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LA VIOLENCIA EN LA PROGRAMACIÓN TELEVISIVA 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Juan TOMÁS FRUTOS

Alberto RAMÓN SILES 
 

ÍNDICE 
 

1.-Introducción

2.-Aproximación a la definición de violencia. Algunas teorías.

3.-Violencia, ¿para quién?

4.-Características de la violencia

5.-Efectos de la violencia. Planteamiento general

6.-Efectos cognitivos de la violencia televisiva

7.-Violencia, un género fácil

8.-Mostrar el mal sin justificarlo

9.-El contexto es decisivo. Interpretación

10.-La responsabilidad global de los medios

11.-Los medios no son un simple espejo

12.-La violencia de los “reality shows”

13.-La violencia en la programación en general

14.-Conclusiones sobre la violencia en televisión

15.-Anexo: Consejos para los padres

16.-Bibliografía y material utilizado 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Introducción 

La violencia en televisión se ha convertido en un tema trivializado donde muchas asociaciones de telespectadores se dedican a quejarse de los contenido de X o de Y programa, un debate que se traslada a las productoras que defienden a capa y espada la “libertad de expresión”. En la sociedad española, a diferencia de nuestros vecinos franceses, se permite mucho la emisión de contenidos que incitan a la violencia. Es, según parece, precisamente la sociedad la que no puede hacer nada por cambiar la situación actual de la que gozamos, esto es, un feudo televisivo donde, pese a la autorregulación de contenidos en las cadenas de televisión, existen maniobras, actitudes y formas que también se pueden considerar como “violencia”.

No ha sido hasta hace unos años cuando el Gobierno ha impuesto “seriamente” la autorregulación de las cadenas de televisión. El argumento principal ha sido la emisión en horario infantil de los programas basura, así como los contenidos que incitan a la violencia, al odio por raza, sexo, religión, y otras consideraciones que se recogen en el informe del Comité de Sabios (un documento que debemos leer).

Conviene que ampliemos el concepto de violencia y que lo usemos –si cabe la expresión- de etiqueta para ponérsela a los numerosos agentes que se la merecen, tales como productores, guionistas, directores, programadores, editores, grafistas, productores, periodistas, etcétera. Porque existen muchos responsables, y la mayoría de las veces que asistimos a debates televisivos  - por ejemplo en 59”, el programa de TVE – donde asociaciones de telespectadores acusan a programadores y a otras emisiones violentas, no estamos más que ante una visión superficial del fenómeno de la violencia televisiva de este país. 

La sociedad puede mostrar sus quejas mediante el defensor del pueblo, o a través de tantas asociaciones de telespectadores como existen, pero es ella misma la que crea la “enfermedad que justifica la actitud de las productoras”. ¿Cómo convencer a las productoras de no diseñar contenidos estilo “Crónicas marcianas”, “Aquí hay tomate”, “La Casa de tu vida”, plataformas de llamada a los sentimientos más primarios del ser humano – sexo, violencia, morbo –, si son los espacios más vistos de la televisión? 

Lo que en principio puede suponer una puesta en común sobre la tele-basura o acerca de estos programas, que decimos que son para audiencias de culturas planas, no cambia las cosas. Pese a ello, el recurso de la violencia en las televisiones cada día se hace más amplio gracias a la propia función que tiene la televisión, es decir, por obra y milagro de ese fin de ser un espejo fragmentado de la sociedad, que se retroalimenta a través de su pantalla. 

En el mundo actual, la violencia real está aumentando y es ejercida de modo alarmante cada vez más por jóvenes y niños1. Simultáneamente, aumenta la violencia en el contenido de los programas televisivos. Las escenas violentas que aparecen en televisión se han multiplicado por diez en los programas más variados. 
Es cierto que la relación entre dos tipos de violencia como la real y la televisiva es compleja y, de hecho, existen distintas teorías al respecto: teoría del rechazo o de la catarsis, teoría de los indicios agresivos, teoría de la ayuda, teoría del miedo, teoría del aprendizaje, etc. Sin embargo, es igualmente innegable que, con exclusión de la teoría de la catarsis, todas las restantes tienden a subrayar la influencia de la violencia televisiva en la generación de la violencia real, al presentar la violencia como una alternativa aceptable de comportamiento.
 

De ahí deriva la convicción generalizada de que la reducción de la violencia, especialmente en relación con la programación accesible a los niños, constituye el criterio fundamental para medir la calidad ética de los contenidos televisivos, así como también la exclusión de la discriminación y el odio por motivos de raza, sexo, religión o nacionalidad. Ello es lo que se propone en los códigos deontológicos elaborados al respecto. Así, el convenio sobre principios para la autorregulación de las cadenas de televisión destaca que lo más importante es evitar la presentación de la violencia “como algo que debe ser imitado”. Algo semejante es lo que propone la legislación existente, concretamente la Directiva comunitaria “Televisión sin fronteras”, del 12 de Octubre de 2004, que ya fue incorporada en 1994, y que en sus artículos 16 y 17 prohíben “programas o escenas o mensajes de cualquier tipo que puedan perjudicar gravemente el desarrollo físico, mental o moral de los menores”. 

