Televisión Comunitaria
Ni pulpo, ni púlpito: pálpito

(Continuación)

Texto enviado por el autor a Infoamérica.

 

La televisión comunitaria, al igual que la radio comunitaria, debe tomar en cuenta estas cinco condiciones insoslayables, condiciones indispensables para su integración en el marco comunitario:

1. Participación comunitaria

Ninguna televisión comunitaria puede ser impuesta sobre la comunidad, sino que debe ser el resultado de una necesidad sentida. Más aún, la comunidad –a través de sus líderes democráticos- debe ser partícipe en todo el proceso de gestación, instalación y gestión de la televisión comunitaria. Sólo un proceso genuino de participación a través del cual la comunidad se apropia del instrumento de comunicación, puede garantizar la sostenibilidad y permanencia en el tiempo. Precisamente uno de los aspectos que distingue, en lo íntimo, en lo organizativo y en lo social, a la televisión comunitaria de la televisión comercial, es esa capacidad de integrar a la comunidad, de convertirse en portavoz de las expresiones democráticas de la comunidad, en busca de cambios sociales y el mejoramiento de las condiciones de vida. Sin esta condición, no puede hablarse de televisión comunitaria. Todo ello con el objetivo de generar “una cultura del protagonismo social para el desarrollo y para la superación de la pobreza, en lugar de una TV al servicio del protagonismo de los líderes políticos y sociales [7]”.


2. Contenidos locales

La diferencia más visible entre la televisión comercial y la televisión comunitaria, son los contenidos locales. Una televisión comunitaria que no produce suficientes programas con contenidos locales, no representa ninguna ventaja sobre la televisión comercial. Si una televisión comunitaria llena sus horas de programación con películas o música ajena o deportes internacionales no cumple una función educativa y formativa en la comunidad. La función de la televisión comunitaria es ocuparse de los aspectos de salud, educación, medio ambiente, organización social, producción, legislación y derechos, entre otros temas que son parte de la vida cotidiana comunitaria. Esto no quiere decir que toda la programación sea una sucesión de documentales que llegan a saturar a la audiencia. Es también una responsabilidad de la televisión comunitaria rescatar la música local, las fiestas y tradiciones, la producción cultural y artística, la memoria de los ancianos, los juegos de los niños, y otras manifestaciones lúdicas. En una etapa de mayor desarrollo la televisión comunitaria puede producir piezas dramáticas, series de ficción o cualquier otro género televisivo.

3. Tecnología apropiada

Muchos proyectos fracasan porque se sub-dimensionan o se sobre-dimensionan los aspectos tecnológicos. Una sub-dimensión consistiría en pretender que una nueva televisión comunitaria funcione con equipos mínimos, insuficientes y frágiles. La sobre-dimensión, en cambio, consiste en la adquisición de equipos muy sofisticados, que no pueden ser reparados localmente, que dependen de piezas de recambio que solamente se pueden conseguir fuera del país, y que requieren de un personal altamente especializado, en el que hay que invertir mucho tiempo de capacitación. Las sobre-dimensión tiene que ver también con la incapacidad de la propia comunidad de hacer frente a los insumos necesarios, e incluso al remplazo del equipo cuando haya concluido su ciclo de vida útil. Lo apropiado en una televisión comunitaria es una tecnología cuya relación costo-beneficio sea razonable, cuyo manejo esté al alcance de técnicos, y cuya gestión pueda ser asumida por miembros de la comunidad. Debe adquirirse suficiente equipo como para cumplir con los planes de producción, y como para evitar que el equipo permanezca ocioso y sin uso durante largos periodos.

