PUBLICACIÓN CONTINUA (ISNN 1696-2257)
Transformación del paisaje después de la guerra
PREGUNTAS A UNA RESPUESTA
Sobre la reconstrucción del discurso crítico
Bernardo Díaz Nosty
Catedrático de Periodismo - Universidad de Málaga

Las dimensiones jurídica, ética, militar y económica del ataque sobre Irak (marzo de 2003) forman parte del debate sostenido por la opinión pública mundial, del que, en alguna medida, se hacen eco los medios. El orden internacional, se dice, ha sido gravemente alterado con la acción promovida por los Estados Unidos y se abren incertidumbres insospechadas en el escenario virtual que alberga el mito programático de la ‘sociedad de la información’.
En el campo académico, a pesar de los alcances que esta guerra hace explícitos en aspectos como el periodismo, las tecnologías de la información, el modelo social y el espacio público de debate, prevalecen tímidas respuestas que, en muchos casos, no pasan de una plausible actitud militante, externa o anterior al dominio académico o profesional.
Durante al menos dos décadas hemos asistido a un progresivo desplazamiento del análisis crítico, del cuestionamiento que precede a los procesos creativos de conocimiento, y a la entronización de una visión tecnológico-gerencial de la Universidad y de buena parte de la investigación. Los nuevos usos tecnológicos se han asumido, por regla general, de forma acrítica, tal vez como efecto de la seducción del espectacular impacto de la moda tecnológica (1). Esto es, como consecuencia de esa especie de hedonismo intelectual que se ve alentado en su dimensión estética, en los protocolos de representación simbólica del ser académico, por el ‘élan’ de la innovación tecnológica, que tantas veces lleva al abandono del compromiso intelectual, a la relajación de su contribución en los procesos de innovación social.
En estos márgenes del pensamiento, o en sus marginalidades, con tanta frecuencia desoladores, florecen visiones puramente mercantiles o se instalan minifundios del conocimiento que poco o nada tienen que ver con la dimensión academia, al tiempo que desvirtúan el sentido cívico, político, ético y cultural del espacio que integran la comunicación, el periodismo y los medios.
La esterilización de las últimas décadas no sólo ha borrado huellas ideológicas, cuestión que sería menor, sino que ha devaluado las herramientas que permiten, por ejemplo, el cuestionamiento crítico de la misma cultura tecnológica, en la medida en que la moda tecnológica, el último ciclo de la 'tecnología obsolescente', parece convertirse en un fin en sí mismo de la modernidad, del progreso, de la innovación.

La onda corta del pensamiento

Esta tibieza crítica ante hechos que desdibujan el escenario previamente idealizado y abrazado, como es el de la cultura tecnológica, no es el fruto de un cortocircuito sobrevenido, sino la resultante de una progresiva degradación y de la construcción de castillos teóricos sobre las arenas movedizas del pensamiento-moda. La degradación del pensamiento crítico, al menos en nuestro espacio académico, se corresponde también con una banalización de los estudios de comunicación, tanto por la proliferación de instalaciones para-académicas como por el reduccionismo de los objetivos curriculares a meras soluciones de formación profesional de bajo perfil.
El llamado pensamiento latinoamericano de la comunicación no siempre está integrado en la formación teórica, donde triunfan los criterios sociológicos norteamericanos o los planteamientos gerenciales de la comunicación. Hay más arraigo y recorrido del pensamiento de la comunicación para el desarrollo y de la defensa cívica de la función social de los medios en muchos colectivos profesionales del periodismo que en la aulas. Luis Ramiro Beltrán ha comentado con frecuencia esta desatención académica, como también lo ha hecho, entre otros, Martín-Barbero. Es injusto, no obstante, generalizar, porque son muchas las excepciones que contradicen esta atrevida visión de conjunto.
Desde Europa, con la misma perplejidad que debe tener la mirada latinoamericana hacia España, nos preguntamos cuál es el pensamiento actual de la comunicación en América Latina. ¿Hay un pensamiento latinoamericano? Existen buenos maestros de taller, pero escasa innovación teórica. La investigación, que es la madre de la creatividad, se instruye con reglas miméticas de modelos externos de análisis, que no siempre son los más idóneos, ya que están basados muchas veces en el estudio de fenómenos ajenos y alejados de las realidades políticas, económicas y culturales de las naciones latinoamericanas.
Sorprende, por el contrario, la intensa actividad congresual, el recorrido de ‘papeles’ por las canteras de donde se nutren los expedientes académicos de los méritos de salón, con un criterio de cuantificación burocrática no necesariamente amigo de la creación y el cuestionamiento crítico de lo establecido.
La seducción tecnológica, incluso de la más vulgar cacharrería técnica, se ha apoderado de las aulas y ha dejado en un segundo plano la vertiente ética de la comunicación, su dinámica cívica y política, su proyección cultural (2). La tecnología adquiere aquí esa idea de ‘caballo de Troya’ del que hablara Paulo Freire, por el que se introduce el mercado en la academia, disuelve el pensamiento especulativo y entroniza la ‘racionalidad digital’. Pero también se mantiene, en la otra cara de la moneda, la bandera de la ‘mediofobia’, enarbolada desde posiciones no tanto de fundamentalismo ideológico, sino de ceguera disciplinar. Distintos análisis trazan distancias con los medios, que aparecen más que como objetos de análisis, como lacras dignas de estudio. La formación académica se sustituye, en estos casos, por la terapia contundente del apaleamiento del sistema.
La circunstancias no son, en términos generales, tan dramáticamente distintas entre las realidades de España y Portugal y las de las naciones de América Latina, como tampoco lo son en la de la 'calidad' de los contenidos de medios, que bien pudiera parecer que deberían estar más relacionadas con unas realidades económicas muy contrastadas.