Sin embargo, tanto los códigos como la legislación tienen serias dificultades para garantizar la calidad ética del contenido televisivo. En el caso de los códigos deontológicos, la limitación procede de su falta de sanción; todo depende de la voluntad de la autorregulación por parte de los afectados. En el caso de la legislación, aunque existen sanciones para castigar las infracciones de los artículos 18 y 19, la dificultad radica en determinar cuándo resulta aplicable la posible sanción, dado que la directiva y la ley española hablan de violencia gratuita como aquella que no puede ser tolerada en la programación infantil y, de este modo, resulta problemático saber cuándo se ha producido tal gratuidad. 

Sí es cierto que hay violencia que es inevitable -una guerra televisada en un Informativo, o actitudes violentas como Gran hermano, por ejemplo-. Aún así, el Comité de Sabios ha puesto el dedo acusador en algunos programas2 para que sean más responsables pues, después de todo, hemos de tener en cuenta que somos personas los que recibimos y los que demandamos los contenidos que son considerados tele-basura. Algunos productores piensan de otra forma en cuanto a lo que llaman tele-basura los sabios. Sin duda, éstos a menudo consiguen distorsionar cierta esencia de sus programas con un recurso tan fácil y primario como la violencia. De hecho, un modo de ganar audiencia es incidir sobre las motivaciones por las que pueden resultar más sensibles (y vulnerables). La violencia se presenta tan real, imprevisible y cercana a la realidad que se generan comentarios como los de Joseph Mainat, productor de Gestmusic Endemol: “Si nosotros hacemos programas basura, el Gobierno está insultando a millones de telespectadores”, afirma el promotor de programas como “La Granja”, “Operación Triunfo”. En esta misma línea, el cabeza pensante de “Crónicas Marcianas” añade que el Gobierno se ha rodeado de “sabios” que no entienden, a su juicio, de televisión y “que traban la libertad de expresión de las productoras”.

Como señala Mainat, la libertad de expresión ha de practicarse siempre, pero hasta que choca con los derechos de los demás: intimidad, defensa del menor, privacidad, posibilidad de dañar psicológicamente al telespectador… 

Después de todo, ¿quién decide el contenido? La ética tiene mucho que ver, pues es, en primera y última estancia, la propia persona quien decide la emisión de un programa u otro. También el telespectador decide si ver o no uno u otro contenido, e incluso podría considerarse esto una forma de boicotear estos programas para tener una televisión mejor. Lo ideal es que no quede solo en una bonita declaración de intenciones. Al final, por desgracia, todo queda en un asunto de audiencias mayoritarias, y si éstas deciden que sigan esos programas considerados “basura” por las “minorías intelectuales”, no tenemos más remedio que claudicar y aceptarlo o apagar la tele.

Volviendo a la consideración de los productores que se ven como adalides de la libertad de expresión, la autorregulación puede suponer un ataque a esto mismo si no se deja programar lo que quieren los productores. Aquí nos encontramos con una confusión: por un lado, la idea de contenido televisivo como bien cultural, y, por otro, la de ser un bien cultural y de consumo. A día de hoy, y especialmente tras la incursión de las televisiones privadas, la democracia llega a la televisión como nuestro sistema electoral3. 

Aproximación a la definición de violencia y algunas teorías 

De Ridder (1980, Pág. 256) considera que “la única solución al problema de la objetividad o subjetividad de las definiciones radica en adoptar la posición del observatorio ingenuo”. Desde este punto de vista, un acto sería violento si el sujeto receptor lo considerara como tal; es decir, que una acción sea considerada violenta o no es simplemente cuestión de opiniones. Siguiendo esta definición, el concepto de violencia no tiene el mismo significado para todos, lo cual implica ciertos problemas reales a la hora de desarrollar cualquier estudio en el campo de los efectos de la violencia en la televisión. Uno de estos problemas radica en el hecho de que los receptores tienen sus propias escalas para decidir la seriedad de los incidentes, las cuales no coinciden, en ocasiones, con los puntos de vista de los investigadores. 

Existen 3 conceptos básicos que aparecen mencionados en un gran número de investigaciones y que sirven de base al concepto de violencia en los contenidos televisivos tal y como se entiende en este trabajo:  

a) La manifestación expresa de fuerza física o verbal;

b) La intencionalidad del acto por parte del sujeto que lo realiza;

c) Las consecuencias del acto: daños físicos o psíquicos.  

Así, pues, lo que determina en primer lugar que un acto pueda ser clasificado como violento es que éste sea una manifestación física o verbal. La violencia es la clara expresión de la fuerza física, contra sí mismo o contra otro, utilizando la fuerza física contra la voluntad de uno, amenazando con herir o matar. Se puede entender como una conducta antisocial, injuriosa para otras personas, y que tienen su representación en la pantalla. 

