Comunicación para la salud: el reto de la participación

Alfonso Gumucio

Texto enviado por el autor a Infoamérica.

 

LA PARTICIPACIÓN COMUNITARIA

 

Podríamos comenzar por una comparación entre los programas de salud y los programas de comunicación. El diagnóstico, la planificación y la ejecución en los programas de salud suelen ser procesos unidireccionales y verticales. En un extremo están las organizaciones y los sistemas que generan las acciones preventivas o correctivas, y en otro extremo los "receptores", los "destinatarios" de esas acciones. Si trasladamos esto al terreno comunicacional, constatamos que hay algo que no anda bien: tenemos un polo generador de decisiones o mensajes, y por otra parte un polo receptor, aparentemente pasivo.
Sin embargo, el nuevo paradigma del desarrollo económico y social de los últimos años -al menos en los textos de las grandes agencias de cooperación internacional- es que las comunidades deben ser protagonistas y gestoras de los cambios que las afectan. Si es así, debieran del mismo modo ser responsables del manejo de su salud. Y en consecuencia, de su propia comunicación.

Ningún programa de salud que pretenda abarcar a sectores sociales cada vez más amplios puede siquiera pensarse al margen de la comunicación. La comunicación es imprescindible para ganarle tiempo al tiempo, para recuperar el tiempo perdido, para resolver a contrarreloj la gravísima situación que se vive -y se muere- en el terreno de la salud materno-infantil, de la salud rural, de la salud en las poblaciones urbanas marginales.

El tipo de comunicación que más hemos empleado en los programas de salud en los países latinoamericanos –y en el Tercer Mundo en general- es la comunicación masiva, o más bien, la información masiva, puesto que se produce en un solo sentido y no contempla una reacción o retorno de parte del receptor (concebido como un destinatario terminal, pasivo e inactivo).

El uso de los medios de información masiva (y pasiva) responde al sentimiento de urgencia que nos embarga. El acceso a la televisión, a la radio o a la gran prensa nacional aparece como una necesidad absoluta cuando se trata de implementar, por ejemplo, grandes campañas de vacunación o de prevención del SIDA. El poder de convocatoria de los medios de información masiva nos hace, de algún modo, sustituir las necesidades de la educación para la salud y pensar la comunicación en términos de corto plazo, y no de mediano y largo plazo, como debiera ser.

Si pretendemos resolver en el futuro los problemas que hoy nos afligen, no es suficiente la eficiencia para convocar, reunir o provocar grandes concentraciones de niños y madres que nos permitan aplicar “sobre” ellos algunas medidas que sabemos necesarias y urgentes. Es imprescindible lograr, más allá de esas grandes fiestas de vacunación de los días domingo, un compromiso consciente de las comunidades y de las organizaciones sociales.

El compromiso de las comunidades implica por una parte la participación de estas en todo el proceso de diagnóstico, planificación y ejecución de los programas, y por otra el fortalecimiento de las organizaciones sociales de modo que constituyen interlocutores válidos y con poder suficiente para convertirse en parte activa en la planificación e implementación de la estrategia de salud.
Los objetivos de participación y de fortalecimiento organizativo no pueden ser alcanzados si no se implementan acciones creativas. Si encaramos la participación y la organización como procesos, debemos pensar la comunicación también como un proceso interactivo.

La comunicación es un proceso que tiene su propia especificidad, que la distingue de la información cuyos objetivos son puntuales e inmediatos.
En la perspectiva de la participación comunitaria, es fundamental diferenciar las acciones de difusión e la información relativa a la problemática de salud, de las de educación, que es imprescindible emprender en la tarea de estimular un definitivo crecimiento de la conciencia popular sobre el tema.

Difusión de la información y comunicación educativa no son excluyentes, sino actividades complementarias en el trabajo comunicacional, de tal modo que las acciones que tiendan a privilegiar la primera sobre la segunda adolecerán de las limitaciones que se han constatado en años recientes en el marco de los programas y campañas de salud.
Existe la tentación de sobre valorar el impacto de las acciones de difusión a través de los medios masivos, porque ese impacto se mide en términos cuantitativos y en una perspectiva coyuntural. Sin embargo, si la intención es fortalecer la capacidad de las propias comunidades en el manejo de su salud, deberíamos equiparar los recursos invertidos en las actividades de difusión masiva, a los que se invierten en actividades en los niveles comunitarios: comunicación participativa, comunicación horizontal, comunicación dialógica, comunicación comunitaria, comunicación popular o comunicación alternativa. No importa el nombre a condición de que estemos claros sobre su pertenencia al campo comunitario. Los resultados de los programas de comunicación participativa no pueden ser medidos en el corto plazo porque las evaluaciones tendrían como eje factores cualitativos, y no solamente cuantitativos.