4. Pertinencia cultural & lengua

El gran reto de la televisión comunitaria es desarrollar una propuesta estético-televisiva y cultural que se convierta en una de los sustentos principales de su legitimidad en el seno de la comunidad, que satisfaga los deseos y expectativas de una audiencia crítica y comprometida con su medio de comunicación. A diferencia de la televisión comercial e incluso la televisión del Estado, la televisión comunitaria planta sus raíces en la cultura local. Esto no significa la negación de otras culturas, pero sí la afirmación de una identidad propia, identidad que con frecuencia es negada por los medios masivos de alcance nacional. El principal rasgo distintivo de esa pertenencia a la cultura local es el uso de la lengua o de las lenguas más importantes en el radio de influencia de la televisión comunitaria. Este tema ha sido ampliamente debatido con relación a la radio comunitaria. La pertinencia cultural se refleja incluso en los horarios de programación, para que sean compatibles con las labores de la población, particularmente en áreas rurales. La vestimenta y las expresiones de lenguaje que utilizan los presentadores, así como los decorados del estudio, los logotipos y los formatos de los programas, deben ser coherentes con la cultura local. Esto no significa recrear una imagen folklórica que simbolice la cultura local, sino reflejar la cultura con sus contradicciones y sus valores.

5. Convergencia

En un mundo donde la tecnología ha reducido las distancias, y donde los medios de información alcanzan los rincones más apartados del planeta, la televisión comunitaria no debe verse en soledad, aislada de otras influencias y otros medios. Su misma sobrevivencia y permanencia en el tiempo depende de su capacidad de negociar con otras experiencias similares, y converger hacia nuevas tecnologías que pueden mejorar su alcance y su posibilidad de diálogo. La conformación de redes con organizaciones que tienen objetivos parecidos contribuye a romper el aislamiento, así como las alianzas con organismos no gubernamentales, con cooperativas, con proyectos de desarrollo, con escuelas y bibliotecas públicas, con grupos de jóvenes y de mujeres, y con todos los demás actores locales. La convergencia con nuevas tecnologías que usan el potencial de difusión de Internet, es otro aspecto que debe tomarse en cuenta. Internet se ha convertido en una fuente de información, pero sobre todo en un instrumento que facilita la constitución de redes virtuales. Muchas radios comunitarias utilizan la red (web) para intercambiar información, pero además para difundir su programación ya sea en directo o en diferido. El incremento continuo de la velocidad de los procesadores de las computadoras y de los canales de comunicación, ha hecho posible la difusión de imágenes digitales en movimiento.

 
ÉL DOBLE FILO DE LA LEY
 

Ciertos países industrializados, y algunos en el tercer mundo, apoyan las iniciativas de televisión comunitaria mediante una legislación adecuada, y proporcionando financiamiento parcial.
El tema de la legislación es importante porque permite separar a las emisoras comunitarias de las que no lo son. Es, sin embargo, un arma de doble filo, ya que si su lenguaje es vago y muy general, la legislación puede también abrir las puertas a que cualquier iniciativa privada y local sea calificada de “comunitaria”, como ha sucedido en el ámbito de la radio. Hay países en los que bajo el rótulo de “televisión comunitaria” se esconden empresas locales, simples repetidoras de programación ajena, que nada tiene que ver con las necesidades de desarrollo de la comunidad. Además de estas aventuras comerciales, se han introducido bajo el mismo rótulo las empresas religiosas, de confesión evangélica, que tampoco tienen que ver con la verdadera televisión comunitaria. De ahí que el tema de la legislación sea tan importante, y debe estar en la agenda de la sociedad civil tan presente como la misma voluntad de desarrollar una comunicación que sirva los intereses de las comunidades. Mientras más detallada y más específica sea la legislación, mejor. Para eso tenemos los criterios desarrollados más arriba, para permitirnos identificar a la televisión comunitaria frente a proyectos que solamente representan intereses comerciales o confesionales. Se podría pensar, por ejemplo, en licencias temporales de financiamiento, que pueden ser retiradas si no se cumplen con los requisitos necesarios de participación comunitaria, pertinencia cultural, producción local y otros ya mencionados.

Desafortunadamente, los legisladores que aprueban las leyes y los gobiernos que preparan las disposiciones mediante las cuales se atribuyen las concesiones radioeléctricas, generalmente adoptan el punto de vista de la empresa privada, que mira a los medios comunitarios como una amenaza. Por ello, se establecen disposiciones que ponen límites tan estrechos a las iniciativas comunitarias, que prácticamente las condenan a nacer muertas. Los requisitos burocráticos son con frecuencia mucho mayores que los que se exigen a las empresas privadas de información.