Sobre el indicio de la violencia en televisión nos referiremos a una de las principales conclusiones que se obtuvo a partir del análisis de sistemas de mensajes de la televisión, y que evidenció la violencia en la televisión. Por ejemplo, Gerbner, Gross, Signorielli, Morgan Jacson-Beeck (1979) afirmaron que desde que comenzaron el seguimiento de la programación televisiva en los años 1967-6, un 80% de los programas emitidos contenían actos violentos y un 60% de los protagonistas de los programas se veían implicados en acciones violentas. Curiosamente, los programas de televisión destinados a los más pequeñas y, en concreto, los dibujos animados eran los que subían la media de los actos violentos que se proyectaban en el resto de la programación diaria, incluyendo las series policíacas. Sería interesante que se presentara un proyecto de investigación similar al de estos investigadores aplicado a la televisión de nuestro país4. 

Con el mismo propósito de medir y de conocer cuánta violencia existe realmente en la televisión, el Cultural Indicators Project elaboró el denominado índice de violencia (“violence index”), es decir, una medida estandarizada de la violencia en televisión. En él se muestra una combinación de tres grupos de medidas 8 Signiore-Illi (Gross y Morgan, 1982): 

  1. Frecuencia (F). La cantidad de programas de televisión que contienen violencia o la frecuencia con que éstos aparecen en pantalla.
  2. Proporción o cantidad (P). La cantidad de violencia que incluye cada programa.
  3. Rol ®. Las características de los personajes (agresor/víctima) que se ven envueltos en actos violentos. Este elemento, no obstante, no repercutirá cuantitativamente en el índice de violencia.
 

Estos valores significan que el índice de violencia (IV) es igual al porcentaje de programas que contienen violencia (%F), más el número de incidentes violentos por programa multiplicado por dos (2P/F), más el número de incidentes violentos por hora multiplicado por dos (2P/H), más el porcentaje de personajes envueltos en violencia (%V), más, por último, el porcentaje de personajes envueltos en asesinatos (%A). 

IV= (%F)+ (2P/F)+(2P/H)+(%V)+(%A) 

La fórmula es un cálculo que es cuantitativo, pero cualitativamente pueden reseñarse algunos aspectos. Por ejemplo, la forma en que los receptores perciben y evalúan los personajes y circunstancias en la televisión no siempre se corresponde con los datos o medidas obtenidas por los investigadores. Consecuentemente, con la intención de comprender lo mejor posible hasta qué punto el contenido de la televisión configura las percepciones de la realidad social parece necesario tener en cuenta cualquier análisis de los siguientes elementos: 

1. El significado de ese contenido para los miembros de la audiencia.

2. Las interpretaciones que hace la audiencia de los retratos de la televisión.

3. El significado de tales interpretaciones como elemento mediador del impacto de la televisión sobre la audiencia. 

Violencia, ¿para quién? 

Una alternativa para clasificar la violencia en televisión es descubrir qué perciben o cómo interpretan los miembros de la audiencia la violencia que se ofrece a través de la televisión. Estos actos violentos aparecidos en la pequeña pantalla no se consideran, pues, como una única variable que interviene en una conducta agresiva del receptor. La percepción de la misma y el acuerdo o desacuerdo mostrado por el público ante la violencia que ve en la pequeña pantalla constituyen, igualmente, elementos a tener en cuenta en el impacto de esta programación. 

Algunos sujetos ven más violencia que otros en los programas y reaccionan con más fuerza hacia determinados retratos de violencia en la televisión. Las reacciones de la audiencia están relacionadas, lógicamente, con las características psicológicas de los receptores. En 1971, Greenberg y Gordon compararon las clasificaciones de los programas hechas por los críticos de televisión y las realizadas por el público (entre adultos). La conclusión a la que llegaron es que existía una total unanimidad entre los críticos y el público acerca de los 20 programas de televisión más violentos de los años en que se llevó a cabo el estudio, esto es, 1970 y 1971. En ocasiones, los críticos juzgaron los programas incluso como más violentos que el público. 

La forma en que los recetores perciben y evalúan los personajes y las circunstancias en la televisión no siempre se corresponde con los datos o medidas obtenidas por los investigadores. 

