Acercar Europa a los europeos. Un
reto vital (*)
El tropiezo de
La crisis de
La ciudadanía y la identidad: los retos vitales de
Puede parecer paradójico: en una Unión que dio sus primeros pasos con el consenso tácito de la ciudadanía, se ha producido ahora un auténtico “retorno del ciudadano”, pero a modo de “disenso activo” contra la lejana tecnocracia europea. La ciudadanía europea se coloca así en el epicentro de un proceso de integración que no puede ya avanzar sino con el beneplácito explícito de los ciudadanos. ¿Podría ser de otra forma? El desbloqueo del proyecto europeo, la reforma institucional, el refuerzo de la cohesión social, la democratización de las instituciones, o el consenso en la toma de decisiones… Son todos ellos asuntos que no pueden acometerse sin tener en cuenta los intereses de los ciudadanos. En realidad, se ha demostrado que la salud de la democracia comunitaria –como la de cualquier otra democracia nacional- no puede sustentarse sólo en los Tratados, en el Derecho, en la estructura institucional, o en el sistema de gobernanza, sino que depende también, y fundamentalmente, de las cualidades y actitudes de sus ciudadanos en un espacio que debe estar abierto al diálogo y a la participación.
La problemática de la ciudadanía europea y su impacto en la construcción
europea no es ajena al denominado “retorno del ciudadano” que se produce en
En
En realidad, el concepto de ciudadanía implica algo más que un estatus legal o el reconocimiento de una serie de derechos y obligaciones. Se configura a partir de dos elementos más que también atañen, por ende, al éxito del proyecto europeo: la pertenencia a una comunidad política determinada –generalmente nacional-, y la participación activa en la vida pública. La ciudadanía atañe también a la identidad, y la participación propicia ese vínculo de referencia.
A este respecto, no hay que olvidar que la reflexión sobre la ciudadanía
en el campo de
¿Es posible configurar un nuevo concepto de ciudadanía europea que
integre y armonice todas las características de la realidad política y
sociocultural de la actual Unión Europea?
Responder a esta pregunta esencial es el desafío que centra los esfuerzos
de este libro. El reto vital de
Europa en este siglo XXI es doble: es de índole identitario y democrático. Se
trata de dos procesos íntimamente relacionados y que tienen que ver con el
sentimiento de pertenencia a Europa, con la necesidad de convivencia entre
distintas culturas y etnias, con la participación activa de la ciudadanía en su
proceso político y decisorio, y en última instancia con la legitimidad
democrática de
De la ciudadanía supranacional a la
identidad supranacional
La creación de una ciudadanía de
El concepto y status civitatis de la ciudadanía creada por los arquitectos europeos sigue estando sujeta a la cuestión de la nacionalidad y queda reducida a derechos básicos –los deberes no aparecen explicitados- y, en definitiva, siguen siendo los Estados los que deciden quién ostenta la condición de ciudadano europeo y quién no, en virtud de cada modelo nacional de ciudadanía. Este minimalismo legal, que limita la extensión de los beneficios de cada ciudadano de un Estado miembro a otros Estados miembros, impide que la ciudadanía europea pueda convertirse en una plataforma para una aplicación más eficaz de los derechos ya reconocidos, para la ampliación de tales derechos a los residentes no nacionales, y, lo que es más importante, para la creación de nuevos derechos y de un auténtico sistema de protección de los Derechos Fundamentales y socio-culturales en el marco comunitario. Habría sido de otra forma si se hubiese apostado por una concepción maximalista de la ciudadanía, con la asunción de derechos soberanos por parte de las Instituciones europeas. Pero la dicotomía de la ciudadanía comunitaria sigue siendo un reflejo de la tradicional tensión entre una concepción intergubernamental y una supranacional en el proceso de integración europea.
A pesar de todo, la creación de la ciudadanía europea era una apuesta
definitiva por superar la concepción de
En realidad, el elemento de pertenencia de la ciudadanía no sólo abarca
la esfera jurídica y su vinculación con la nacionalidad, y la creación de la
ciudadanía europea responde, en último término, a la necesidad de construir una
identidad colectiva para los ciudadanos comunitarios; una identidad común
plasmada en unos valores compartidos y como base de legitimidad democrática
para la actuación de las Instituciones de
El problema consistía, sigue consistiendo, en encontrar las bases para sustentar esa identidad colectiva europea. ¿Podemos encontrar en Europa un origen común, a modo de pertenencia pre-política? ¿Podemos reivindicar ese origen, acaso un destino común, sin pecar de “eurocentristas”? Construir una identidad supranacional puede ser una empresa imposible para un Continente -¿podemos referirnos a Europa así?- que es en realidad, como lo definió Lucien Febvre[2], una “unidad histórica”, un conjunto de “diversidades, pedazos, jirones de unidades históricas anteriores”.