En Colombia, las disposiciones legales [8] que supuestamente se elaboraron para favorecer las iniciativas de comunicación comunitaria, en realidad ponen más piedras en el camino. Por ejemplo, limitan el número de beneficiarios de la televisión comunitaria a 6,000 personas, una cantidad que difícilmente justifica la inversión que se debe hacer para comprar los equipos y contratar personal. Otra disposición establece que “las comunidades organizadas podrán transmitir máximo dos mensajes cívicos por cada media hora, empleando generador de caracteres u otro sistema generador de texto, sin que éste ocupe un área superior al 15% de la pantalla. De otra parte, no podrán cobrar suma alguna por su transmisión y aparecerán en pantalla por superimposición sin interrumpir la programación”. Por una parte se restringe la cantidad de mensajes de interés comunitario, y por otra se cancela toda posibilidad de generar ingresos: solamente las iglesias o los proyectos políticos pueden permitirse financiar una emisora comunitaria en esas condiciones. Al parecer, en “el borrador preparatorio del Acuerdo 029 de 1995 de la Comisión Nacional de Televisión (CNTV), se prohibía además de la publicidad, los espacios de opinión y los noticieros [9]”.

A veces uno tiene la impresión de que la legislación “a favor” de los medios de comunicación comunitarios está en manos de acérrimos enemigos. Las disposiciones no suelen decir nada, o muy poco, sobre requisitos que garanticen que la licencia otorgada será utilizada en un proyecto que beneficiará al desarrollo social, educativo y cultural de la comunidad.

 
PROPIEDAD Y FINANCIAMIENTO
 

¿A quien le corresponde fundar una televisión comunitaria? ¿Cómo se debe financiar la creación y el funcionamiento de la televisión comunitaria?
Lo ideal, sin duda, es que la comunidad sea propietaria del medio de comunicación y atienda los costos de instalación y de funcionamiento. Ello garantiza independencia y autonomía, y evita que la búsqueda de publicidad desvirtúe la programación, o que intereses ajenos a la comunidad impongan sus criterios ideológicos o comerciales. Una comunidad con recursos, por ejemplo una universidad o un sindicato grande, podrían crear y mantener una televisión comunitaria, no así una comunidad rural.

La experiencia de la radio comunitaria en el mundo entero nos enseña que una emisora de radio, debido al bajo costo de la inversión inicial y el reducido costo de mantenimiento, puede ser creada por instituciones pequeñas, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, o grupos de jóvenes o de mujeres. Sin embargo, la instalación de una estación de televisión comunitaria representa una inversión mucho mayor. El costo de la inversión inicial –cámaras, islas de edición, transmisores y antenas- es muy alto, pero más altos son los gastos regulares de mantenimiento, producción y personal necesario. Si bien es cierto que una parte del personal puede y debe ser voluntario en un medio comunitario, también es cierto que se requiere de un mínimo de personal técnico y administrativo permanente, para garantizar estabilidad y continuidad.

El financiamiento ha sido y será siempre un cuello de botella para la sobrevivencia de las experiencias de medios comunitarios: radio, televisión y telecentros. En algunos casos, el Estado proporciona el apoyo necesario, pero también condiciona los contenidos y ejerce una censura abierta o velada, a menos que el apoyo a los medios comunitarios forme parte de una política bien diseñada y establecida. En otros casos, agrupaciones confesionales respaldan los medios comunitarios, pero también aquí existe el riesgo de caer en el proselitismo religioso y la alineación de la comunidad. La experiencia de los medios de la iglesia católica en América Latina es positiva, no así la de los medios comunitarios en manos de las iglesias evangélicas.

En Europa la televisión pública encontró la solución para su financiamiento en el sistema del “canon”, es decir, un gravamen que se aplica automáticamente a todos los que poseen un receptor de radio y televisión -e incluso a los que no poseen, pero pagan por el mismo “derecho”. Este impuesto se ha constituido en países como Inglaterra en una forma de financiamiento directo a la televisión pública. Aunque el mismo gravamen se aplica en países como Francia, no beneficia allí a la televisión pública (inexistente). En Australia y Canadá, el Estado financia directamente la televisión pública; lo mismo sucede en Cuba. Estas formas de financiamiento son muy difíciles en países en vías de desarrollo, donde el Estado no tiene entre sus prioridades a la comunicación. De ahí que las emisoras de radio y televisión comunitaria se ven con frecuencia obligadas a comercializar al menos una parte de su programación, para generar ingresos por concepto de publicidad.