La cuestión de los medios

Al analizar los ‘valores nutritivos’ de los consumos mediáticos se observa que su calidad y composición no se corresponden con el nivel de desarrollo económico de los países. En términos generales, se puede decir que son más homogéneos los contenidos que ilustran un cierto imaginario colectivo en el conjunto de las naciones de América Latina que su realidad económica. El ‘escenario virtual’, por ejemplo, que recrea el espacio cultural iberoamericano participa de muchos elementos comunes y apenas reproduce la brecha, más impresionante que la digital, que existe entre los 19.000 dólares de renta per capita de España y los 2.000 de El Salvador. Incluso, el nivel de competencia más bajo de algunos mercados audiovisuales propicia, en ocasiones, la paradoja de soluciones audiovisuales más dignas en naciones económicamente empobrecidas, donde los ingredientes de 'telebasura' son significativamente más bajos.
No se ha estudiado aún, por ejemplo, el flujo de contenidos audiovisuales entre América Latina y España. Esto es, la constatación de la existencia progresiva de un escenario convergente, o la estandarización necesaria de la oferta para la creación de lo que algunas corporaciones españolas han denominado su ‘mercado natural’. La sorpresa ante la diferencia –hace dos décadas, las crónicas radiofónicas deportivas de Colombia, Argentina o Brasil producían hilaridad en España-, ha derivado, por una banalización reduccionista, en la práctica de lenguajes convergentes, perfectamente homologables. Tampoco se ha estudiado el vacío cultural existente detrás de las fuertes inversiones de compañías españolas como Telefónica en su expansión mediática por algunas naciones de América Latina. Como si la posición económica dominante y la creación de infraestructuras tecnológicas fuera un fin en sí mismo, independientemente de la calidad de los contenidos o de la sensibilidad y diversidad cultural de las naciones. En el reencuentro de España con América Latina se han puesto de manifiesto, por decirlo de manera ambigua, demasiadas paradojas... (3).
Puede parecer sorprendente que la banalización más acusada de los medios y la degradación del espacio público de debate no hayan calado en la creación de nuevas corrientes de pensamiento identificables y reconocibles en el campo de la comunicación, más allá de la vigilia intelectual de los ‘clásicos’ latinoamericanos. O que se haya producido esa ruptura, más que generacional, de identidad, por la que se abandonan las huellas de las ideas que nutrieron la comunicación para el desarrollo, para la democracia y la paz, como si los problemas que las alumbraron hubiesen desaparecido, y se fijen ahora, cuando las preocupaciones son más atrevidas, casi radicales, en los problemas de la ‘brecha digital’, que no son sino una manifestación más de sistemas económicos dualizados, donde ya existía antes, con carácter endémico, brecha social, brecha cultural, brecha sanitaria... ¿O es que en lectura de diarios y de libros no había una brecha tan acusada o mayor que en el caso de Internet?