La malograda Constitución europea era una buena oportunidad para fundar
la identidad europea sobre otras bases, de carácter más ético, cívico y
político. La idea de “patriotismo constitucional”, reivindicada desde la
izquierda europea y popularizada en los escritos de J. Habermas, ofrece la
posibilidad de configurar la identidad comunitaria en la práctica de la
ciudadanía activa y en el marco democrático y el haz de derechos otorgados por
un texto constitucional. La meta federal de
Tres políticas comunitarias: tres formas de
abordar la ciudadanía europea
La necesidad de conciliar las distintas dimensiones de la ciudadanía que atañen al desarrollo de la integración europea se traduce en este libro en una aproximación al concepto de ciudadanía europea desde una perspectiva cultural y democrática. Este objetivo atañe de forma esencial a tres ámbitos de actividad política que integran una dimensión ciudadana y que tradicionalmente se implican en la construcción de la identidad: la cultura, la educación, y la promoción de la participación ciudadana a partir del estímulo para el desarrollo de una sociedad civil genuinamente europea.
Cultura y diversidad como motores de
ciudadanía
Toda política cultural europea pasa por el reconocimiento de una cultura
común dentro del respeto de la diversidad. Se trata de un principio que las
instituciones europeas han elaborado bajo la fórmula mágica del “unity within variety”: ninguna otra
expresión podría representar mejor la riqueza de la diversidad cultural europea
–una oportunidad más que un obstáculo- y, ante todo, la necesidad de avanzar
juntos hacia una unión más estrecha entre los pueblos europeos, reconociendo un
andamiaje cultural en nuestra herencia judeo-cristiana y greco-romana, pero
dentro del respeto hacia otros pueblos, fuera y dentro de nuestras fronteras.
“Unidad dentro de la diversidad”: todo el capítulo segundo del libro está
dedicado al desglose teórico de este lema y al análisis de las distintas
iniciativas que en materia de cultura y diversidad se han puesto en práctica en
Este lema es, ante todo, interpretado como un símbolo que subyace a la construcción de la ciudadanía europea. La dimensión cultural del proceso de integración debe jugar un rol decisivo en ese objetivo vital de construir una “Europa de los ciudadanos”. Así lo reconocen el Parlamento Europeo y el Consejo en el documento que pone en marcha la primera iniciativa en materia de cooperación cultural comunitaria, el programa Cultura 2000: la cultura, se afirma, es “un elemento esencial de la integración europea”; alberga un importante valor socio-económico; fomenta la cohesión social, y es un factor de creación de ciudadanía. El factor cultural e identitario es, pues, un recurso necesario para lograr “la plena adhesión y participación de los ciudadanos en la construcción europea” (Decisión del Parlamento Europeo y del Consejo No 508/2000/CE).
La iniciativa Cultura 2000 es
la apuesta definitiva por una política cultural europea cuya base legal se hace
esperar hasta el acuerdo de Maastricht de principios de los noventa; hasta
entonces, la dimensión económica había primado sobre la cultural dentro del
proceso de integración, en buena medida por la dificultad de intervenir en un
ámbito especialmente legado a la identidad nacional. Pero, si Europa “llegó
tarde a la cultura”[3], a partir de la puesta en
marcha del programa marco a principios del nuevo siglo las iniciativas en
materia cultural se han sucedido a ritmo vertiginoso: el programa Cultura 2007,
La promoción de la cultura y de la diversidad europeas se convierte,
definitivamente, en un vector esencial para “hacer realidad” la ciudadanía
europea; un auténtico motor de generación de pertenencias que logre la
inclusión de la ciudadanía en el proyecto político comunitario. El respeto y la
promoción de la diversidad cultural es un concepto clave que abandera el
posicionamiento de
“Enseñar” la ciudadanía europea: hacia una
dimensión europea de la educación
El capítulo tercero está dedicado a indagar en la conceptualización y la práctica de una “educación para la ciudadanía activa”, en el valor de la educación para el desarrollo de competencias sociales y ciudadanas, así como para la construcción, en un nivel afectivo, de la identidad. En un siguiente término se aborda el camino hacia una dimensión europea de la educación y su papel en el desarrollo de la ciudadanía e identidad europeas: distintas iniciativas que desde la segunda mitad de la década de los setenta desembocan en el “giro hacia el conocimiento” (Agenda 2000 y Estrategia de Lisboa) y, así, en los procesos definitivos de cooperación comunitaria en materia de educación superior (Proceso de Bolonia) y de formación profesional (Proceso de Copenhague).