La combinación de financiamiento público, comunitario y comercial puede ser una solución en la medida en que se mantenga un equilibrio. En muchos casos, la publicidad se convierte en el principal factor para la generación de recursos, y entonces pasa a ser la preocupación predominante y distorsiona gradualmente la programación y los objetivos generales de los medios comunitarios. Cuanto más importante es la parte de la publicidad en la generación de ingresos, más escasas son las posibilidades de que los medios comunitarios permanezcan fieles a sus principios.

Un informe de la UNESCO y del Consejo Mundial de Radio y Televisión [10] sugiere que para mantener los objetivos de la televisión pública, se requiere una financiación sustancial, independiente, previsible y equitativa. Sustancial para hacer contrapeso a los servicios comerciales; independiente de las presiones políticas o mercantilistas; previsible para garantizar estabilidad y continuidad; y equitativa para evitar las controversias.

 
DERECHO (Y DEBER) A LA DIFERENCIA
 

¿Por qué la televisión y la radio comunitaria es tan importante y diferente? ¿Qué justifica en última instancia su existencia? ¿Qué la diferencia de los medios comerciales o estatales?
Los medios comunitarios, a diferencia de los comerciales, fomentan la participación de los ciudadanos en la vida pública, tomando en cuenta la fragmentación de la audiencia en grupos de intereses particulares. Los medios comunitarios enriquecen la vida democrática porque son un foro donde la población puede expresarse con libertad. Frente a la desaparición del espacio público, copado por los grandes intereses económicos, los medios comunitarios abren espacios de presencia ciudadana a nivel local o regional. Son medios específicos y en esa medida únicos, porque ofrecen a cada audiencia una programación hecha a medida; de ese modo reflejan la diversidad de intereses de la audiencia.

Cada vez más, las audiencias de los medios comunitarios tienen otras opciones de información, ya que la expansión de los medios comerciales no deja rincones vírgenes en el planeta. La televisión comunitaria ya no tiene una audiencia cautiva, que no tiene más alternativa que el medio local. Cada vez más, las opciones de información se multiplican, en la medida en que los sistemas de difusión se globalizan. Por ello, los medios comunitarios tienen que ofrecer algo diferente, algo que su audiencia no puede encontrar en los medios comerciales o estatales.

Los medios comunitarios se dirigen a la inteligencia del público, para estimularla, no para adormecerla. Al no estar sometidos a los imperativos de la rentabilidad, los medios comunitarios deben ser capaces de innovar con audacia y desarrollar géneros televisivos que no son una réplica de los modelos comerciales. No basta que la televisión comunitaria sea democrática, sino que además debe ser popular, es decir, ampliamente apreciada por su calidad técnica y artística. Algunos tienden a poner la televisión comunitaria al servicio de programas didácticos, una especie de educación a distancia o de cursos nocturnos. Por ello, para muchos la radio y la televisión comunitaria son sinónimo de programas aburridos, largos y pesados. Esta percepción solamente puede cambiar si los medios comunitarios hacen un esfuerzo para ser originales y específicos. Esta especificidad se traduce en atender los diferentes temas que afectan a la comunidad, y ofrecer respuestas prácticas a las preocupaciones cotidianas de la audiencia. La programación de servicio comunitario es por ello un rasgo que distingue a los medios comunitarios de los medios comerciales. Los programas comunitarios abordan cuestiones de salud, imparten consejos prácticos, se hacen eco del punto de vista de los consumidores, ofrecen información sobre precios de los productos rurales en los mercados urbanos, se convierten en un espacio de negociación entre la comunidad y las autoridades de gobierno, y reafirman la cultura e identidad local.