La espontaneidad crítica y la debilidad argumental

En la escena doméstica española se pone frecuentemente de manifiesto que la plena convergencia con Europa, alcanzada en términos económicos, no se corresponde con la homologación de la cultura política, con el desarrollo de la vida democrática. Las políticas gubernamentales venían adoleciendo de cultivos cívicos y mostraban abusos, ya practicados por otras administraciones, en el uso patrimonial de los medios de comunicación. Sin embargo, el crédito del gobierno ante la opinión pública resistía con fuerza el paso del tiempo, a pesar de que los analistas más críticos descubrían esas graves debilidades democráticas, que no eran denunciadas con firmeza en el discurso tenue de la oposición.
El estado de opinión y las tendencias electorales favorecían al gobierno de Madrid, que se apoyaba en un amplio abanico de medios públicos (aquí, mejor decir gubernamentales) y numerosos espacios del sistema derivados de la privatización de los monopolios estatales (por ejemplo, Telefónica, propietaria, entre otras, de Antena 3 y Onda Cero).
Algunos analistas llegaban a suponer que la opinión pública había sido secuestrada por el tornado audiovisual, que no sólo actuaba en la escena informativa, sino en los estímulos provocados por la vulgaridad creciente de los contenidos. Es el renacentismo del ‘Gran Hermano’ y ‘Operación Triunfo’, programas de inmersión audiovisual de las nuevas generaciones. Sin embargo, en ese escenario, con muy pocos contrastes y alternativas, aparecen destellos que indican que la sociedad no ha desaparecido, confirmando así las nuevas teorías de la sociología política que hablan de la crisis de representación y del rearme espontáneo de la sociedad cuando se producen estados de necesidad.
En 2002, con ocasión de la primera huelga general contra el gobierno del presidente Aznar, convocada para impedir la aprobación de una reforma laboral, los portavoces del ejecutivo se apresuraron a declarar que tal huelga no había existido... Meses después, un accidente fortuito, en absoluto atribuible, en un primer momento, a la gestión del ejecutivo, se convirtió en otro punto de fricción social, al anteponerse la retórica de la desinformación y del ‘no ha pasado nada’ a una gestión informativa de la catástrofe clara y veraz. Me refiero, claro, al hundimiento del petrolero Prestige frente a las costas de Galicia y al surgimiento espontáneo del movimiento ‘nunca mais’, en el que se perciben valores de un concepto ecológico de la seguridad, de la seguriadad del planeta, opuesto al concepto de seguridad-identidad nacional del modelo norteamericano.
Por último, la posición del gobierno en el ataque a Irak descubre nuevos matices en el uso sesgado de la información y en la utilización propagandística de los medios, mediante la creación de un escenario maniqueo, donde los ‘buenos’ están con Estados Unidos y, quienes no apoyan la causa, o están con Sadam y el terrorismo internacional o son víctimas de los partidos democráticos que configuran la oposición al gobierno; esto es, todos menos el gobernante.
Los tres sucesos han descubierto, sin embargo, un fenómeno paradójico. En las aulas universitarias españolas, la espontaneidad de la protesta ha sido clara y unánime. Pero esa protesta es más una representación emotiva de la indignación que el fruto de un análisis o la interpretación argumental de una toma de posición o de conciencia estructurada a la vieja usanza ideo-metodológica. Las consignas descriptivas ‘nunca mais’, en el caso del Prestige, y ‘no a la guerra’, en el conflicto de Irak, han sintetizado el discurso y, como le gusta decir al presidente Aznar, lo han ‘pancartizado’. Esa falta de instrumentos de análisis, de metodologías, de capacidad de navegación por el pensamiento, parece ser en parte resultante, al menos como hipótesis razonable, de la banalización mediática de los quince últimos años, pero también del desarme crítico, de la depreciación del pensamiento en nuestras universidades, con el posible desplazamiento de amplios sectores de la juventud hacia el refugio de las posiciones antisistema.

La crisis de la ‘sociedad de la información’

