas de comportamiento público local –contextualizado en un tiempo y espacio determinados- actúan como pautas que guían, pero no determinan, la conducta de los participantes en el proceso de negociación para el establecimiento de la situación.
B) El término “orientación” también podría aplicarse a una de las características centrales del espacio público, el movimiento de las “unidades vehiculares” a las que alude Goffman (1979), que son ordenadas bajo una lógica de “turnos”.

[9]Winkin (1991) ubica la aparición del término “interaccionismo simbólico” en 1937, con la publicación de un artículo de Blumer. En 1969 se edita por primera vez Symbolic Interactionism: Perspective and Method. Para este trabajo ha sido revisada la primera edición al castellano de dicha obra: BLUMER, Herbert, 1982, El interaccionismo simbólico: perspectiva y método. Barcelona: Hora, S. A.

[10] Harold Garfinkel es considerado el mayor precursor de la escuela etnometodológica, seguido por Harvey Sacks, Aaron Cicourel y Melvin Pollner, entre otros. Una revisión histórica de las aportaciones de dichos autores puede ser revisada en Díaz, Félix (2000). “Introducción: La ubicua relevancia de los contextos presenciales” en Díaz, Félix (comp.) Sociologías de la situación. Madrid: Ediciones La Piqueta, Col. Genealogías del poder, No. 32.

[11] El término “participante” puede referirse en Lofland (1985) al sentido de que el observador, al convertirse en un usuario más del espacio público, adquirirá las habilidades y conocimientos de sus sujetos de estudio.

[12] Lefébvre (1991) habla de la importancia de ir a la realidad empírica bajo el supuesto de que una sociedad no es nunca un hecho consumado; lo mismo afirman Blumer (1982) y otros interaccionistas simbólicos (Wolf, 1994) al hablar del intercambio de interpretaciones que se produce en el establecimiento de una situación cualquiera; y, por su parte, los etnometodólogos (Coulon, 1998), Goffman (1979) y Lofland (1985) destacan que el estudio de las estrategias y habilidades de los actores en situación es la clave para entender el orden de la interacción en la vida pública cotidiana.