Hay diferencias sustanciales de procedimiento entre las actividades de difusión y las de comunicación alternativa. Estas diferencias implican el empleo de recursos distintos o por lo menos en distintas proporciones y en distinta dirección. Las actividades de difusión dependen en mayor medida de los recursos económicos, mientras que las acciones de comunicación educativa involucran fundamentalmente la inversión en recursos humanos. En las campañas de difusión y diseminación tiene un rol preponderante la tecnología, mientras que en los procesos de comunicación alternativa la tecnología es secundaria.

En los niveles comunitarios las nuevas tecnologías de información no son suficientes por sí solas para motivar, generar el crecimiento de la conciencia crítica y producir cambios de comportamiento duraderos. Otras prácticas innovadoras intervienen, entre las que es importante mencionar los micro-medios de comunicación alternativa: los audiovisuales, el periódico mural, el papelógrafo, las actividades lúdicas, el foro-casete, y otras técnicas de apoyo -que no deben ni absolutizarse ni mitificarse- intervienen en procesos de capacitación de líderes naturales y dirigentes comunitarios. Estas acciones culminan cuando las propias organizaciones sociales o comunitarias desarrollan capacidades básicas de expresión y comunicación sobre los problemas que las afligen, en este caso en el campo de la salud.
Desde esa perspectiva, la comunicación para la salud deja de ser una responsabilidad concentrada en las instancias del gobierno o de los organismos internacionales especializados. Se enriquece la pluri-direccionalidad de la comunicación, y naturalmente de los contenidos, mediante la participación de organizaciones sindicales, grupos de base, instituciones no-gubernamentales y las propias comunidades urbanas y rurales.

El desarrollo de la actividad comunicacional alternativa tiene, entre otras ventajas, la posibilidad de responder mejor a los contextos culturales específicos, que con frecuencia no son tomados en cuenta por las campañas de información que se organizan a partir de los centros urbanos. Estas campañas están, en muchos casos, más cerca de la publicidad que de las necesidades de educación.

 
LA BÚSQUEDA DE LA MASIVIDAD
 

Aparentemente, las campañas a través de los grandes medios de información logran un mayor impacto masivo. Este objetivo de la masividad es absolutamente legítimo, por cuanto corresponde a la urgencia de implementar las acciones, sin embargo los caminos hacia la masividad no pasan forzosamente por la mediación tecnológica.
En los últimos tiempos se han puesto de modo algunos términos como el "mercadeo social", heredados de la publicidad, mediante los cuales se trata de justificar el uso prioritario de gigantescas campañas de promoción en las que se recurre a agencias de publicidad, con costos muy elevados. ¿Es válida la idea de vender los programas de salud utilizando la radio y la televisión comerciales como meros incitadores de consumo? ¿Qué tan sólida puede ser la adhesión que se logra en la población por el camino de seducir a los consumidores sin convencerlos?

La masividad no debe ser concebida como un objetivo que puede ser alcanzado solamente a través de los grandes medios de información y mediante el sacrificio de la voluntad educativa que debería ser la esencia de todo programa de salud. También la comunicación participativa busca la masividad, pero lo hace a través de otros mecanismos.
Durante muchos años se pensó que las experiencias de comunicación popular y alternativa pretendían enclaustrarse, limitar su radio de acción y permanecer como instancias locales de comunicación. Es cierto que la historia reciente de la comunicación popular muestra algunas tendencias en ese sentido, pero estas han sido superadas por corrientes más importantes. El aislamiento de ciertas experiencias se debía al temor de una supuesta contaminación ideológica que podría darse en el contacto con el sistema de información masiva. Este sistema es, todos lo sabemos, enteramente dependiente en nuestros países. Dependiente en algunos casos de las transnacionales de la información, y en otros de los intereses financieros nacionales.

El sistema de información hegemónico es la punta de lanza de la penetración comercial y, como sabemos, cumple entre otras funciones, la de contribuir en la expansión de mercados. En el plano cultural, ese sistema desconoce la pluralidad existentes en las civilizaciones y sociedades de nuestro continente. Sus mensajes implican una visión homogenizadora de la realidad latinoamericana.
Hay importantes indicios en América Latina que muestran que la comunicación participativa puede trascender el marco de las comunidades y de las organizaciones sociales, como una propuesta renovadora de comunicación para el desarrollo.
Podríamos mencionar algunas de ellas, sin extendernos demasiado. En Bolivia tenemos, por ejemplo, la experiencia de las radios sindicales mineras, con una historia de casi cuarenta años de desarrollo. Se trata de radios comunitarias, creadas, financiadas y administradas por los propios trabajadores de las minas. Día a día, estas emisoras han cumplido un rol de servicio social que es importante conocer: son la voz a los trabajadores y hacen más fluida la comunicación entre los centros mineros, pero además transmiten mensajes de carácter social y cumplen, en términos generales, una labor comunitaria que los organismos estatales no llegan a cubrir.