Si Europa llega tarde a la cultura,
no lo hace antes a la educación. No es hasta Maastricht cuando se dota a
El hito de Bolonia –inscrito dentro de los Objetivos de Lisboa en materia de educación y formación- propiciará la “armonización” de los sistemas de educación superior en Europa: un sistema de tres ciclos (grado, máster y doctorado), la garantía de calidad y el reconocimiento de los títulos y periodos de estudio. Todo en pos de una enseñanza superior que, a través de la investigación, la educación y formación, y la innovación, se convierta en uno de los ejes centrales de una Europa que apuesta por una economía y una sociedad basadas en el conocimiento y en la competitividad.
El aprendizaje de la ciudadanía
activa pasa por la adquisición de competencias personales, cívicas, sociales y
laborales, en contextos formales e informales, en actividades de educación y de
formación profesional, y a lo largo de toda la vida. El concepto de “lifelong
learning” –“aprendizaje permanente”- es central dentro de
Hacia un demos europeo: espacios de participación para una ciudadanía
europea “soberana”
El último capítulo del libro indaga en la discusión sobre la existencia de un “pueblo” europeo y la propia configuración de sus dos dimensiones, demos –o ciudadanía- y ethnos –o identidad étnico-cultural-, una cuestión que se encuentra en el epicentro de la idea de una democracia europea que se sustente en una base popular. La cuestión del demos es vital para configurar a partir de este concepto el debate acerca del desarrollo y consolidación de una sociedad civil europea y de un espacio público transnacional.
La ciudadanía europea no puede ser sino la “piedra fundadora” de estas
dos realidades. Una política comprometida para con la promoción de la
ciudadanía europea activa debe consolidar los espacios de participación,
promover un verdadero debate público transnacional sobre las cuestiones que
afectan a
A modo de conclusión…
Construir una Unión Europea más humana y democrática para por aunar esfuerzos en todos los ámbitos de actividad comunitaria, en todos aquellos que integran una dimensión ciudadana; es decir, en TODOS: desde el medio ambiente, hasta el deporte, pasando por la agricultura, el turismo, la política regional, la comunicación, la sociedad de la información o el audiovisual, sin olvidar la libre circulación de personas. Pero no es el objetivo de este libro aportar una visión integral de la ciudadanía, sino concentrarse en los aspectos de raíz cultural, en las cuestiones que afectan a la identidad y a la participación ciudadana; en dimensiones de la ciudadanía a menudo eclipsadas por su contenido legal.
En todas las políticas, y teniendo siempre en cuenta en las decisiones todas aquellas cuestiones que afectan a los intereses de los ciudadanos europeos. Si el individuo se encuentra en el centro del proyecto europeo –recordemos las palabras de Jean Monnet: “no coaligamos Estados, unimos hombres”,- la ciudadanía europea no puede estar sino en el centro de la toma de decisiones. La conclusión es sencilla, a simple vista, y necesaria, pero, a la luz de los acontecimientos, también imposible, por ahora: Europa sólo se construirá, sólo avanzará, con los ciudadanos.
Juan TOMÁS FRUTOS
Encarnación HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ
(*) Éste es un resumen del libro de Encarnación Hernández Rodríguez, titulado: “Acercar Europa a los europeos. Un reto vital”, publicado por Euroeditions, en el año 2008.
[1] Kymlicka, W. & Norman, W.
(1994). Return of the Citizen: A Survey of Recent Work on Citizen Theory. Ethics, 104(2), 352-381.
[2] Febvre, L. (2001). Europa: Génesis de una civilización (J. Vivanco, Trad.). Barcelona: Crítica. (Trabajo original publicado en 1999 – Curso profesado en el Collège de France en 1944-1945).
[3] Mattelart, A. (2006). Diversidad cultural y mundialización (G. Multinger, Trad.). Barcelona: Paidós. (Trabajo original publicado en 2005).