A diferencia de los medios mercantilistas, los comunitarios no pretenden ampliar su audiencia indiscriminadamente. Por el contrario, su mandato específico es atender una audiencia que puede ser definida por su unidad comunitaria, cualquiera que sea el parámetro para definir esa unidad de intereses comunes. Pero esto no quiere decir que los medios comunitarios carecen de influencia; la suma de emisoras de radio y televisión comunitaria en una región o en un país, puede alcanzar un universo humano tan o más amplio –pero sobre todo más representativo- que el de los medios comerciales. Con la ventaja de que los medios comunitarios contribuyen a fortalecer audiencias críticas y participativas.
La diferencia no es solamente un derecho, sino también un deber de la televisión comunitaria. Sólo en la medida en que los medios de comunicación comunitarios se distingan de los medios comerciales o estatales, podrán implantarse definitivamente entre su audiencia.

 
 
NOTA SOBRE EL AUTOR
 

Alfonso Gumucio Dagron, boliviano, es especialista en comunicación para el desarrollo con experiencia en África, Asia, América Latina y El Caribe. Trabajó durante siete años en UNICEF en Nigeria y en Haití, y como consultor internacional de la FAO, el PNUD, la UNESCO, la agencia de cooperación australiana (AusAid) y otros organismos internacionales. Fue director “Tierramerica”, proyecto regional del PNUD/PNUMA sobre comunicación y desarrollo sostenible, y asesor de comunicación de Conservation Internacional. Su trabajo como especialista en comunicación lo ha llevado a familiarizarse con temas diversos: derechos del niño, poblaciones indígenas, cultura y desarrollo, derechos humanos, organización comunitaria, salud y desarrollo sostenible.
Su experiencia de terreno abarca varios continentes, con énfasis en países como Nigeria, Haití, México, Nicaragua, Guatemala, Burkina Faso, Papua Nueva Guinea, Etiopía, Bangladesh, entre otros. En Bolivia fue director fundador del Centro de Integración de Medios de Comunicación Alternativa (CIMCA), entre 1986-1990.

Es autor de varios libros sobre comunicación, entre ellos: Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social, Conservación, Desarrollo y Comunicación, Las Radios Mineras en Bolivia (co-editor con Lupe Cajías), Popular Theatre, además de varios estudios sobre la historia del cine boliviano. Entre sus libros figuran también títulos de poesía, narrativa, biografía y testimonio. Sus artículos y ensayos breves han sido publicados en castellano, inglés y francés en más de un centenar de revistas especializadas y periódicos, en América Latina, América del Norte, Europa y Asia.

Como cineasta ha dirigido una docena de films documentales, y como fotógrafo a participado en exposiciones colectivas y realizado exposiciones individuales en Bolivia, Nigeria y Haití.

Desde 1997 es parte de la iniciativa de “Comunicación para el Cambio Social” que promueve la Fundación Rockefeller, organismo con el que ha trabajado como consultor.

 
 

[1] ARRIETA ABDALA, Mario. “La televisión: ese catálogo neoliberal”. Missagium, revista de comunicación. Año 3, Nº 3, La Paz (Bolivia), enero 1994.

[2] FUENZALIDA, Valerio. “Hacia la reforma de la TV pública en América Latina”. Suplemento Especial Nº 8, INFODAC, Directores Argentinos Cinematográficos, enero 2001.

[3] McANANY, Emile G. “Radio’s Role in Development: Five Strategies of Use”. Information Bulletin Number Four, Academy for Educational Development (AED). Washington, September, 1973.

[4] CONTRACTOR, Noshir S., Arvind SINGHAL y Everett M. ROGERS. “Metatheoretical Perspectives on satellite Television and Development in India”. Journal of Broadcasting & Electronic Media, Volume 32, Number 2. Spring 1988.

[5] GUMUCIO-DAGRON, Alfonso: “Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social”. Fundación Rockefeller, Nueva York, 2001 .

[6] AUFDERHEIDE, Patricia. Latin American Grassroots Video: Beyond Television. Public Culture, May 1993, The University of Chicago.

[7] FUENZALIDA, Valerio. Op.Cit.

[8] Ley 182 de 1995.

[9] LÓPEZ DE LA ROCHE, Fabio. Medios Comunitarios, medios alternativos, tejido social y ciudadanía en Bogotá. Ponencia en el Congreso de ALAIC, 1999.

[10] UNESCO-CMRTV “La Radio y Televisión Pública: ¿Por qué? ¿Cómo?” UNESCO, Paris. (Sin fecha).

 
 
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