En momentos de crisis política, estas emisoras han adquirido importancia nacional. Han transmitido informaciones fidedignas sobre la situación social del país en momentos, por ejemplo, en que las emisoras de radio en las ciudades estaban copadas por organismos militares o para-militares en ocasión de una asonada o golpe de Estado. Por lo mismo, han sido destruidas varias veces en los últimos quince años.
Como esta experiencia hay otras en América Latina. La "impresa nanica" (prensa enana) en Brasil, o las radios campesinas en Ecuador y Perú, son otros ejemplos. Pero hay centenares de otras experiencias locales, cuyo potencial es inmenso si lo vemos en la perspectiva de temas en los que no habría conflicto sino más bien coincidencia política, como es el caso de la salud.

Las experiencias de comunicación alternativa alcanzan parámetros de masividad porque se desarrollan sobre la base del crecimiento de consenso en las poblaciones y comunidades que se sienten gestoras de su propia comunicación. Esa masividad por consenso tiene la ventaja de tener como eje el crecimiento de la conciencia crítica en las organizaciones de base. Ello implica procesos educativos que no pueden sino favorecer la participación comunitaria en las estrategias de salud propuestas.
Pero además, al margen del crecimiento propio de cada experiencia, está el factor multiplicador que hace que de un modo creativo y renovador se reproduzcan en otros contextos sociales, con nuevos actores emergentes en el área rural y urbana. grupos de jóvenes, de mujeres, se unen por su afinidad sobre temas que consideran prioritarios y luego toman iniciativas en el terreno de la comunicación alternativa.

En cada caso, desarrollan una comunicación que sí toma en cuenta los factores culturales y sociales específicos. Una comunicación que habla un lenguaje accesible y cuyos contenidos no son ajenos a las necesidades comunitarias.
No por desconocerlas o conocerlas mal estas experiencias son inexistentes. Están allí, se desarrollan con las dificultades propias de nuestros países en vías de desarrollo. El apoyo a estas experiencias de comunicación comunitaria y grupal puede abrir canales muy importantes para lograr una mayor responsabilidad comunitaria en los programas de salud.

 
PERFIL DE LOS COMUNICADORES
 

Ahora bien, uno de los grandes problemas que enfrentamos es la carencia de comunicadores especializados en la comunicación para el desarrollo, la comunicación participativa, la comunicación para la salud. Cualquiera que haya estado en un puesto de responsabilidad en organizaciones para el desarrollo sabe lo difícil, casi imposible, que es encontrar a comunicadores con ese perfil. Lo que la mayor parte de las universidades nos ofrecen son periodistas, no comunicadores. Aunque las carreras de periodismo hayan cambiado su nombre a carreras de “comunicación social”, los contenidos no son muy diferentes. Los estudiantes son preparados para un mercado de trabajo convencional: radio, prensa, televisión, cine, publicidad, relaciones públicas, Internet, pero con muy pocas nociones de las necesidades abrumadoras en el campo del desarrollo económico, social y cultural, y sin experiencia comunitaria alguna.

Es un error enfocar el proceso de la comunicación y de la información sobre temas de salud como una responsabilidad individual de los periodistas. Los artículos que se han escrito sobre este tema, ofrecen consejos a los periodistas como individuos, al margen de sus organizaciones y de las estructuras sociales del país en el que trabajan. Evidentemente, no se puede generalizar de esa manera, porque los comunicadores actúan en contextos demasiado diversos. Quizás en los países industrializados se pueda pensar en una estrategia que toca individualmente a los periodistas, para interesarlos más en los temas de salud. De hecho, ellos trabajan en un entorno muy favorable para tratar esos temas, y tienen las condiciones y los medios necesarios para dedicarle un tiempo a la investigación, a la maduración de ideas y a la escritura.

La situación en países de nuestro Tercer Mundo, (o “países en vías de desarrollo”, como prefieren llamarlo a veces, aunque en algunos el desarrollo esté en franco retroceso), es radicalmente diferente. Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que no necesitamos solamente periodistas, sino comunicadores para el desarrollo. Lo segundo, es que unos y otros, es decir, periodistas y comunicadores, trabajan en contextos que con frecuencia no son favorables para lograr los objetivos de comunicación para la salud que las organizaciones de cooperación tienen en su agenda.