Con los proyectiles caídos sobre Irak se han arrojado por la borda muchas de las ilusiones que alumbraron el espejismo redentor de la sociedad de la información, no tanto por la pérdida de vigencia del mito, como por los aspectos ‘colaterales’, por los rastros de incertidumbre que la historia nos muestra y proyecta sobre los escenarios de futuro.
En 1992, en una declaración sin precedentes, Al Gore descubrió el modelo. Sobre un lienzo en blanco se daban los primeros trazos de la sociedad del futuro, ajena a tensiones dialécticas, a desigualdades, a desórdenes... Era la redención tecnológica que ya sacralizaran los autores posibilistas de los años 80. A tal fin, se abría y se transfería a la sociedad mundial ‘la red’, la antesala de las futuras ‘autopistas de la información’. La desregulación ideológica subyacente a la caída del muro de Berlín habilitaba, después de tantos años de insistencia, el camino del ‘libre flujo’ y permitía poner en el escaparate de la moda tecnológica una herramienta constructiva del modelo previamente diseñado. Tecnología para un modelo. El modelo albergaba, sin embargo, las suficientes contradicciones como para, en apenas una década, poder desmentir muchos de los mitos e ilusiones que, con profusión, desarrolló la filosofía de acompañamiento de la ‘revolución tecnológica’, estrechamente relacionada con otro mito programático: la globalización.
Cabe decir, en contra de muchas consideraciones previas, que la tecnología aparece aquí como un instrumento más necesario que determinista. La tecnología no es ‘tan’ determinante. El modelo, sí: era determinista. En doce años de experiencia, entre la caída del muro de Berlín y la de las Torres Gemelas de Nueva York, el mundo parecía guiarse por las bondades del proceso y no se exteriorizaba disentimiento, como si el anunciado ‘fin de la historia’ nos hubiese transportado el escenario del consenso planetario. Sólo después del 11-S empezaron a percibirse, poco a poco, tímidamente, dos ideas de progreso, dos ideas de consenso internacional, dos reformulaciones ‘globales’ del pacto social.
La nación promotora del modelo, nada ajena a los constructores de las modas tecnológicas, ha puesto de manifiesto, con una sorprendente exhibición de instrumental, hasta dónde ha llegado la ‘sociedad de la información’ y la velocidad del cambio tecnológico cuando la máquina de la guerra rompe el ciclo convencional de la moda. Las noches de Bagdad han sido el escenario de la última gran muestra mundial de tecnología de la información y de las comunicaciones. Los diarios nos han mostrado en sus infografías el pase de modelos 'Land Warrior 1.0', de soldados conectados permanentemente al sistema, donde la inceridumbre del guerrero se reduce a la mínima expresión y las armas 'inteligentes', extensiones sensoriales que ven un grano de arena a 300 metros u olfatean el 'calor humano' a distancia.
Para Estados Unidos y, por lo visto, no sólo para esta gran nación, el desarrollo tecnológico está estrechamente asociado al concepto de seguridad, que, en el caso norteamericano, se autoalimenta en sus propios fantasmas sociales, expresiones del alto grado de violencia interna. La seguridad, en la sociedad de la información, está cada vez más unida a una idea de ‘red-control’, de conexión-identidad, de inclusión-sumisión tecnológica. Hay expresiones reflejas en este asunto que, al menos como hipótesis, no revelan precisamente prácticas o hábitos propios de la cultura democrática del consenso, sino del sentido funcionalista y utilitarista de la seguridad individual. La seguridad se ha elevado, en Estados Unidos, al rango de identidad nacional. Su mantenimiento es garantía y recompensa de la pertenencia a la ‘nación elegida’. Una visión que surge en una sociedad contradictoriamente violenta e insegura, que desplaza hacia un 'ellos' exterior la raiz la violencia, pero que argumenta y da coherencia a un modelo de proyección hegemónico, a una autodefinición e implantación patrimonial del bien que, además, otorga créditos de bondad (4).
Este concepto de seguridad-identidad determina, y determinará en el futuro próximo, el desplazamiento del modelo de la sociedad de la información hacia un concepto de control social, de vertebración tecnológica en circuitos de pensamiento y acción, de adhesión transparente y sometimiento a las pautas de la información-seguridad, la información-consenso, la modelización virtual (tecnológica) de un nuevo modelo de pax americana.
El modelo –el software estratégico- condiciona los usos tecnológicos. Paradójicamente, las máquinas ‘pensantes’ están determinadas en su mirada por la definición de los programas, pero no por su disposición a la negación ideológica del pensamiento. No son, pues, refractarias al software de la innovación social, a la proyección democrática y plural de la información y el conocimiento. Conviene hacer este apunte frente a las visiones más constreñidas del determinismo tecnológico.
Fuera de los Estados Unidos, donde el concepto de seguridad no tiene el valor de identidad que posee en aquella nación, se percibe la seguridad más bien como una preocupación ecológico planetaria, como una ecología global; esto es, como el desarrollo sostenible de la vida en el planeta, donde la seguridad aparece relacionada con la supervivencia de la especie. Y no está reñido este segundo escenario con el avance tecnológico, en absoluto. Simplemente, se está ante un modelo distinto, al que el protagonismo tecnológico le hace ‘pensar’ de otra manera. No es de extrañar, pues, la reacción de quienes validan este concepto de seguridad, especialmente extendido entre las nuevas generaciones, frente al estallido de la guerra, que desde su lógica aparece como un verdadero modelo de aniquilación.
El modelo tecnológico de seguridad-identidad nacional se ampara en la estrategia de liderazgo mundial y de la acción preventiva, y revela la aplicación funcionalista y finalista de la técnica al servicio del objetivo de identidad. Una escenificación mesiánica, en la que se ponen de manifiesto algunas de las contradicciones culturales del mito programático de la globalización.
Desde las primeras experiencias de la sociedad-red, en ocasiones relacionadas con visiones cercanas al utopismo anarquista de una reorganización social al margen del Estado, o de la comunicación libre, no sujeta a mediaciones, al día de hoy –apenas unos años después-, son más las cautelas de seguridad-control, que buscan acomodos legales restrictivos, que las iniciativas que favorecen el desarrollo de la innovación social y la autonomía de la sociedad civil, de acuerdo con criterios propios de la cultura democrática (5).