Características de la violencia 

Las características principales mostradas en la pequeña pantalla pueden revestir diversas formas; a saber: 

 
 
 
 
 

Efectos de la violencia  

Determinadas circunstancias o características del sujeto receptor le harán ser más propenso a la influencia de la violencia televisiva. Se ve limitada por una serie de elementos o de condicionantes que hacen que no todos los sujetos receptores se vean afectados de manera directa e inmediata por las repercusiones de la violencia de la televisión, si bien sí existe un número considerable de estudios que demuestran cómo la violencia emitida en la pequeña pantalla deja su huella en ciertos sectores de la audiencia. Por ello presentamos las siguientes teorías sobre el efecto global de la violencia, y las describimos: 

 
 
 
 
 
 

Efectos cognitivos de la violencia televisiva 

Esto, esos efectos en la mente, en la conciencia, en lo que se hace diariamente, sucede cuando los contenidos de este medio de comunicación influyen o configuran las creencias y opiniones de los individuos sobre el mundo que les rodea. La televisión – según la teoría del cultivo – y su exposición de asuntos violentos regula y domina al telespectador hasta una impresión exagerada de la amenaza y el peligro existentes en la sociedad real y produce una excesiva ansiedad sobre la seguridad personal; es decir, la visión del mundo real que poseen algunos individuos será, es, aquella que transmite la televisión7. 

Huesmann y Malamuth establecen cinco variables que intervienen y afectan al mantenimiento de la relación entre la contemplación de la violencia en televisión y las creencias o actitudes agresivas del sujeto. Son las siguientes: 

  1. La capacidad intelectual.
  2. La popularidad social.
  3. La identificación con los personajes.
  4. La creencia en el realismo de la violencia mostrada en televisión.
  5. El nivel de imaginación o fantasía del receptor sobre la violencia.
 

En esta línea, el número de programas, la interpretación del contenido, las conclusiones del receptor y las circunstancias personales son variables que quedan olvidadas por los investigadores. No olvidemos que no existe una ciencia exacta sobre el efecto de la violencia8. 

Violencia, un género fácil para captar audiencia 
 
Como ya se ha dicho, esos efectos dependen, en primer lugar, de las características de los mensajes. A este propósito, antes que nada es necesario subrayar las diferencias que se dan, respecto a la representación de la violencia, entre el teatro, el cine y la televisión, según los distintos contextos de producción y de recepción. Con esto en absoluto se pretende justificar o infravalorar el problema de la violencia en los espectáculos teatrales o cinematográficos, sino más bien subrayar la particular gravedad que tiene la violencia en el ámbito televisivo, por la naturaleza de este medio.
 

Esto es de este modo, primero, porque la televisión es un medio doméstico, accesible a cualquier tipo de público, en particular el infantil; y, segundo, porque la televisión -merced a la multiplicación de canales y al uso del mando a distancia- ofrece sus mensajes en flujo fragmentario, lo que colorea la representación de la violencia con características tales que dificultan la contextualización, la reelaboración racional y el juicio ético. 
 
Esto mismo puede explicar la proliferación de la violencia en la pequeña pantalla por motivos de marketing. La violencia constituye un género fácil de contar y fácil de vender en el mercado mundial, a causa de su inteligibilidad inmediata. De ahí que, según un estudio, las series televisivas de argumento criminal son el 17 por ciento de los programas que se emiten en Estados Unidos, mientras que, paralelamente, constituyen el 46 por ciento de las producciones norteamericanas que se venden en el extranjero.
 

Mostrar el mal sin justificarlo 
 
Hecha esta aclaración, las consideraciones sobre la violencia en los medios se pueden articular en torno a tres temas: el modo de presentarla, la estimulación de la agresividad y la imitación de conductas violentas contempladas en los espectáculos. 
 
El primer tema está relacionado con la dimensión persuasiva de los mass media, que no depende tanto de los puros contenidos cuanto de la forma de exponerlos. La consideración de la componente retórica de la narración sirve para responder a uno de los argumentos más empleados para justificar los contenidos violentos: el mal y la violencia están en el mundo, y un film, una novela y un servicio informativo no pueden dar una visión falsa o edulcorada de la realidad. En primer lugar, hay que decir que, cuando un relato presenta, por ejemplo, un homicidio, la reacción del lector o espectador puede ser guiada hacia la piedad por la víctima o hacia la simpatía por el homicida, o hacia la indiferencia, el sarcasmo, la ironía, la satisfacción o la complacencia, según cómo se narre el hecho. 
 
Los grandes autores clásicos han sido maestros en una representación no edulcorada del mal presente en el mundo que, sin embargo, mantenía bien clara la línea de valoración a la que adherirse. Dostoievski, como Shakespeare, muestra la fealdad del mundo, pero dejando claro a dónde se dirige su simpatía: sus criminales despiertan comprensión, pero nos hace ver por qué son criminales y por qué suscitan nuestra compasión. No se trata de ambigüedad, sino de claridad en la complejidad. Estos autores y otros clásicos son ejemplos bastante interesantes de una representación profundamente “moral” de un mundo en el cual el mal, la violencia y la inmoralidad están claramente presentes con toda su fuerza, pero descritos de un modo que no se sirve de la violencia para atraer ambiguamente al lector o para no dejar claro un orden de valores.  
 