No debe sorprender la afirmación “necesitamos más comunicadores que periodistas”, sobre todo si pensamos en el contexto de países con un alto índice de analfabetismo. La gente que sabe leer y escribir en nuestros países, es generalmente la que menos necesita de una estrategia de comunicación para la salud. La población, en cambio, que más necesita la información y las acciones de comunicación para la salud, está compuesta fundamentalmente por mujeres, y esas mujeres son en su gran mayoría analfabetas. Pero aún, en los países andinos y en otros con componentes indígenas importantes, como Guatemala y México, las mujeres ni siquiera se comunican bien en castellano. Esto quiere decir que aunque podamos formar mejor a los periodistas, aunque llenemos la prensa de artículos sobre temas de salud, eso no tendrá un impacto sobre la población que más lo necesita, pero sin duda afectará positivamente a los que toman decisiones, y a sectores urbanos en los que todavía hay mucho que hacer con relación a la salud.

 
Los periodistas
 

Es cierto que la televisión y la radio podrían ser una alternativa viable para los periodistas que trabajan en temas de salud, pero aquí enfrentamos un doble problema. Por una parte la televisión no está tan extendida en áreas rurales como se pretende, y por otra la radio, que sí está extendida, se ha multiplicado de tal manera que para llegar a las poblaciones meta es necesario primero un mapa exhaustivo de las áreas de influencia de las emisoras. La elaboración de ese mapa no es muy sencilla, pues los parámetros de objetividad no son claros. Pero el segundo problema es aún más grave: la programación de los canales de televisión y de las radios no depende de los periodistas, por muy bien formados que estén y por muy buenas intenciones que tengan. La programación depende en gran medida de los auspiciadores comerciales, y de las decisiones administrativas y políticas que se toman en los medios, en las que los periodistas no tienen mucho que decir.

De ahí que apostar todos los recursos para formar mejores periodistas y dotarlos de una mayor capacidad para tratar los problemas de salud, puede ser riesgoso. Su actividad estará siempre limitada por los poderes de decisión que están encima de ellos. Un director de programación puede sencillamente destinar a ese periodista a cubrir noticias sobre cualquier otro tema, si considera que la salud “no vende” muy bien en su radio o en su canal de televisión. O puede programar en horarios que nadie escucha y nadie mira, los programas que con mucho esfuerzo prepara el periodistas especializado en salud.

Paralelamente, entonces, es importante implementar estrategias destinadas a formar a los ejecutivos y directores de programación de los medios masivos. Y no sólo eso, sino invertir en esos medios para que dediquen espacios a los temas de salud. No nos engañemos, las radios o los canales de televisión privados no acceden fácilmente a tratar temas que consideran demasiado “áridos”, si no hay financiamiento de por medio. Nuestra experiencia en las agencias de cooperación es clara en este sentido. Los medios comerciales exigen algo a cambio para destacar regularmente en su programación producciones sobre temas de salud (o género, medio ambiente, derechos humanos, etc.) Y si no lo hacen, destinan esa programación a horarios que prácticamente anulan su influencia masiva.

 
Los comunicadores
 

La perspectiva para los comunicadores es más estimulante, si los hubiera. Los comunicadores formados con el criterio de intervenir en los procesos de desarrollo, no se limitan a informar sobre las cosas que suceden. No asumen un rol pasivo sino activo. Su trabajo no se limita a trasladar datos, declaraciones o descripciones desde el ámbito en el que se generan, hasta los lectores, oyentes o espectadores. Los comunicadores abandonan la neutralidad para convertirse en actores del desarrollo, y en esa medida encajan perfectamente en los objetivos de las organizaciones que aspiran a lograr cambios sociales importantes en los sectores más desfavorecidos de la sociedad.