Preguntas a un respuesta

A la respuesta del 20 de marzo de 2003 le nacen demasiadas incógnitas, incertidumbres que afectan al orden internacional, a la ‘sociedad de la información’, a la vigencia de la seducción tecnológica como instrumento de cohesión y de consenso, a la libertad de expresión, al modelo de sociedad... Demasiadas preguntas. Demasiadas e inquietantes preguntas.

   Editado el 8 de abril de 2003.
 
 
(1) Moda en un sentido de cambio de ciclo determinado por la vigencia del mercado como instrumento regulador de la renovación-innovación.

(2) Es una práctica frecuente, cuando se muestra a los visitantes un centro de formación en comunicación y periodismo, exhibir el arsenal tecnológico, el orgullo del centro, que no son tanto ya sus líneas de investigación, el trabajo de sus cabezas pensantes –la navegación por el pensamiento-, sino las aulas de informática, los platós y una cacharrería no siempre ajustada a las necesidades de una formación óptima, que revela la supremacía del discurso tecnocéntrico en muchas casas destinadas a la enseñanza de la construcción del discurso.
 
(3) Al final del I Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas, México, un representante del gobierno español trataba de imponer como sede del siguiente encuentro una ciudad de su país, frente a la candidatura de Cartegena de Indias, en Colombia, arrogándose un desafortunado papel de propietario intelectual del idioma. Un representante mexicano de la SEP terció en la discusión y zanjó la cuestión con un “ustedes no llegan a cuarenta millones y aquí, en nuestro país, hablan español cerca de cien millones... Dejémoslo estar...” El II Congreso de la Lengua se celebró en Valladolid, España, la ciudad del presidente Aznar, y tuvo como invitado especial al veterano dictador Obiang Nguema, presidente de la pequeña república africana de Guinea Ecuatorial, rica en recursos petrolíferos.
 
(4) Un reciente estudio del veterano Mevil DeFleur, The Next Generation's Image of Americans, realizado junto a su hija Margaret, analiza la imagen de los Estados Unidos después del 11-S, mediante una encuesta a 1.200 jóvenes de 12 naciones, entre ellas Argentina, España, México y República Dominicana. Los resultados fueron significativos en cuanto a las características negativas que se atribuyen a la sociedad norteamericana, relacionadas con la violencia y la falta de valores morales. Según este estudio, los medios de comunicación, especialmente el cine y las series de ficción, son identificados por los jóvenes de todo el mundo como un reflejo de la sociedad americana (http://www.infoamerica.org/teoria/defleur.htm).
 
(5) La inseguridad ha crecido hasta en la red, lo que ha afectado, por ejemplo, al desarrollo del comercio electrónico, cuando se sabe que el uso de este sistema es hasta veinte veces más seguro, en términos relativos, que el convencional de las tarjetas de crédito en las transacciones comerciales. Inseguridad provocada, asimismo, por virus informáticos, obra de misteriosos autores cuyas tropelías y los daños económicos permanecen sin castigo. Paradójica inseguridad en una red donde la ‘huella digital’ permite seguir movimientos con precisión e inmediatez. Una red presuntamente insegura está más cerca de la intervención y del control, incluso de la consenso en la necesidad del control, para restablecer un orden afectado por esa especie de terrorismo digital emboscado...