El contexto es decisivo 
 
Consideraciones como éstas hacen pensar que las estadísticas sobre el número de actos violentos representados en la televisión son indicativas, pero no concluyentes. No se puede decir que una película como La diligencia (Stagecoach), de John Ford, sea especialmente violenta, aunque muestre muchos tiroteos y muertes. En cambio, una sola escena de matones urbanos, cargada de violencia y de destrucción, puede ser bastante más fuerte, aunque los resultados parezcan mucho menos graves.
 

En efecto, el contexto suele ser decisivo. Un estudio en el que se pidió a los sujetos valorar moralmente las acciones de diversos personajes llevó a la siguiente conclusión: “Hemos comprobado que la moralidad de una acción depende de quién la efectúa. La bondad o maldad de la conducta moral, tal como se presenta en la televisión, depende de que la acción sea realizada por un personaje simpático y admirado o bien por un personaje antipático y que inspira desconfianza. Muchos comportamientos que normalmente serían juzgados inmorales –chantajes, homicidios, asaltos, etc.- resultan aceptables cuando los hace alguien que goza del favor público”. 

Por su parte, Albert Bandura sostiene que, en la etapa de formación, la televisión puede promover mecanismos de justificación y de irresponsabilización personal que luego llevan a justificar, con argumentos retorcidos, un cierto uso de la violencia. Esto, naturalmente, sucede con más facilidad en ámbitos socioculturales “bajos”, donde la televisión proporciona gran parte de los estímulos de maduración cultural y faltan los recursos críticos que ofrece la relación con los adultos –incluso porque la televisión está encendida durante las comidas- y a través de otras formas de socialización.  
 
La responsabilidad de los medios


¿Los espectáculos violentos fomentan una tendencia genérica a la agresividad?
 

Digamos de entrada que existe una notable cantidad de estudios que concuerdan en afirmar que así es. Al término de un análisis de seis años de duración, realizado por diversos equipos en cinco países lejanos entre sí, Huesman y Eron concluyen que “agresividad y ver escenas de violencia tienen un cierto grado de interdependencia”, y que “los niños más agresivos ven más violencia en televisión”. Esto nos parece lógico, patéticamente lógico. 
 
Es, nos dicen, una dimensión que se suma a la precedente y que no es neutralizada por ella. En otras palabras, pueden existir contenidos cuya ideología no sea violenta, pero que, por la presentación particularmente impresionante de los comportamientos violentos, puedan tener efectos psicológicos negativos, aunque las ideas que proponen no se puedan juzgar como favorables a la violencia. 
 
Tal es el caso, por ejemplo, de la película La chaqueta metálica (Full Metal Jacket), de Stanley Kubrik. Aunque es contrario a la guerra, puede tener, en especial para el público emotivamente frágil, efectos negativos. Lo mismo puede decirse de Kill Hill, de Quentin Tarantino, película que es, sin duda, irónica y metalingüística, pero que se presta con bastante facilidad a una contemplación “ingenua” que se deje “informar” e influenciar por la violencia mostrada, sin que se opere la inversión irónica. 
 
Esto conduce a una reflexión que nos parece importante: hace falta reconsiderar con mucha más atención y responsabilidad el influjo que pueden tener las películas y las series televisivas, algunas de gran éxito. Pensemos, por ejemplo, en casos como el de Raíces (Roots) o en la serie de televisión sobre el Holocausto emitida en Italia a comienzos de los años 80. Junto a un efecto, que quizás es lo primero que experimentamos, de sensibilización, se corre el riesgo de obtener un efecto secundario, significativo cuantitativa y cualitativamente, de difusión de tales comportamientos violentos, por la sugestión que la representación de la violencia tiende siempre a generar, sobre todo en los sujetos más frágiles. La misma consideración podría hacerse sobre muchas películas, “telefilms” y miniseries televisivas que pretenden “denunciar”, hacer “tomar conciencia” de algunos problemas sociales ligados a la violencia en algunas categorías de personas.


Los medios no son un simple espejo 
 
Con esta consideración, de algún modo, ya dejamos claro que la televisión es la verdadera y propia imitación del comportamiento desviado. Basta leer con atención los periódicos para descubrir con frecuencia delitos que toman como modelos escenas vistas en el cine o en la televisión: así lo muestran las evidentes analogías y, a menudo, las declaraciones de los propios autores9. A veces parecen inspirados en la televisión; a menudo, el papel de la representación televisiva parece llegar a ser el de una verdadera instigación. Pensemos en los niños ingleses que mataron a otro, o en los émulos de la película La naranja mecánica (Clockwork Orange), de Stanley Kubrik. 
 
Son acciones obradas por individuos particularmente frágiles, en algún supuesto preadolescentes, o en cualquier caso por sujetos ya predispuestos al riesgo de graves desviaciones. Pero aunque la televisión por sí sola no baste para explicar estos delitos y sea una causa más entre otras, no se puede olvidar que entre los factores que incitan al comportamiento gravemente desviado se encuentra también el consumo de espectáculos violentos. El hecho de que también haya causas de otra factura no debe hacer olvidar que ésta -quizás sólo la última pero con frecuencia la desencadenante- es una de ellas. 
 