La capacidad dialógica que desarrolla el comunicador por su formación y por la experiencia acumulada, le permite trabajar en el marco de organizaciones comunitarias, no gubernamentales o de cooperación. La elasticidad de su formación como comunicador, le permite diseñar actividades de comunicación que no están ancladas en los medios masivos, sino que toman en cuenta el potencial comunicacional que ya existe en las comunidades y contribuye a desarrollar la propia capacidad de la comunidad de expresar. Al tener la capacidad de expresarse, la comunidad se convierte en una instancia activa de comunicación, y deja ser receptora pasiva de mensajes generales elaborados por otros, al margen de la cultura y de la realidad. El comunicador es el garante de ese proceso de participación que conduce a cambios sociales profundos y permanentes.
El comunicador refuerza la capacidad que ya existe en las comunidades. Por una parte las estructuras e instituciones propias: las radios comunitarias, las escuelas, las bibliotecas; por otra las manifestaciones culturales: las fiestas, las ceremonias, los días de mercado, los eventos deportivos; y finalmente los líderes de opinión locales: dirigentes, ancianos, maestros, grupos organizados de mujeres y jóvenes.
El comunicador puede cumplir también las tareas típicas de un periodista, preparar artículos o reportajes para radio y televisión, pero lo hará con un mayor conocimiento de causa, en la medida en que está inserto en un proceso de cambio. Conoce la cultura, conoce (idealmente) la lengua local, los problemas sociales y políticos, y sólo así puede ubicar en su justa medida la problemática de salud y trasmitirla hacia la comunidad y hacia fuera.
Para que esto suceda tiene que haber cambios en las organizaciones. Si para lograr una mayor eficiencia de los periodistas se requieren cambios en las estructuras de poder de los medios, del mismo modo, para favorecer la inserción de los comunicadores en los procesos de desarrollo, se requieren cambios en las agencias de cooperación, en los gobiernos, en las ONGs, y en las propias organizaciones comunitarias. En la medida en que esas instancias reconozcan la necesidad de contar con recursos de comunicación permanentes en sus programas y proyectos, en esa medida los comunicadores podrán apoyar con mayor eficiencia los procesos de cambio.

Más allá de los cambios estructurales necesarios, es importante un cambio conceptual sobre el papel de la comunicación. Para muchas organizaciones que apoyan programas de desarrollo, la comunicación sigue siendo confundida con la información. Se utilizan ciertos mecanismos de comunicación para diseminar informaciones o para informar sobre los programas. Las intervenciones suelen ser puntuales, sin continuidad, y en muchos casos solamente logran una mayor visibilidad institucional, pero no apoyan los cambios sociales necesarios.

En un extremo del espectro están las organizaciones que se valen incluso de agencias comerciales de publicidad para posicionarse en el ámbito del desarrollo, generalmente con el fin de obtener legitimidad política en un determinado país, o más recursos de financiamiento. En el otro extremo están las organizaciones que han tomado conciencia de la importancia de la comunicación en el proceso de cambio social, y que incorporan estrategias de comunicación y comunicadores para el desarrollo, en sus programas y proyectos, para establecer el diálogo con las comunidades beneficiarias.
Resta decidir cual de esas opciones se quiere apoyar, y en beneficio de quien.

 
 
NOTA SOBRE EL AUTOR
 

Alfonso Gumucio Dagron, boliviano, es especialista en comunicación para el desarrollo con experiencia en África, Asia, América Latina y El Caribe. Trabajó durante siete años en UNICEF en Nigeria y en Haití, y como consultor internacional de la FAO, el PNUD, la UNESCO, la agencia de cooperación australiana (AusAid) y otros organismos internacionales. Fue director “Tierramerica”, proyecto regional del PNUD/PNUMA sobre comunicación y desarrollo sostenible, y asesor de comunicación de Conservation Internacional. Su trabajo como especialista en comunicación lo ha llevado a familiarizarse con temas diversos: derechos del niño, poblaciones indígenas, cultura y desarrollo, derechos humanos, organización comunitaria, salud y desarrollo sostenible.
Su experiencia de terreno abarca varios continentes, con énfasis en países como Nigeria, Haití, México, Nicaragua, Guatemala, Burkina Faso, Papua Nueva Guinea, Etiopía, Bangladesh, entre otros. En Bolivia fue director fundador del Centro de Integración de Medios de Comunicación Alternativa (CIMCA), entre 1986-1990.

Es autor de varios libros sobre comunicación, entre ellos: Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social, Conservación, Desarrollo y Comunicación, Las Radios Mineras en Bolivia (co-editor con Lupe Cajías), Popular Theatre, además de varios estudios sobre la historia del cine boliviano. Entre sus libros figuran también títulos de poesía, narrativa, biografía y testimonio. Sus artículos y ensayos breves han sido publicados en castellano, inglés y francés en más de un centenar de revistas especializadas y periódicos, en América Latina, América del Norte, Europa y Asia.

Como cineasta ha dirigido una docena de films documentales, y como fotógrafo a participado en exposiciones colectivas y realizado exposiciones individuales en Bolivia, Nigeria y Haití.

Desde 1997 es parte de la iniciativa de “Comunicación para el Cambio Social” que promueve la Fundación Rockefeller, organismo con el que ha trabajado como consultor.