En los límites de la tecnología

 

La apreciación es mayoritaria, o, cuando menos, eso creo. Al filo de la espada, o de la navaja, o algo así. No sienten que la sociedad, compleja, perdida en muchos campos, falta de recursos o de conocimiento práctico suficiente para aprovecharlos, anda un poco desconcertada, no experimentan, digo, que a menudo la ciudadanía se halla en esa tesitura. Quizá Ridley Scott se adelantó hace unas décadas con su Blade Runner, cuya traducción es lo que decimos, al filo de la espada, con una sociedad estandarizada, con papeles y tecnologías absolutamente definidas y con unos humanoides caracterizados en sus posibilidades y sus funciones. Las contradicciones ya estaban ahí, entonces soñadas, elucubradas, hoy en un incipiente, pero ya firme fuego de contradicciones.

 

Surgen con fuerza en los últimos años del Siglo XX y estos albores del XXI unas inmensas opciones comunicativas, basadas, primordialmente, en las nuevas tecnologías, en los avances informativos, en los progresos para que la aldea global sea cada vez más una realidad palpable por y para todos. No hay marcha atrás, sino más bien un compromiso no escrito de ir hacia delante con más y más prisa, como si algo se nos escapara, como si no hubiera certeza del destino, que no la hay, o como si quisiéramos descubrir secretos intocables… Puede que, con tantos recursos en lo técnico, como en otros órdenes, seamos más esclavos. En Blade Runner se habla de la esclavitud del miedo. Puede que sea esto.

 

Por otro lado, tanto la cibernética como los saltos cuantitativos y cualitativos en los planos sociales, culturales, periodísticos, económicos, políticos incluso, etc. nos conducen por unas sendas que, por desconocidas, nos generan un desasosiego que, a menudo, nos impide ver el bosque verde esperanza de la libertad que estos mismos carriles nos irán prodigando. Los ejemplos de homogeneización nos llegan parejos a los de la controversia, y, como es lógico, las dudas surgen.

 

El mundo que nos rodea está dominado por cables, satélites, ondas y diversas versiones de ordenadores, de sus programas y de quienes tratan de adormecer o de despertar los sentimientos que todos llevamos dentro. Somos lo que somos en los aspectos materiales, pero somos mucho más en las relaciones que, de manera inequívoca, necesitamos. Sin ellas, no somos felices, no estamos plenos.

 

Controlemos los inventos

 

Las calles aparecen dominadas por las máquinas, y los campos, y los mares, y el aire, y el espacio… O eso nos parece. O eso nos vendemos. O eso nos imaginamos. Es evidente que entenderemos a las máquinas cuando nos comprendamos nosotros mismos. No busquemos lejos y fuera lo que no hallamos, previamente, en nuestro interior. Las alianzas de las solidaridades, de las bondades, de las creencias en los demás, de las entregas sin pedir nada a cambio, son los auténticos desafíos de una humanidad que triunfará si el éxito es tan anónimo como interiorizado. Los recursos materiales son eso: no dan por sí mismos la felicidad, ni solucionan los problemas de comunicación real que sí tenemos. Las máquinas no han de estar por encima de nosotros.

 

Por eso, antes de llegar a los replicantes de Blade Runner, pensemos en multiplicar el ansia de conocimientos de nuestros padres culturales que son los orientales y los griegos, mostremos, igualmente, esos brindis de aquellos que regalan todo, aunque sea lo que llevan puesto, sin esperar nada a cambio, amoldándose al mañana en función del propio ser humano que, como decía Aristóteles, es la medida de todas las cosas. No hagamos clones innecesarios y antes de tiempo, o puede que el mimetismo sea de cuestiones que no terminan de ayudarnos o de complacernos.

 

Vivir al filo está bien por un tiempo, o incluso debemos aceptarlo cuando las circunstancias nos superan. Que esto ocurra ahora no tiene sentido. El ritmo lo hemos de poner nosotros a través de las creaciones tecnológicas, que las aclamamos y las debemos fomentar porque, ciertamente, contribuyen al desarrollo societario. Pensemos en el futuro, sí, pero también en el presente que ha de admitir a todos sin exclusiones, sin barreras, procurando que la ciencia y el conocimiento, con las nuevas tecnologías como bandera, lleguen a todos. Si sucede de este modo, no estaremos en la frontera de los replicantes ni tampoco moriremos por un exceso de brillo, como se nos relata en la película que aquí enunciamos. Conviene seguir aprendiendo, fundamentalmente de nosotros mismos y de nuestros errores.

 

Juan TOMÁS FRUTOS.