La eterna duda de si -en la violencia como en otros contenidos- la sociedad imita a los medios o la televisión y el cine cuentan lo que sucede en la sociedad es una alternativa falsa. Todo contenido violento tiende a producir imitación: cuando un programa televisivo cuenta con detalle y de manera fuertemente gráfica un comportamiento desviado, no refleja simplemente la violencia que hay en la sociedad: más bien la multiplica y la introduce en los hogares de millones de personas. Así se inicia, pues, un círculo vicioso que va de la violencia real a su representación y de ésta a una nueva violencia real. 
 
Por eso, es preciso disminuir el nivel de violencia presente en los medios, sobre todo interviniendo sobre la modalidad de su representación, evitando que aparezca subrayada, destacada en primera página, descrita minuciosamente, encarnada en pseudos-héroes, convertida en tema de inútiles pseudo-encuestas y de inconscientes apologías. Hay que tener presente que se puede hacer apología de la violencia sin gastar una palabra en su favor: basta la presentación, su presentación, insistente en un medio socialmente incontrolable como es la televisión para hacer así que un criminal se convierta en un héroe; un delito se puede convertir en una acción admirable. Por ello explícitamente la violencia la debemos reprobar sin paliativos. 
 
La violencia de los “reality shows” 
 
Se puede afirmar que los aspectos negativos de la representación de la violencia pueden ser medidos conjugando diversos factores, que tienen una cierta autonomía: su justificación ideológico-retórica, que deriva de la estructura narrativa del relato; la vivacidad de la representación, que estimula la agresividad, produce miedo y angustia; su “imitabilidad” por parte de personas frágiles, impresionables o predispuestas a las desviaciones. 
 
Por último, la comunicación de masas puede adoptar un carácter violento con independencia de sus contenidos y, en cierto modo, al margen de su misma naturaleza narrativa. Es la violencia de la comunicación excesiva aquella que anonada al interlocutor forzando los tiempos, empujando al extremo la dramatización de los tonos, pretendiendo colocarse como última y total. Pensemos en el desprecio de la intimidad ajena, la búsqueda de la primicia a toda costa, la complacencia de cierta televisión del dolor, el uso irresponsable de imágenes dramáticas en contextos lúdicos, la falta de respeto de ciertos reality shows que quisieran aventar los secretos privados de sus participantes, la crueldad de ciertas candid cameras... Son algunos ejemplos de comunicación violenta no tanto por sus contenidos cuanto por la modalidad con la que se dirigen al espectador, agrediéndole bajo pretexto de informarle, de divertirle, de hacerle reflexionar: ¿Son golpes bajos de un aparato comunicativo a veces carente de escrúpulos?
 

La violencia en la programación 

Este apartado es, sin duda, uno de los más manidos en la agenda del Gobierno español, y versa sobre aquellos contenidos que se presentan en franjas nocturnas, pero que van dirigidos a niños y adolescentes ansiosos de ver “lo prohibido”. El 30% de los niños españoles ven la televisión después de las 22:00 de la noche, y razones no les faltan. Series como “Upa Dance”, “Los Serrano”, “Aquí no hay quien viva”, o el desaparecido programa concurso “Eurojunior” son ejemplos de productos televisivos dirigidos especialmente a ellos.  

La primera serie cuenta los amoríos y deslices de los integrantes de una academia de baile moderno. Como eje argumental se usa la autosuperación -porque antes que ser una telenovela a la española, es una academia de baile y canto-, y el culto al cuerpo como instrumento de éxito social. Unos recursos nada recomendables para adolescentes de entre 13 y 14 años que -como bien marca su estado psicológico- tambalean con descaro sus emociones. Como antes hemos señalado, el resultado es el mimetismo de conductas que,  aún sin corresponderse con la realidad de personajes de 25 años o más, se hacen hueco en otros medios de comunicación dirigidos a adolescentes10. 

Por otro lado, tenemos a adolescentes encarnando a personajes en series que se emiten después de las 22:00. No se trata de suprimirlos, pero si hay adolescentes viendo el programa lo mejor es que los padres les expliquen el contexto en el que se encuentran. Tanto en “Los Serrano” como en “Aquí no hay quien viva” se encuentran sub-tramas que en algunos casos van dirigidas hacia padres, y los niños no sabrían entenderlo. De hecho, cuando las ven, no las comprenden. Aquí aportamos un nuevo punto de vista, una nueva programación: una televisión para toda la familia, consumida por todos, entre todos, pero que, como no está exenta de temas como el sexo 11 y la violencia, debe ser participativa y explicada por los distintos componentes de ese grupo. 

Por último, la programación de Eurojunior en horario nocturno no es un buen ejemplo para TVE, quien supuestamente debería de cuidar aspectos como la programación infantil en horario posterior a las 22:0012. 

Conclusión sobre la violencia en televisión: una llamada a la Educación 

Sería interesante la creación de un “Observatorio” de la televisión netamente profesional, y dejar de darle tanta vuelta al asunto de la autorregulación de contenidos en las cadenas de televisión. La realidad está constatando que pocas cadenas de televisión dejan de emitir violencia en horario infantil, así como en otros contextos poco aconsejables – magazines matinales, algunas piezas de informativos, etcétera-. Con ello no demonizamos sin compasión a la violencia en televisión, pues, si es cierto que no ha de ser gratuita, también es verdad que no hay que esconderla a la sociedad. ¿Cómo hacerlo sobre la información de un atentado terrorista, por ejemplo? No se trata de recrear un mundo feliz, pues sería la gota que colma para considerar a los medios los manipuladores por antonomasia. Hay que superar la actual realidad. 

Tampoco es la televisión la que realmente tiene la culpa de que se emitan tantas escenas violentas, sino un entramado complejo que protagonizan productores, audiencia, el actual vacío legal y los mismos valores sociales. Si los pensadores de contenidos televisivos ven que se demanda un espacio que incluye sexo y violencia, por mucho que queramos ser políticamente correctos, éste se seguirá ofreciendo, y más a sabiendas de la consideración de esos productores que defienden con uñas y dientes su libertad de expresión y los contenidos de la televisión como unos bienes culturales.  

En una sociedad obviamente poliédrica, el panorama televisivo no se puede mostrar tan disperso, sobre todo con lo que se avecina con la llegada de la televisión terrestre, si no se puede considerar ya con las plataformas digitales, la televisión a través de Internet o el teléfono móvil. Consideramos un panorama televisivo en constante entropía, que en los últimos meses “se ha aplicado el cuento” para no emitir contenidos violentos en sus programas de franja infantil, que ha tomado medidas para no dejar escapar insultos y escenas poco éticas, pero lo cierto es que durante mucho tiempo lo han hecho y no han sido castigados con multas que pudiéramos considerar abrumadoras. Tengamos en cuenta que hasta ahora ninguna televisión -poderosa en cuanto a ingresos económicos-puede presumir de no importarle pagar la multa, pues los ingresos publicitarios superan sus cuantías.  

Numerosas son las declaraciones de intenciones que podríamos hacer a anunciantes para que no inserten sus “spots” en X o Y programa a favor de una ética más responsable, o las que inciden en alguna forma de boicotear los contenidos televisivos. Es imposible, nos parece, tanto por las empresas como por los medios de comunicación, por la sencilla razón de que prima el interés económico y solo podemos creer, habida cuenta de lo que percibimos, en la buena fe de algunos propietarios. 

Para la escuela y los padres queda la imprescindible tarea de enseñar a sus hijos a ver la televisión. En el sistema de educativo se echa en falta una asignatura sobre medios de comunicación que enseñe a los niños a tener un criterio en condiciones sobre lo que pueden elegir y lo que no. Angustia y aflige que, existiendo tan buenos profesionales, el Gobierno no proponga la creación de una asignatura para su impartición en las escuelas.  

Como antes comentamos, el hacerle competencia  a la televisión desde la escuela es uno de los retos más importantes hoy en día. Hay estudios –entre ellos los que se citan en este trabajo – en los que cada vez más se corrobora y defiende la creación de esta asignatura, de inculcar más a los niños la necesidad de la lectura a cambio de la comunicación emocional y “embobadota” de la televisión. Si bien es cierto que la televisión muestra la realidad, que una imagen vale más que mil palabras, su visión es sesgada y fugaz. Además, destaquemos que los niños tienen poco tiempo para que sus pequeñas mentes reflexionen sobre lo que han visto. Demostrado queda que la comunicación emocional es el fuerte de la televisión. Esperemos que en un futuro se cree esta asignatura sobre medios de comunicación. 

Consejos a los padres 

Entre otros muchos, podemos y debemos enumerar una serie de consejos y de buenas prácticas para evitar que la televisión en general y sus contenidos violentos en particular incidan negativamente en los menores. Serían éstos:


1.
Acompañar a los hijos a ver la televisión o tratar de permanecer en la misma habitación aunque realicen actividades distintas. Si eso no es posible, estar informados sobre los temas que allí se muestran y conversar después con los hijos acerca de cuál es la forma adecuada de resolver los conflictos que muestran las teleseries u otros programas.  
 
2.
Hay que preocuparse de que puedan distinguir realidad y ficción, porque los menores de 8 años no tienen totalmente desarrollada la capacidad de distinguir entre esos dos conceptos, y por eso tienden a "aprehender" en forma más directa los contenidos y a sufrir con lo que les ocurre a los personajes. 
 
3.
Limitar el tiempo frente a la pantalla. Los especialistas recomiendan no superar las 2 horas diarias, que no deben coincidir con el horario de estudio o de comidas. 
 
4. Los padres deben asumir un rol activo proponiéndo a los hijos programas entretenidos y adecuados a su edad. 
 
5.
Si el mensaje del programa está en abierta contradicción con los valores que los padres desean inculcarles, restringirles el acceso. Incentivarlos con actividades deportivas o juegos al aire libre son prácticas que a algunos padres les han dado buenos resultados.  
 
6. Los noticieros es mejor dejarlos para cuando los niños se hayan dormido. Los géneros de realidad son los que impactan en forma más profunda. La “censura” en este caso está justificada. 
 
7.
Motivar al hijo a contar su experiencia y dar su opinión. Es bueno preguntarle al niño si a él le ha pasado lo mismo que está viendo en la televisión o preguntarle qué opina de lo que le está mostrando la televisión. 
 
8.
Que los padres usen un lenguaje sencillo y claro: el niño puede no haber entendido algo. Entonces se le debe preguntar qué entendió del programa. 
 
9.
Los padres deben estar a la altura del niño: algo “motivante” para un niño es ver que sus padres se saben las canciones de su programa favorito.
 

10. Dialogar, siempre dialogar, comunicarnos. 

BIBLIOGRAFÍA: 

Blanco, P., Duva, Semprum, A. y Urra, J. (1997). Los medios de comunicación y la violencia. Revista de la federación Española de Religiosos de Enseñanza, Vol. 42, Nº 184, págs. 53-64. 

Contreras, J. M. (1998). ¿Tu hijo es teledependiente? El Semanal TV, 25 de Abril de 2002. 

www.periodistadigital.com 

www.telecinco.es 

www.tvlocal.com 

Francesco Casetti, y Federico Di Chio (2000). Análisis de la televisión: instrumentos, métodos y prácticas de investigación. Paidós Comunicación. 

Eco, Humberto (1975). Apocalípticos e integrados. Paidós Comunicación. 

García Galera, M.C. (2002). Televisión, violencia e infancia: el impacto de los medios. 

García Galera, C. (1998). Incidencia de la violencia televisiva. Cuadernos de realidades sociales, Nº 51 – 52, págs. 99-123. Nota: Los libros de este autor son una referencia ineludible sobre el fenómeno de la violencia en televisión. 
 

CONSEJO: Léanse los artículos que sobre este asunto aparecen diariamente tanto en prensa, como en radio y televisión, sin olvidar Internet. Aunque muchos planteamientos son repetidos, dan cuenta de la relevancia de este tema para la sociedad al completo.

OTRO MATERIAL BIBLIOGRÁFICO: 

ARAN, S.; BARATA, F.; BUSQUET, J.; MEDINA, P.; MORON, S. "Childhood, Violence and Television: Television Use and Childhood Perception of Violence in Televisión". En: Violències i mitjans de comunicació: recursos i discursos.

Barcelona: Trípodos [Extra, 2003], pp.109-121. 

ARAN, S.; BARATA, F.; BUSQUET, J.; MEDINA, P. La violència en la mirada. L'anàlisi de la violència a la televisió. Barcelona: Papers d'estudi, 2001. 

GARCÍA GALERA, M. C. Televisión, violencia e infancia. El impacto de los medios. Barcelona: Gedisa, 2000. 

HODGE, B.; TRIPP, D. La televisión y los niños. Barcelona: Planeta, 1998. 

MUÑOZ, J. J.; PEDRERO, L. M. La televisión y los niños. Salamanca: Cervantes, 1996. 

SARTORI, G., Homo videns. La sociedad teledirigida. Madrid: Taurus, 1998. 

YOUNIS, J. A. "La televisión como dispositivo de mediación educativa en la socialización infantil. En: Anuario de Psicología, Nº 53 [Barcelona] (1992), pp.127-136. 

LIBROS BÁSICOS Y DIRECCIONES DE INTERNET DE INTERÉS: 

TELEVISIÓN EDUCATIVA, PRESENTE Y FUTURO. Allen E. Koenig, Tuane B. Hill. Ed. Troquel. Buenos Aires. 1970.  

EDUCACIÓN Y TELEVISIÓN. García Matilla, E. Cuadernos de pedagogía, Nº 241. 1995.  

MEDIOS AUDIOVISUALES Y NUEVAS TECNOLOGÍAS PARA LA FORMACIÓN EN EL S. XXI. Cabero Almenara, Julio; Martínez Sánchez, Francisco; Salinas Ibáñez, Jesús. Ed. Edutec. Murcia. 2000.  

COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL EN UNA ENSEÑANZA RENOVADA PROPUESTA DESDE LOS MEDIOS. Aguaded Gómez, José Ignacio. 

DÉJENLOS VER LA TELEVISIÓN. Mariet, François. Ediciones Urano. 1993.


http://iris.cnice.mecd.es/media/television/bloque10/

www.intec.edu.do

www.ilustrados.com

http://www.rtve.es/pdf/Codigo_RTVE_INFANCIA_Y_JUVENTUD_21102004.pdf